Plaster Caster

Arte groupie

Por SERGIO MONSALVO C.

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Su historia es de lo más fascinante. Se inició hace unos setenta años con la música como pretexto y desde entonces, con cada época, hay un giro de tuerca en su andar y en cuya espiral aparece un nuevo agregado al fenómeno. Comenzó como un acto de amor y hoy es un oficio bien recompensado: las groupies.

Su arco vital, al que no llamaría evolutivo, sino circunstancial, comenzó con la rosa inocencia de la fan, siguió con la fantasía de la admiradora que intimaba sexualmente con su ídolo, amante temporal y de ahí derivó en mil y un sustratos: como acompañante, confidente, amiga, madre, enfermera, novia, secretaria, contadora, agente y hasta esposa.

Como en todas las cosas de la vida en ello también ha habido clases y jerarquías. Desde hijas del proletariado hasta de la aristocracia y la plutocracia; desde escolapias y meseras hasta miembros del jet set internacional y hollywoodense. Sus edades de  ejercicio: entre los catorce y los treinta años más o menos.

E igual que como en todas las cosas hay un génesis, en esta historia el comienzo se dio con Elvis Presley y los baladistas sucedáneos. Muchos gritos, pero lo demás muy medido, muy secreto (casi todas eran menores de edad y las penas por trasgredir los límites demasiado altas social y judicialmente).

Luego llegaron los sesenta y la beatlemanía. La palabra fan cobró otro significado. Hubo histeria y la creación de clubes y de revistas. La comunicación entre ellas y los artistas se hizo intensa. Llegaron a saber más de sus ídolos que ellos mismos sobre sí.

Algunas destacaron sobremanera por sus acciones y hasta fueron protagonistas de canciones (“She Came In Through the Bathroom Window”, de McCartney, “The Apple Scruffs” de Harrison). Fue la cúspide del fanatismo rosa.

Pero luego llegaron las de los Rolling Stones y aquello comenzó a tomar otros derroteros. Así lo describió Keith Richards: “Cuando tienes a tres mil mujeres delante y arrancándose las pantaletas para lanzarlas hacia ti, te das cuenta de la fuerza increíble que has desatado: todo lo que les habían enseñado a no hacer jamás podían hacerlo en un concierto de rock and roll”, a lo que yo añadiría en el backstage, en los camerinos, en los hoteles, en los aviones, en los tours, en las residencias de los integrantes del grupo, etcétera.

¿Por qué lo hacen? Por admiración, por enamoramiento, por fama, por trepadoras, por diversión, por salirse de su casa, por infligir las reglas, como escape, por reafirmación, por promiscuidad, por las bajas exigencias, por snobs, por gusto, por el wannabe, como misión, por poder, por glamour, en fin, cada una tiene su propia razón o sinrazón.

(Actualmente, de la música han brincado a prácticamente todo acontecer social. Las hay de los deportistas, de los pintores, escritores, de los presentadores de televisión y hasta de los astronautas, en fin, de cualquier famoso. Aunque éstos ya se han vuelto muy cuidadosos con ellas por lo que a su imagen puedan afectar con las redes a su alcance).

Aquí es donde se abre una división tajante entre ellas: unas son las románticas, otras las pragmáticas, algunas son fatales y otras malvadas, la gama es muy amplia y el espacio para abarcarlas pequeño, así que siendo muy sintético y reductivo mencionaré a vuelapluma a las más destacadas históricamente.

Entre las fatales están por supuesto Nancy Spungen (Sid Vicious), Coutney Love (Kurt Cobain), Anita Pallenberg (Brian Jones/Keith Richards). Entre las malvadas: Yoko Ono (que redujo a John Lennon a su mínima expresión) y Kelley Lynch, (que le robó a Leonard Cohen todos los ahorros de su vida).

Entre las pragmáticas más rentables están Pattie Boyd (Eric Clapton/George Harrison), Pauline Butcher (Frank Zappa), Pamela Des Barres (con todo un directorio de músicos en su haber), quienes se sostienen con los libros que han escrito sobre sus respectivos rockers, revelando a cuentagotas aquella relación en todos sus detalles y traicionando la confianza depositada en ellas.

De las pragmáticas glamourosas se puede citar a Kate Moss (Libertines), Pamela Anderson (Motley Crüe), Carmen Electra (Jane’s Addiction), Gwyneth Paltrow (Coldplay), hasta llegar a la cereza del pastel: Margarete Sinclair (luego Trudeau, como casada con el Primer Ministro Pierre Trudeau, que se hizo groupie de los Rolling Stones). Todas ellas con carreras de modelo, de actrices y Primera Dama (de Canadá), respectivamente.

