Por SERGIO MONSALVO C.

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Los integrantes de Kiss usaron el famoso vestuario creado por el diseñador Larry LeGaspi durante diez años –que era la mitad de su vida hasta ese momento,1994–, en el escenario y para todas sus apariciones en público, mismo que le dio al grupo fama y la personalidad que ahora querían volver legendaria.

Con estos trajes se creó un arquetipo híbrido único: un hombre futurista del espacio combinado con imaginería animal. La antigua creencia en los seres de otros planetas se fusionó con la figura del astronauta moderno en la creación del Adán del futuro, que a su vez se juntó con encarnaciones bestiales del mítico chamán embaucador de los seres humanos.

Este híbrido resultó ejercer un atractivo universal entre los pre y adolescentes.  Además, al ser un disfraz completo, dio a sus usuarios la libertad de llevar vidas relativamente normales fuera del escenario, pues era imposible reconocerlos «al natural», situación que luego de una década les cansó y optaron por quitarse vestuario y maquillaje.

Las cosas desde entonces ya no fueron iguales y el suceso del «desenmascaramiento» se tornó más bochornoso que agraciado para su continuidad en el gusto de una generación. Luego resultó que eran toda una influencia musical, cuando a su aportación en este sentido jamás se le consideró seria. El neo culto en torno a Kiss parecía no conocer límites desde ese primer lustro de los noventa.

Durante años el verdadero rostro de Kiss se ocultó tras una gruesa capa de maquillaje. En 1983 cayeron las máscaras, pero junto con ellas se perdió también gran parte de la magia. El hecho de que una década después Kiss de nueva cuenta estuviera dando la vuelta al mundo con su formación y vestuario originales dice mucho acerca del aguante y las intenciones comerciales de un ilustre dúo.

Los comienzos fueron muy inocentes. En 1972, Stanley Harvey Eisen, Paul Frehley, Chiam Whitz y Peter Crisscuola hablaron de las posibilidades de un grupo que sonara más duro y malo de lo que se acostumbraba en ese momento, de un grupo que desplazara los límites musicales pero también visuales del pop, sin evitar una escandalosa presentación en vivo. Un año más tarde Paul Stanley, Ace Frehley, Gene Simmons y Peter Criss debutaron con el nombre de Kiss. Así nació la leyenda. ¿La leyenda?

Muchos rockeros duros consideran a Kiss como uno de los fundadores del género del heavy metal. Puede ser una exageración si se compara al cuarteto en su tiempo y capacidad musical con gente como Jimi Hendrix, Led Zeppelin y Deep Purple.

Por otra parte, Van Halen, Bon Jovi o Iron Maiden nunca hubieran llegado tan lejos sin la inspiración (y a veces la ayuda directa) de Kiss. Además, no hay que hablar de una «leyenda» sólo porque actualmente está de moda citar al grupo como el Gran Modelo.

Es cierto que Kiss produjo varias canciones clásicas, como «Rock and Roll All Nite», «Deuce», «Detroit Rock City» y «Beth», así como un puñado de hits («I Was Made for Lovin’ You», «Sure Know Something» y «God Gave Rock ‘N’ Roll to You», entre otras), pero Paul Stanley definitivamente no es el mejor cantante del mundo, ni Gene Simmons el mejor bajista. ¿Qué ha convertido, entonces, a este grupo en una leyenda viva?

Kiss inventó el concepto del rock total. Con las caras pintadas, el vestuario provocador y los bramidos de las guitarras, las bombas de magnesio, baterías flotantes, picturediscs, pins, chicles, historietas, pasta de dientes y demás parafernalia. Kiss representa más que sólo música.

Kiss explota el rock como una forma de vivir, un estilo de vida que tiene poco que ver con la realidad cotidiana y por eso mismo despierta la imaginación de millones. Para el adepto al hard, un show de Kiss significa lo mismo como una emisión de Star Trek para el amante de la ciencia ficción: un viaje fantástico hacia otro mundo.

El catalizador inicial del concepto Kiss fue Neil Bogart, quien los contrató para su compañía disquera Casablanca en 1974 y tuvo la idea, en 1978, de lanzar cuatro discos solistas en forma simultánea. Sin embargo, fue Gene Simmons quien perfeccionó el concepto actual. Es el cerebro financiero y el director comercial del grupo. Cuida en persona que al finalizar cada gira mundial se puedan embolsar decenas de millones de dólares.

