David Bowie is

El Ser Moderno

Texto y fotos de SERGIO MONSALVO C.

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Lugar de destino: la experiencia “David Bowie is”, el encuentro con el legado de un personaje singular recién partido. Fecha: Next Day (al día siguiente de la muerte de otro de mis héroes): Johan Cruijff. La Parca está abusando. Salida. Central Station de Ámsterdam. Hace frío, pero no llueve.

Con boleto ya comprado vía electrónica. Con día y hora establecidos. Única forma de poder entrar a la muestra, debido en mucho a la cantidad de gente que ha acudido desde que se inauguró (el 11 de diciembre del 2015, pero por la cantidad de solicitudes primero, y luego por la circunstancia del fallecimiento del músico, después (10 de enero), los focos de la atención mundial hicieron que se alargara del 13 de marzo, en que estaba pactada su clausura, hasta el 10 de abril del 2016, un mes más).

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Es un viaje de dos horas en tren (lo mismo se hace en auto, pero siempre es más placentero viajar en tren, sin duda). Voy a Groningen, una ciudad que queda a 187 km al norte de Ámsterdam. Ahí se erige el Groninger Museum, uno de los museos más prominentes de Los Países Bajos. Está ubicado frente a la estación central de trenes de aquella ciudad (una hermosa construcción fin de siècle, por cierto), cuya población normal es de alrededor de 200 mil habitantes, y que se ha visto incrementada por más de un millón de visitantes en estos meses debido al fenómeno Bowie.

No sólo es asombroso el museo por el diseño del arquitecto italiano Alessandro Mendini (que lo llevó a cabo entre 1990-1994), sino también debido a la variedad de preentaciones de arte contemporáneo nacional e internacional que ahí se realizan regularmente.

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Camino unos doscientos pasos, atravesando el puente sobre un canal, y llego de inmediato al famoso inmueble. Pero como es temprano tengo aún una hora antes de la que marca mi boleto. Entro al restaurante (que lleva el nombre de arquitecto) por el que se tiene que atravesar a fuerza hacia al museo y corro con la suerte de que en ese momento unos comensales se levantan y puedo ocupar la mesa y sentarme a comer algo.

El menú del local anuncia con bombo y platillo una hamburguesa y un pastel especiales: la “Bowieburger” (con pepinillos, cebolla roja, queso Cheddar, ensalada verde como guarnición, lo mismo que papas fritas estilo Flandes, doce euros con cincuenta), que pido al igual que una cerveza local de barril (3,75), y el “Bowie Museumtaartje”, pastelillo que no se me antoja.

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A la hora indicada me enfilo hacia el saturado vestíbulo del museo, donde deambulan y hacen fila decenas de personas de lo más heterogéneo (en edad, procedencia, vestimenta y expectativas). Dejo mis cosas en el guardarropa (me dan el boleto 317). Los guías avisan que está prohibido tomar fotos e indican hacia dónde hay que dirigirse. Subo la preciosa escalera de mármol azul lapizlásuli hasta llegar a la fila de entrada. Ahí, hay un corte cada cinco minutos y con cada grupo de 20 personas para evitar apelotonamientos en las primeras salas. Cosa que difícilmente se logra.

Una vez dentro de la primera comienza la narración (multimedial) de una era, de una época, que con sus variantes musicales y estilísticas va trazando tramos diversos de la historia de la cultura popular a nivel global y que de sí mismo hizo el icónico artista (“David Bowie is”) junto con los curadores del Victoria and Albert Museum (V&A) de Londres, de donde partió esta exposición (inaugurada en el 2013), para viajar desde entonces por el mundo (Toronto, São Paulo, Berlín, Chicago, París, Melbourne, Groningen…).

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Un encuentro pensado por Bowie como penúltimo acto artístico (el postrer sería su disco Blackstar y los videos que lo acompañan), antes de hacer mutis a principios del 2016 a los 69 años de edad y eternamente joven.

La retrospectiva despliega una narración (auto)biográfica de lo más contemporáneo por parte de su protagonista. En ello participaron de manera muy inteligente los curadores Victoria Broackes y Geoffrey Marsh (iluminando cada paso del artista), así como los de los sucesivos museos.