Yo prefiero hablar de las románticas, de las que lo hicieron por amor, sin esperar nada a cambio; de las que acompañaron, trataron con cariño y acompañaron a los rockeros en su andar por los caminos; de las que sabían y se enteraban de cosas pero se las guardaban para sí.

Citar a las nobles y guerreras de los tiempos clásicos: Sable Starr, Bebe Buell, Lori Maddox y Geraldine Edwards, que fue la inspiración para el personaje de Penny Lane en la película Almoust Famous, de Cameron Crowe.

De Catherine James, Connie Hamzy, Cherry Vanilla, Dee Dee Keel, Margaret Moser, Patti Johnsen, Tura Satana, Patti D’Arbanville y Cassandra Peterson, de las GTO’s (que formaron este grupo a instancias de Frank Zappa), pero también de groupies contemporáneas como Mandy Murders, Lexa Vonn y The Plastics. Y una más, muy destacada por su bizarra labor a los largo de las décadas: Cynthia Plaster Caster.

El culto fálico ha formado parte de las civilizaciones, tanto de la antigüedad como en las modernas. Actualmente, sus manifestaciones pueden encontrarse en diversas piedras, columnas, monumentos, esculturas (incluso en la decoración de algunas iglesias), galerías y museos (el arte de Lee Lozano, por mencionar alguno).

Tal costumbre se observó en Egipto, Grecia, el Medio Oriente, Mesoamérica y la India. Existe ahí un grupúsculo, la de las Saktas, que se dedica a la adoración del órgano masculino. En la Norteamérica primitiva el culto formó parte de algunas tribus, y su resurgimiento se dio en los años sesenta del siglo XX para continuar hasta nuestros días.

Por ejemplo: de todos los fetiches hendrixianos, la impresión en yeso de su erección debe ser el más extremo. «El Pene de Milo» lo llamó su dueña, Cynthia Plaster Caster, y fue eternizado en molde el 25 de febrero de 1968 en la habitación de Jimi en el hotel Conrad Hilton de Chicago entre dos presentaciones de la Jimi Hendrix Experience.

Fue el primer trofeo de Cynthia Albritton, que con el apodo “Plaster Caster” se acercó a Hendrix y éste aceptó la propuesta de inmediato. Cynthia llevaba un maletín con todos los utensilios necesarios (yeso, una sustancia llamada alginato, cucharas, vaselina, vasos de plástico, una espátula y un florero).

La idea era que Hendrix introdujera su miembro erecto en el florero lleno de alginato. Luego debía sacarlo justo antes de que perdiera la erección, y entonces había que llenar el hueco con yeso. Ella midió los ingredientes, tomó apuntes y produjo la erección. Métodos típicos de cualquier científico. El asunto desde luego alimentó la leyenda del guitarrista como dios del sexo.

Y así Cynthia continuó con su trabajo. Sin embargo, tuvo que vivir casi veinte años sin esa escultura ni las otras veinticinco erecciones de estrellas de rock, que había podido conseguir (de integrantes de los Animals, Raiders of the Purple Sage, Dead Kennedys, Jello Biafra, Elastica, Buzzcocks, Mekons, MC5, a Ministry y Momus, entre otros), debido a que al amigo al que se las había encargado mientras viajaba con algún músico, no se las quiso devolver. El largo pleito legal finalmente se decidió a favor de Cynthia, y después de muchos años de separación se volvió a reunir con ellas.

La idea para este hobby de groupie extravagante surgió cuando Cynthia estudiaba en la Universidad de Chicago. De tarea le dejaron sacar «una impresión en yeso de un objeto duro». Su proyecto fue el más insólito de la clase. Unió su amor por el rock a su oficio artístico.

Hoy en día, cincuenta años después, Cynthia sigue dedicada a su pasatiempo, pero con menos frecuencia y lo ha ampliado a otras disciplinas (cineastas, actores y artistas plásticos). Es muy selectiva al elegir a sus objetos y sólo aborda a artistas cuyo trabajo admira.

Por el momento, Cynthia Plaster Caster expone sus esculturas en diversas galerías de Nueva York, y sus andanzas y tales puestas han sido objeto de documentales como Plaster Caster (2001, de Jessica Everleth) y My Penis and I (del 2005, para la BBC de Londres).

Asimismo ha sido personaje en un puñado de canciones como “Five Short Minutes” de Jim Croce, “Plaster Caster” de Kiss, “The Penis Song” de Momus y  «Nanny Nanny Boo Boo» de Le Tigre, entre algunas de ellas.

Tiene pensado publicar su autobiografía en un futuro próximo, y realizar una exposición itinerante a nivel mundial. Ella es el epítome de la groupie que no se conformó con un simple autógrafo y que elevó su admiración a la categoría de arte, por más bizarro que éste sea.

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