577. Roy Hargrove: Un peregrino en La Habana

Por Sergio Monsalvo C.

A los 28 años de edad, el trompetista y compositor texano Roy Hargrove ya era un músico con mucha experiencia. Al lado de su contemporáneo Joshua Redman, Hargrove era uno de los representantes más importantes de la nueva generación del jazz estadounidense. Y aunque simbolizaba a dicha generación, ya tenía sus buenos ocho años bajo los reflectores de los escenarios más sobresalientes de jazz en el mundo y había sacado decenas de discos, tanto como líder y como sideman.

Los muchos jazzistas veteranos con los cuales había tenido oportunidad de tocar, sin lugar a dudas lo habían ayudado en su desarrollo. El trompetista aprendió a manejar la música de manera variada y en diversos sentidos.

Hargrove fue un músico que siempre se entregaba al cien por ciento en sus actuaciones, tanto en discos como en vivo. Como sideman cumplía con un papel de apoyo. Y cuando tocaba con algunos de sus mentores, como Sonny Rollins, Jackie McLean u Oscar Peterson, también le agregaba el elemento del aprendizaje.

La diferencia era que en estos grupos se le proporcionaba la información y en cualquier momento dado podía hacer uso de ella. Mientras que donde lideraba él, les tenía que pasar la información a los músicos que tocaban en su grupo. No era cuestión de tener más o menos libertad. La libertad estaba en la música. Como sideman no se cargaba con la responsabilidad del todo, sino que trataba de mostrar lo que era capaz de aportar al todo del otro.

«Valoro tocar con un equipo y presentar a mi grupo como tal ??comentaba–. Sin embargo, la improvisación sigue siendo importante, pero a veces se ubica en la fase anterior a la grabación de un disco. Los nuevos repertorios se crean durante las giras, por el contacto con otros músicos y nuevas ideas. Escribir muchas composiciones es la mejor manera de conocerse a sí mismo».

En 1997, el trompetista seguía sorprendiendo. Cuando ya se le tenía bien identificado como neobebopero, llegó con una música totalmente distinta. En el grupo Crisol se reunieron en torno a él los mejores músicos cubanos de aquel momento. Hargrove no la llevaba fácil con esa compañía.

En el aspecto político debido al boicot severo contra Cuba, por lo cual no se veían con buenos ojos las colaboraciones de estadounidenses con cubanos (a Ry Cooder ya le habían pasado la cuenta), por lo cual el nuevo disco, Habana, no se conseguía en los Estados Unidos. Y tampoco en lo musical lo era, porque los complejos ritmos le dieron mucho quehacer a Hargrove. En el álbum todas las piezas llevaban un minucioso trabajo previo de composición y de arreglos.

Así, Habana fue más un disco de jazz con ritmos cubanos ??tocados de manera sólida– que un disco de jazz latino. No obstante, resultó atractivo porque contagiaba. Hargrove se desentendió ahí de la tradición del hard bop y lanzó unos solos particularmente buenos. En el álbum, las mejores tradiciones caribeñas se mezclan en una combinación sabrosa con el jazz.

«Es increíble colaborar con músicos de otras culturas –señaló a la postre–. Permite trabajar desde puntos de partida muy diferentes hacia un objetivo común: la creación de belleza. En eso se basa el álbum Habana y el grupo Crisol. Crear un bello sonido nuevo desde un crisol de culturas».

Hargrove conoció al pianista cubano (y fundador de Irakere) Chucho Valdés y al conguero Miguel «Anga» Díaz en 1996, cuando Valdés trabajaba como programador del Festival de Jazz de La Habana e invitó al cuarteto de Hargrove para un concierto. De eso resultó enseguida una jam session intercultural, que impresionó sobremanera al trompetista.

Posteriormente, Valdés y Díaz lo sorprendieron visitándolo en el Village Vanguard de Nueva York. La misma noche encontraron cabida en la Roy Hargrove Big Band. Así se dio la primera semilla para el álbum de Crisol, proyecto del cual nació el conjunto de diez integrantes con el mismo nombre. Hargrove siguió los pasos de Gillespie en el intento por integrar el jazz estadounidense con el cubano.

Crisol se reunió por una semana en Orvieto y en enero de 1997 grabó el disco Habana durante el festival Umbria Jazz Winter. Las cintas dieron vueltas durante dos días, a veces frente al público, en otras ante un auditorio vacío, pero «en vivo». Bajo la dirección de Hargrove se juntaron, aparte de Valdés, Díaz y el baterista Horacio «El Negro» Hernández, el trombonista Frank Lacy, Gary Bartz en el saxofón alto y el joven David Sánchez en el tenor.

Para la pieza «Nusia’s Poem» se les unieron, además, John Hicks en el piano y el baterista Idris Muhammad, quienes se estaban presentando en el mismo festival con sus propias formaciones. Aquello se convirtió en una fiesta de ritmos.

De la experiencia de Hargrove al respecto, se desprendió que lo que más le llamó la atención en Cuba fue la importancia que la música tiene en la vida de las personas. Muy distinta que en los Estados Unidos. En Cuba la música forma una parte importante de la educación y por lo mismo el nivel profesional es muy alto. Al mismo tiempo la música se interpreta con una pasión tremenda. Todo eso le atrajo mucho.

Desde luego, el trompetista sintió cierto parentesco, al igual que en el caso de la música brasileña, por ejemplo, porque todo eso tiene la misma base que el jazz: el ritmo y sobre todo la forma en que se comunica la música por medio de ese ritmo. Por eso no se ve cómo pueda ser cierta la afirmación de algunos despistados en el sentido de que el jazz es una música puramente estadounidense. El ritmo es el fundamento del jazz y determina su swing. Y ese ritmo tuvo su origen inconfundiblemente en África.

Esta expedición al maravilloso mundo musical de los cubanos se dio en un momento importante de la carrera de Hargrove, en el que tenía que mostrar un estilo personal para distinguirse de sus compañeros de instrumento y de generación como Marcus Printup, Marlon Jordan, Russell Gunn y Roger Ingram.

A punto de cumplir los 29 años de edad, imprimió con Habana un sello permanente en la historia del jazz. A Hargrove se le apreciaba ya como a un tipo de sentido estético confiable, productor de tonos nobles y guardián de una tradición musical negra propia, la cual iba adquiriendo tintes de clasicismo. Se confirmó en los siguientes años y discos, lamentablemente, el tiempo no le dio la oportunidad de seguir mostrando su evolución, el trompetista falleció el 2 de noviembre del 2018.

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