614. Patti Smith: El arte del rock (I)

Por Sergio Monsalvo C.

Los movimientos culturales de la poesía y rock comparten algunas características esenciales, así como patrones evolutivos semejantes, desde que el rock mostró sus atributos, a partir de los años sesenta. Ambas disciplinas crearon su estética por medio de la poesía simbolista y el verso libre imaginista, con los poetas beats a la cabeza (que agregaron el orientalismo, el surrealismo y otros ismos, como componentes).

Las dos actividades crearon su obra más memorable y ambiciosa durante las últimas cuatro décadas del siglo XX, primeramente, y el XXI lo continúa ratificando.

Durante los años sesenta se dio un cambio en el ámbito de la música popular. Por un lado, la poesía llegó a las canciones a través de Bob Dylan. Por otro, Se concretó musicalmente la amenaza seductora y hereditaria de Elvis Presley, de los tempranos Rolling Stones, así como y el nihilismo abierto de grupos como el Velvet Underground, The Doors o los Stooges.

Durante esos años se lanzaron álbumes, cuyos compositores han ejercido una influencia inmensa desde entonces (y que continúan haciéndolo en las nuevas generaciones de grupos y sus creadores), entre otros el mencionado Bob Dylan, Lou Reed, John Cale, Nico, Jim Morrison, Leonard Cohen, Neil Young, Van Morrison, por mencionar algunos, que continúan siendo análogos (vivos o muertos) con las principales obras de la poesía modernista.

De manera semejante, en los setenta aparecieron el punk y el pospunk, y los piercings y los estoperoles. El punk se empeñó intencionalmente en reproducir el sentido original del peligro presente en el rock, y por ahí surgieron Joe Strummer, Pete Shelley, Nina Hagen, Blixa Bargeld, Tom Verlaine y, sobre todo, Patti Smith.

En los ochenta y noventa emergieron Nick Cave, Ian Curtis e infinidad de compositores del estilo gótico y dark wave. En el nuevo siglo están los indies y los cultivadores de la llamada americana.

La poesía modernista y modernista tardía y el rock son ahora tanto rizomas como géneros independientes y al mismo tiempo interconectados con una gran variedad de corrientes artísticas o no.

La primera ocupa un nicho seguro dentro del mundo académico, las editoriales universitarias y las revistas y suplementos literarios; el otro ocupa un nicho mucho más grande, firme y en desarrollo constante dentro del mundo musical y del cultural, en pleno, definitivamente.

La poesía del siglo XX y el rock son paradigmáticos, por lo tanto, de la forma en que los movimientos del avant-garde han sido integrados a la psique colectiva durante la presente centuria. Profundizar en este tema y proceso es tan interesante como enriquecedor para la cultura en general, y un ejercicio indispensable para todo aquel que se diga rockanrolero.

Cuando hablo de la influencia recíproca entre el rock y la poesía, debería poner énfasis en el hecho de que la poesía contemporánea se ha beneficiado más con el rock de lo que el rock ha obtenido de la poesía contemporánea. Los motivos son evidentes: el rock ha servido de soundtrack a la generación nacida inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y a las siguientes, hasta la fecha. Patti Smith es el mejor ejemplo de todo ello.

Las canciones del rock a partir de los años cincuenta del siglo XX –fecha en que se empezó a documentar su trascendencia en las listas de popularidad— se han significado como una matriz de la cual todos los comportamientos tradicionales con respecto a las obras musicales salieron bajo una forma distinta.

Una que rara vez ha rebasado los cinco minutos de duración, y que se convirtió en terreno fértil para el uso de muchos buscadores de una educación sentimental y emocional. Con las canciones de este género surgió una nueva subjetividad, tanto social como psicológica y, sobre todo, romántica.

Los temas de estos cantos se convirtieron en una especie de arquitectura comunitaria; un arte cuya recepción ha sido consumida por una colectividad en estado de “percepción”. Representan el acceso compartido de una sensación en un mundo que mantiene separada y a distancia a la gente con sus problemas.

Desde el comienzo, la experiencia de escuchar a un grupo o a un solista interpretando una canción fue como oír los propios sentimientos y enfrentarlos a la divulgación. Apareció un YO social diferente como resultado de esta noción. Se dio el hecho de una catarsis nunca antes vista (baste el ejemplo de la conmoción causada por los conciertos de rock de Patti Smith, desde entonces).

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