Singapur

Movimiento twang

Por SERGIO MONSALVO C.

Página Web

Twitter: @SergioMonsalvoC

Escucha y/o descarga el Podcast: 

Singapur es un trending topic, y es objeto de muchas consideraciones. ¿Por qué? Porque es una ciudad global y porque es modelo de la urbe futura. Pero su importancia no es ni será efímera como todo lo que se genera On line. La suya ha sido diseñada y hasta el momento ha cumplido con lo planeado.

A pesar de estar en el país más pequeño del sureste asiático, esta capital se ubica entre las diez mejor situadas en los rubros que actualmente cuentan para el mundo en general. Su estratégica posición geográfica (entre Malasia e Indonesia) la ha colocado en uno de los epicentros más prestigiosos.

Es parte de una isla-estado (compuesto por 63 islas) con un área de 800 Km2 y una población de alrededor de 5 millones de habitantes, que ha pasado por una historia de mil años aproximadamente y un sinnúmero de pertenencias colonizadoras, incluyendo a China, Japón, la Gran Bretaña y Malasia.

Desde su independencia en los años sesenta, ha mantenido un desarrollo sostenido que la ha colocado como destacado centro económico, financiero y cultural (tras Londres, París y Nueva York) y como uno de los “cuatro tigres asiáticos”: Hong Kong, Corea del Sur y Taiwán.

Actualmente está en primer lugar de varios indicadores a nivel internacional que la erigen como ejemplo: educación, sanidad, transparencia política y competitividad económica. Así como también es el tercer país con mayor renta per cápita del mundo.

Es uno de los centros neurálgicos del comercio mundial, cuenta con el tercer mayor centro financiero y el segundo puerto que más mercancías mueve en el orbe. Es cosmopolita (la mitad de su población es extranjera) y muticultural (con cuatro idiomas oficiales).

Y también está en el ranking de las más importantes ciudades globales por su dinámica urbana, un efecto directo y tangible en los asuntos mundiales como economía, finanzas, educación, deporte, infraestructura diversa e influencia en términos de cultura y política, entre otros.

Es decir, estoy hablando de una ciudad punta en todos los rubros que sitúan a una urbe moderna, como objeto tanto del turismo más selectivo (médico, culinario, académico, artístico) como de las empresas multinacionales.

Justamente ahí, el cruce de culturas ha generado toda clase de ambientes para el desarrollo musical, por ejemplo. La gama de la oferta en este sentido es amplia y variada. Sin embargo, a mí me ha llamado la atención con un nicho particular: el twang rock.

Existe sí, el experimentalismo y el avant-garde, pero con la directriz china por delante, menor en cuanto a parámetros estéticos. Existe también la convivencia con lo folklórico, étnico y tradicional (pero es para cubrir la papeleta con el sector turístico, más que otra cosa).

En cambio, lo retro, tan característico de la época en todo el planeta, es la moneda de cambio por estos lares también: lo hay en la canción pop y en el indie; en el O¡! punk y el hardore, en los standards de los crooners y en el lounge de los bares y casinos que brotan por doquier.

No obstante, en muchos de los clubes y antros donde se reúnen jóvenes se ejecuta el llamado twang  (un movimiento que conlleva varias capas de recubrimientos sonoros e instrumentos muy particulares, además de una vestimenta hipermoderna (vintage, playera, existencialista, ye-yé o manga, con sus combinaciones y según el sitio que se visite).

Las capas sonoras van desde el surf y el rock instrumental pre-beatle, hasta los del rock psicodélico y el go-gó tamizado en Indochina, en cuanto a los requerimientos instrumentales. Eso sí, con el debido tratamiento lo-fi ya incluido en las ordenanzas de los cartapacios rockeros del siglo XXI.

La historia de este movimiento singapurense digamos que comenzó en Hawai (¿será lo insular algo que venga inserto en los genes?). Porque el acto de surfear nació en Hawai. En el siglo XV se contaba ahí con un amplio repertorio de cánticos para implorar a los dioses las olas propicias.

En 1779, el británico capitán Cook anotó en sus bitácoras que había observado a toda una bahía llena de hawaianos que se deslizaban de pie sobre el agua en tablas cortas de madera lisa. Sus marinos trataron de aprender la costumbre, lo que dio lugar al roce cultural.

Al principio del XX los estadounidenses descubrieron esta diversión de los «nobles salvajes». En 1907, por ejemplo, el incansable viajero y gran escritor, Jack London escribió un primer artículo al respecto con el título de «Un deporte real: el surf en Waikiki» para una revista femenina.

Sin embargo, el surf tal como lo conocemos no se desenvolvió plenamente sino hasta fines de los años cincuenta, cuando esta isla pasó a formar parte de la Unión Americana y, además de los collares de flores y pic-nicks playeros (luaus), el uso de la técnica slack key (que hacía deslizar un tubo e vidrio sobre las cuerdas) introdujo en la cultura musical la bottleneck para tocar la guitarra en los blueseros y artistas del country.