Sala por sala se va construyendo su personalidad, a partir de la transformación de un tal David Robert Jones en el extraordinario David Bowie, insigne referente cultural del siglo XX e inicios del XXI. Él fue un ente renacentista que utilizó todos los medios de la época como herramientas y como formas de transmisión para sus ideas. De tal manera se suceden las etapas por las que pasó y dejó huella.

Dibujos, pinturas y bocetos para portadas de discos y sets, además de letras garabateadas de canciones, boletos de entrada, recuerdos personales, cuadernos de apuntes, fotos, recortes de revistas y periódicos, retratos (que hizo o le hicieron) lo mismo de Iggy Pop que el óleo del pintor expresionista Erich Hackel, que sirvió de inspiración para la portada del álbum Heroes.

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Hay una sala completa dedicada a recordar la etapa berlinesa del cantante que fue, según Victoria Broackes, “una de las más felices de su vida y donde logro expulsar a sus demonios”, además de crear una trilogía musical considerada entre sus obras maestras, con los álbumes Low, Heroes y Lodger.

Cientos de objetos que recrean su desarrollo artístico, entre los que se incluyen algunos conciertos, sus videos fascinantes y memorables vestuarios, todos los trajes que utilizó en diferentes momentos de su vida, tales como el de su personaje Ziggy Stardust, las creaciones de Kansai Yamamoto para su gira Aladdin Sane en 1973 o el asombroso abrigo Union Jack, ideado por Bowie y Alexander McQueen en 1997.

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El británico tuvo, además, una respetable carrera cinematográfica, de la que se exponen guiones, intercambios epistolares con los involucrados, avances, fragmentos, carteles, cortos y hasta cameos en los que participó; la gran pantalla literalmente amplificó su personalidad y su misterio. David fue una celebridad, auténtica y original, incluso se casó con una modelo, como manda el cliché. Y siempre se condujo como lo que era: una estrella del rock.

Este gran muestrario despliega todo eso, de manera semejante al desarrollo visual y al impacto de su música. Y no se olvida de citar a sus influencias al igual que él lo hizo, a su vez, en una amplia variedad de movimientos en dicha disciplina lo mismo que en el arte plástico, el diseño, el teatro y la cultura contemporánea en general. Para esto armó y colgó en la pared su propia tabla de elementos, como en la química, en la que indicó el peso de cada uno de ellos en su evolución y forma de ser como era.

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Dicha exhibición la complementa el documental homónimo, que conduce a la audiencia por el viaje único que significa la carrera y vida de Bowie (una cosmogonía en expansión y la explicación de cómo encajó todo en su universo) con invitados especiales, incluyendo a los diseñadores de moda mencionados, el vocalista de Pulp, Jarvis Cocker, y muchos otros participantes, que hablan de las historias detrás de algunos objetos clave, eslabones de un continuo escurridizo.

Al ir pasando por las salas confirmo para mí, aquello de que los humanos somos criaturas que se cuentan historias a sí mismas para entender qué clase de entes somos. Relatos como el de este personaje se convierten en lo que conocemos, en lo que entendemos y en lo que somos y, como en su caso, también en lo que nos convertimos y en lo que tal vez podemos llegar a ser. Porque Bowie is nos enfrenta a un ser que siempre buscó ser moderno al estilo rimbaudiano, con toda la poesía que conllevó tal experiencia vital.

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Rimbaud, aquel visionario maldito, escribió en Una temporada en el infierno: “He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He intentado inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas […] ¡Hermosa gloria de artista y narrador apasionado! […] Hay que ser absolutamente moderno”.

El rock es un lenguaje heredado de tal poeta. Su progresismo lo caracteriza la búsqueda por la diversidad formal y su constante preocupación existencial por continuar siendo “moderno”. Lo cual es un estado de la mente. ¿Puede haber entonces algo más rimbaudiano que el rock?

La obsesión de Rimbaud por el cambio, por agenciarse la modernidad, es reproducida a la perfección en la constancia del género por ocupar nuevos territorios. «Il faut être absolument moderne«, proclamó el poeta francés. La acción y la reforma en este sentido constituyen la esencia del arte rimbaudiano, lo mismo que la del quehacer rockero, de la que Bowie is.

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