562. Fats Domino (Tributo al Titán)

Por Sergio Monsalvo C.

Tras el desastre del huracán Katrina (2005), mucha gente dio por muerto a Fats Domino (1928-2017), una leyenda tanto del mejor R&B procedente de Nueva Orleans, como del fruto más importante del mismo: el Rock & Roll. La noticia resultó falsa.

El gran Domino, que por entonces contaba con 77 años, apareció entre los escombros y desde entonces la ciudad lo resguardó como el tesoro que era, hasta su fallecimiento una década después.

Antoine Domino Jr. (su nombre real) fue uno de los pianistas más excitantes y originales de la Big Easy (como se conoce también a aquella metrópoli). Con su estilo despampanante en las teclas, este auténtico pionero fue un enlace importante para la eclosión del rock ‘n’ roll, y un clásico desbordante que endulzó el oído de muchos jóvenes que a la postre se convirtieron en músicos y lo tributarían en sus repertorios.

A lo largo de las pasadas tres décadas, una de las explosiones en el género, en todos sus campos, ha sido la de los tributos y en la actualidad son, sin lugar a dudas, un subgénero en sí mismos. No pasa tiempo sin que aparezca un homenaje a algún artista.

Al principio fueron bastante meditados, con pocos convocados, tiempo limitado de grabación y con gran exposición comercial, ya que fueron lanzados en un momento de curiosidad por el tributo generacional y/o estilístico.

Era una sustancial manera de rendirle homenaje a los grandes, a los fundadores, a los hitos, con la oportunidad de modernizar algunas canciones, de interpretarlas en estilos distintos y hasta de ejercer el cosmopolitismo o el afán experimental al dar a conocer a artistas de un país en otro; de una disciplina en otra.

Estas compilaciones creaban atmósferas interesantes tanto para el intercambio cultural como para el seguidor del género.  Al mostrar sus bondades y el atractivo que representaban, no sólo los amantes, estudiosos y conocedores se dedicaron a su hechura.

Ante el descubrimiento de la veta toda clase de gambusinos y buhoneros se acercaron a ella, y con el paso del tiempo fueron saliendo más y más tributos hasta saturar el panorama y con ello el factor de control de calidad se fue perdiendo hasta manufacturar ejemplares incongruentes y, en muchos casos, absurdos.

Lamentablemente, en los últimos años lanzar compilaciones incluso se ha convertido en un mal chiste (llegué a enterarme de que nostálgicos mercachifles hicieron uno a su cómico infantil en plena estulticia mercantilista) y por ende las versiones han dejado mucho que desear comparadas con las primeras que salieron en los años noventa.

En todo ello no se vislumbra un auténtico deseo de elaborar el tributo a un artista que los ha influenciado o enriquecido al género o a la música en general, sino que son sólo una forma de mercadeo y no se nota objetivo estético alguno en la adaptación de los temas.  Son discos desechables que contaminan el ambiente en todos los sentidos.

Es por eso que opté, sin afán lucrativo alguno, hacer aquí un sencillo tributo para uno de los verdaderos pilares del género. Para recordarlo. Para no dejar que se le olvide, con un puñado de las mejores interpretaciones de sus canciones que he escuchado a lo largo de mi vida.

Primero hice una lista de los discos tributo que le han dedicado y encontré un par de ellos que valen la pena:  Goin’ Home y That’s Fats. Sin embargo, no me daban completamente el “grano” que describió Roland Barthes, y que yo personalmente buscaba.

Es decir, “el cuerpo en la voz que canta”, el que provoca una nueva tabla de evaluación, indudablemente individual, del escucha. Totalmente subjetiva y debida al placer que la acompaña y que va a reforzarlo como oyente, en una relación totalmente psicológica.

Así que me permití hacer mi propio listado y éstas son las canciones que elegí, así como sus intérpretes: “Blueberry Hill” (Elvis Presley), “All By Myself” (Johnny Burnette), “Hello Josephine” (Johnny Rivers), “Ain’t That a Shame” (John Lennon), “I Hear You Knocking” (Dave Edmunds), “The Fat Man” (Canned Heat), “I’m Ready” (George Thorogood) y “Blue Monday” (Supercharge).

Originalmente, la discografía de Fats Domino es gigantesca y la paleta que presento es sólo un pequeño muestrario al respecto. Lo que destaco en este tributo es a sus admiradores más conspicuos y que representan el espíritu del rock and roll en alguno de sus tiempos y facetas.

Habrá que destacar que “The Fat Man” para algunos investigadores fue la Piedra de Rosetta del rock. En 1949, la revista Billboard, la oficiosa biblia de la industria musical, a través de uno de sus editores —Jerry Wexler— eligió el nombre de “Rhythm and Blues” para denominar a la categoría, diferenciarla del antiguo término (race music) de significado más folklórico (y racista) e incluirla en sus listas de los discos más vendidos, al fin y al cabo, el dinero que fluía no era negro ni blanco sino de un precioso verde, en el que hasta Dios confiaba.

En ese año Fats Domino grabó “The Fat Man” con todos los elementos que contendría el rock & roll, pero obtuvo el éxito bajo el rubro del rhythm & blues, por ello lo considero como un precedente directo del género, pero no su primera muestra.

De cualquier manera, Fats Domino fue uno de los pilares de ébano del r&r y su reconocimiento debe hacerse regularmente y con cada generación, como lo represento en el menú que seleccioné para su tratamiento. En todos los casos, la peculiaridad de las versiones radica en el modo concreto en cómo cada uno de ello se la apropia, básicamente mediante el procedimiento de estilización.

Dichas interpretaciones convierten el conjunto en un mosaico coral fresco, sin ningún tipo de trastorno, sin producir ninguna distorsión y que, al mismo tiempo, cada pieza en concreto puede ser recordada con suma facilidad por cualquier fanático o conocedor.

Fats Domino instaló los sonidos de Nueva Orleans en el rock y esa historia debe ser reconocida y jamás olvidada. Tal como ha hecho este conglomerado de músicos.

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