El benigno clima atrajo a muchos veteranos de las recientes guerras en el Pacífico y en Corea, quienes no deseaban acostumbrarse nuevamente a las cadenas de la rutina fabril. De manera particular se habían aficionado ya a la espuma delirante de aquellos mares.

Por otra parte, Los Ángeles comenzó a gozar de un auge económico. Grandes industrias y zonas residenciales brotaron del suelo como hongos y otorgaron un nivel de vida muy alto a la población, que hizo entre las costas californianas y Hawai una vía muy transitada.

El vestuario de los surfeadores consistía en shorts y camisas floreadas estilo Hawai o Pendleton. Se filmaron infinidad de películas sobre el género y en los bulevares a lo largo de las costas  prosperaron las tiendas que vendían todo lo inspirado por el espíritu del deporte.

El fabricante de instrumentos Leo Fender abasteció a la comunidad con las obligatorias guitarras Stratocaster con palancas (con el efecto slack key inserto) y con amplificadores provistos de aparato de eco (reverb) ya instalado, elementos que resultarían característicos para el sonido de los surfeadores.

Aparecieron entonces músicos como Link Wray, Duane Eddy, Dick Dale, Rivingtons, Challengers, Nobles, Frogmen, Phantom Surfers, Bel-Airs, Trashmen y The Ventures, todos los cuales participaron en el éxito del surf a cuenta del rock instrumental, a los que luego se agregaría la lírica respectiva con Jan & Dean y a la postre con los Beach Boys.

No obstante, el surf perdió terreno al llegar la «Ola Inglesa», protagonizada por los Beatles, entre otros. La comunidad se desmoronó y el clima en las playas experimentó un cambio radical: hubo violencia y drogas duras, y los surfeadores de la vieja escuela odiaban a los recién inscritos a la moda.

Éstos venían procedentes de las ciudades y todos los fines de semana inundaban las playas. La industria del esparcimiento, a su vez, se dedicó a abrir el mercado para la novedosa patineta y el esquí. Parecía que todo estaba dicho.

Sin embargo, el sonido surf no se extinguió. Los originadores de aquello se trasladaron con él y su parafernalia a las antípodas, a lo más lejano de aquello, a Australia, a Indochina, a Singapur “donde las olas rompen con emoción”.

En el ínterin, en la visagra temporal entre décadas (50-60), el ritmo había cruzado el Atlántico y llegado a las costas británicas. The Shadows, grupo que se formó para acompañar a Cliff Richard y luego seguiría su propio camino, funcionaron como catalizadores entre el ríspido sonido californiano y los requerimientos del lounge a principios de los sesenta.

Su asepticismo instrumental se acomodó a las adaptaciones de melodías folklóricas, standards cinematográficos y el pop más cercano. Se trató de surfear sobre estas diferentes olas en las islas de la Gran Bretaña. Tuvieron un éxito inusitado, además de despertar el gusto por la guitarra de muchos adolescentes. A su nivel, aquel grupo también fue parte de la construcción de una década prodigiosa.

Sus numerosas grabaciones viajaron sin interrupción hacia las colonias y ex colonias británicas, entre ellas Singapur (“Lion City”, como se le conoce),  que adoptó a aquel grupo como padrino de su naciente rock. A ello se agregó la ola de surfistas estadounidenses, prófugos de la moda californiana.

Con ellos llevaron también su música que entró a formar parte también de la construcción del twang rock. Éste fue llamado así por la semejanza onomatopéyica con la vibración que hacia la cuerda de un arco tras disparar la flecha. El “twang” lo producía la palanca instalada en las guitarras del surf, como elemento sonoro primordial.

La trasculturación llevó un proceso semejante en toda aquella región. Los inmigrantes occidentales implantaron sus gustos musicales. Los habitantes locales los adaptaron a los suyos, en una muestra del pragmatismo cultural que caracteriza aquella zona geográfica.

Enriquecieron su bagaje con lo recién llegado, el idioma  facilitó en mucho la asimilación (el inglés es uno de los idiomas oficiales junto al chino, malayo y tamil) y le agregaron su tonalidad, su acento, sus propias cuitas y el lenguaje necesario en cada caso.

Así que Singapur desarrolló su propia escena surfera en este sentido y vio pasar las décadas y el ir y venir de su protagonismo. Actualmente vive un auge, con el sentimiento retro a contracorriente de la dinámica citadina (con sus diversas orkes y bands como The Jayhawkers, The Siglar Boys o The Twilities).

Los clubes detentan faunas y estilos diferentes, desde el más salvaje (con Dick Dale como icono) hasta el más plácido (con el recuerdo de The Shadows).

Lo practican a su manera, en los cientos de playas que contienen las islas que conforman este país primermundista del cual Singapur, la ciudad, es no sólo la gran urbe sino igualmente una gran marca que atrae a todo el mundo, con una enorme variedad de asuntos, incluyendo el exótico twang rock.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.