679. Balkan Beats: El sonido y la furia

Por Sergio Monsalvo C.

Exótica y peligrosa. Esos han sido siempre los calificativos para definir una región del planeta plagada de leyendas y en constante conflicto, porque ahí es donde se entrelazan Oriente y Occidente. Desde Drácula y los gitanos hasta el terrorismo y la creación del concepto “balcanización” (división política violenta y artificial), aquella zona del sureste europeo ha dado de qué hablar constantemente por su sino fatal y dramas humanos centenarios.

El exotismo que la caracteriza tiene que ver con el cruce étnico, cultural y geográfico de la más diversa índole. Cordilleras, valles, ríos, mares, puertos, ciudades y bosques con nombres evocadores y sugerentes como Dardanelos, Bósforo, Mar Negro, Egeo, Danubio o Mediterráneo, hablan de los ricos y complicados antecedentes de casi una decena de países: Albania, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Grecia, Macedonia, Montenegro, Serbia, Kosovo y una parte de Turquía.

A ellos se agregan otros que, aunque no están considerados dentro de la región, sus lazos históricos también los aglutinan: Ucrania, Rumania, Eslovaquia, Croacia, Hungría, Eslovenia y Moldavia. Un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados de extensión, aproximadamente.

La Península de los Balcanes con todos estos elementos ha generado manifestaciones artísticas múltiples, como el balkan beat, por ejemplo. En materia musical sus ecos vienen de muy lejos en el tiempo, tanto como la existencia de los zíngaros y romanís. Cada país ha dotado a la sonoridad conjunta su folclor y tradiciones, tanto como de los ajenos

Aunque el balkan beat procede de un territorio convulso en el que abundan las etiquetas nacionalistas (serbios, croatas, bosnios, kosovares, etcétera) se considera un sonido sin patria definida. Y no lo puede ser porque muchos de los países que han aportado algo a su estructura ya no existen, han sido divididos o ya tienen un nuevo nombre. La nacionalidad de dicho sonido sólo permanece en algún rincón de la música y en la memoria de quienes la componen actualmente.

Sus intérpretes han optado por pensar que si su país ha desaparecido eso significa un descubrimiento: el de saber que tal cosa no existía; que no era algo geográfico, sino emocional. Y ya no se sienten representes de una nación o un Estado. Sólo de ese territorio emocional humano que es la música y que ésta no tiene nada que ver con la política o la religión que todo lo retuercen.

Para el balkan beat la música es un lenguaje anterior a la palabra y la suya está hecha de mezclas, interrelaciones e híbridos en una zona donde los muy nacionalistas y fundamentalistas exigen pureza. Por lo tanto, es combatido como si del “mal” mismo se tratara. El balkan beat está antes que los lenguajes, la religión y la política. Algo inconcebible para quienes creen tener siempre a Dios de su lado.

En aquella zona del mundo con esta música siempre se canta alguna melodía escuchada de los ‘enemigos’ y siempre se oye alguna de las propias en labios de ellos. Es algo normal, histórico. Durante cuatro o cinco siglos ha sido vértice entre católicos, ortodoxos y musulmanes.

Es un sitio donde todo encarna a Frankenstein. Cualquier asunto cultural lleva un Frankenstein dentro. Es inevitable. Pero las guerras para imponer fronteras hasta en el pensamiento o los sentimientos, además de masacrar gente, quemar casas, intentan aniquilar una infraestructura cultural, edificada por los hombres con gran dificultad durante mucho tiempo.

Sin embargo, ha sido en la actualidad del siglo XXI que la diáspora balcánica se ha dilatado hasta alcanzar cada rincón del mundo pese a los muchos momentos aciagos que han padecido sus poblaciones. Quizá por ello su música en general, además de ser un imán sonoro, es tan furiosamente extrovertida en lo alegre y festivo tanto como en lo triste y carnal, según la ocasión y ceremonia.

Los sonidos agitanados, los ritmos frenéticos, la improvisación, la fusión de voces búlgaras, pop rumano, klezmer moldavo, la música de mariachi, el tex mex, el rock y reels lingüísticos con los matices hindús y mediterráneos de su actualidad mezclan los instrumentos tradicionales con los tecnológicos (trompetas, tubas, sousafones, oboes, acordeones, guitarras, mandolinas, saxofones, clarinetes y teclados avant-garde, entre ellos), lo cual da como resultado los balkan beats contemporáneos que ya se escuchan en clubes, auditorios y celebraciones por doquier.

A la difusión han contribuido varios elementos. Por un lado, la facilidad de las comunicaciones debida a la globalización; por otra, la grabación y distribución de dichas expresiones por parte de compañías discográficas independientes, así como la relación interdisciplinaria con el cine.

En este último rubro ha tenido un papel muy destacado el cineasta y músico serbio Emir Kusturica, quien con diversos filmes como Dom za vesanje (Tiempo de Gitanos), Arizona Dreams, Underground y The Good Thief, por mencionar los más destacados, ha puesto en el mapa mundial aquella música.

Tales películas muestran las realidades de la zona: la guerra eterna, los embrollos étnicos, la debacle de las economías, pero también cómo las culturas han sabido llevar todo eso y sobrevivido. Es un panorama de esa intersección geográfica acompañado por música comunitaria, electrizante y de éxtasis anímico (en colaboración con el compositor Goran Bregovic).

Los soundtracks de las mismas dieron paso al descubrimiento, a la secuela y a la explosión demográfica de grupos que interpretan los balkan beats por todo el planeta. Entre los primeros se encuentra la agrupación de la que era parte Kusturica –como bajista– y que acompañó sus bandas sonoras: The No Smoking Orchestra. Banda de culto que interpretaba la música balcánica con humor y sátira política enmarcada por el punk rock gitano.

Entre las formaciones tradicionales precedentes al movimiento se encuentran Taraf de Haïdouks. A pesar del sinnúmero de bandas que existen en Rumania, a ambos lados de los Cárpatos, ésta se ha distinguido por su reputación. Son intérpretes oriundos de Clejani (al suroeste de Bucarest), quienes en 1988 produjeron su primer disco in situ para el sello francés Ocora y de ahí brincaron a la internacionalización.

Derivados pedestres de esta agrupación cada verano se dispersan por Europa occidental y son el espectáculo de plazas y calles de las distintas ciudades.

Las obras de éstos y otros músicos empezaron a conocerse y a ser buscadas por los muchos seguidores de la diáspora balcánica, quienes la han elevado al horizonte popular en el mundo entero. Así, hoy son conocidos la Boban Markovic Orchestra, Gogol Bordello, Shantel, Miss Platnum, Fanfare Ciocarlia, Ahmed má Hlad, la Brass Band o las antologías de las Balkan Beat Box, entre otros muchos ejemplos.

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