La receta oficial prescribe una mezcla de mantequilla derretida, colorantes, huevo, catsup y yogur, y el fan a ultranza confía plenamente en la sangre tibia de cabra. El número en que Simmons escupe sangre ha ayudado a vender más de 75 millones de discos. Gene Simmons es de los que arman sus propios homenajes, como el tributo Kiss My Ass, por ejemplo.

Paul Stanley, por su lado, es en muchos sentidos la contraparte de Simmons. Se encarga de cuidar el lado creativo del concepto. Es más discreto y prudente en sus declaraciones, pero puede explayarse por horas sobre su música. «A Kiss no le importan las normas y los valores de otros; los determinamos nosotros mismos. Puedo decir lo mismo del contenido de nuestras canciones. Hemos cometido errores, pero por lo menos los admitimos y tratamos de mejorar. No nos basta con saber que hemos sido una influencia para muchos. Queremos seguir provocando la imaginación,

Y que en alguna parte del mundo un adolescente de 16 años ponga alguno de nuestros discos y se interese por oír más”.

El grupo cumplió 20 años de fundado y los notables del rock de los cuatro puntos cardinales del planeta (acudiendo al llamado de Simmons) hicieron fila para homenajear a la que consideran una «leyenda» del rock. Es difícil de creer –aunque hoy lo confiesen sin vergüenza de por medio– cuánta gente en algún momento de su vida le birló el maquillaje a su mamá para posar ante el espejo escuchando «Rock & Roll All Nite».

Kiss My Ass –título franco del álbum tributo a Kiss– lo reveló. Cuarenta y dos grupos presentaron su solicitud de participación al difundirse la noticia del proyecto en el medio, entre ellos Die Toten Hosen, Soundgarden, Alice in Chains, Megadeth, Ozzy Osbourne, Nine Inch Nails, Pantera y Cypress Hill, para mencionar a unos cuantos.

Según los hechos sólo fueron aceptados la estrella country Garth Brooks, Lenny Kravitz y Stevie Wonder, los Lemonheads, Dinosaur Jr, Gin Blossoms, Mighty Mighty Bosstones, Toad the Wet Sprocket, Extreme, Anthrax, Die Ärzte y un grupo de all-stars reclutado bajo el nombre de Shandi’s Addiction, con Billy Gould (bajo y guitarra), Maynard Keenan (voz), Tom Morello (guitarras) y Brad Wilk (batería). El toque exótico corrió a cargo de la celebridad japonesa Yoshiki. Las razones de la selección fueron top secret entre los músicos y la compañía.

La idea para el álbum de tributo puso en la mira a las jóvenes estrellas del emergente rock alternativo estadounidense. «Hace algunos años –indicó el bajista de Kiss Gene Simmons, encargado de supervisar el proyecto– llegó a mis manos un disco pirata de grupos desconocidos como Nirvana, Stone Temple Pilots, Melvins y otros más, que habían grabado canciones de Kiss. Al poco tiempo se publicaron las primeras entrevistas con estos conjuntos y una constante fue: ‘¿El suceso más importante de mi vida?  Claro, la primera vez que vi a Kiss en el escenario’”.

En el disco, Kiss acompañó a Garth Brooks, produjo a Anthrax y presentó a Lenny Kravitz con Stevie Wonder, pero aparte de eso procuraron mantenerse fuera del proceso. Les pareció muy importante que cada quien tocara la canción como si se tratara de material propio y la selección de las piezas fue desde luego cosa del músico en cuestión. El grupo, se sabe, quedó más que satisfecho con el resultado. Algunas grabaciones son realmente sorprendentes, como la mini sinfonía del japonés Yoshiki.

Asimismo llamó la atención que un tipo tan inofensivo y sano como Garth Brooks rindiera tributo a un grupo alguna vez tachado de «compinches del diablo» en el «cinturón bíblico», los ultraconservadores estados del sur de la Unión Americana. En fin, el tributo ha cumplido un cuarto de siglo y Kiss, por su parte, 45 años de vida.

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