Por SERGIO MONSALVO C.

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La de esta película quizá sea la mejor introducción en imágenes a uno de los mundos de la música que se hayan filmado. El blues abre la escena. La cámara sigue a uno de los personajes justo cuando empieza el ocaso del día. La situación está planteada. El tipo acaba de tener relaciones con una mesera en el departamento de esta última. Ella pregunta si se volverán a ver. Él responde que no. Y ella lo despide desde la cama con un sugerente “Tienes muy buenas manos”.

Él sale a la calle –mientras la música se intensifica– y se va caminando hacia el centro de la ciudad justo cuando todas las luces neón de los anuncios de la zona empiezan a encenderse. El tema musical termina cuando él llega al lobby de un hotel y el portero le dice que llega tarde, lo mismo que su hermano que lo espera impaciente…

Cotidianamente al caer la noche los Fabulosos Hermanos Baker (como reza su propio cartel publicitario), sentados ante un par de pianos de cola y vestidos según la escenografía del bar del hotel en turno, interpretan por enésima vez más la pieza «Feelings» y todo ese cúmulo de melodías standards del lounge, que viven entre la emoción ramplona y el cliché más cursi.

Temas que remueven lo más almibarado de la gente sin gusto musical en cualquier lugar del mundo, mientras las risotadas toscas, el tintineo de los vasos o su choque, el susurro lascivo y el deambular rutinario, mecánico y perezoso de los meseros, les han ido difuminando la voluntad y degradando la experiencia musical.

Son los protagonistas que interpretan el trillado sonido de un démodé dúo de pianos que evocan tiempos idos y casi sin atractivo para los comensales y los empresarios en la era del karaoke, los videos o la televisión por cable, situación por la que Frank decide integrar a una cantante al grupo ante la indiferencia de Jack. La excitante presencia de la elegida, y llegada por azar, insufla vida al show y lo lleva a niveles en los que jamás habían estado tras casi dos décadas en tales escenarios.

Sin embargo, y luego de un desencuentro, ella opta por dejarlos para intentar un improbable camino artístico como solista. La presencia, primero, y el abandono después, de la bellísima y ex call-girl Susie Diamond (Michelle Pfeiffer) es la deus ex machina que obliga a la catarsis a los hermanos Baker, mientras sus breves faldas, gestos desangelados, vulgar desparpajo e insólita sensualidad conquistan, por otro lado, al hasta entonces ordinario y ajeno público.

El hermano mayor es Frank Baker (Beau Bridges), quien se ocupa tanto como representante, como de la parte administrativa del grupo y de la voz que los presenta a ellos y a su repertorio frente al respetable. Es un hombre que «a fuerza de tratar con empresarios patanes le ha encontrado el gusto» a tal ocupación; un hombre responsable, padre de familia (a la que nunca se ve pero que siempre está presente), que maneja un auto antiguo y con una hipoteca que pagar; el que cuenta reiteradamente ingenuos y malos chistes que nadie escucha y cree fervientemente en la fuerza de las viejas tonadas pop, “las que le han dado prevalencia al show bisness”, del que cree formar parte.

Jack Baker (Jeff Bridges), a su vez, es el menor de la dupla, talento desperdiciado, ex prodigio de las teclas, mejor pianista que su hermano y hombre desinteresado, sin aspiración alguna, cuya única compañía es un perro viejo y la hija casi infantil de una vecina casquivana, que la tiene en el abandono. Es el tipo cínico consciente de su fracaso, que sobrevive con desencanto al día con día y sin emoción o deseo alguno. Bebe, fuma y se abandona, hasta la siguiente aburrida actuación.

Steve Kloves fue el director estadounidense (también guionista y productor) de éste su primer largometraje, The Fabulous Baker Boys (1989), en donde contó de forma tranquila, con sensibilidad y buen ritmo el cruce de esos tres personajes peleados con el éxito, la identidad o de la satisfacción personal.

Un trío que interpreta noctívaga y cotidianamente el fingimiento del smoking o del vestido de noche, frente a los cocteles con sombrilla y la fugaz euforia del alcohol. Kloves utilizó su propio guión para plasmar en la pantalla aquel ambiente desengañado y la animosidad que ha sido materia de muchos autores del realismo canalla, desilusionados con el sueño americano.

Jack y Susie llevan a cabo una relación que es más una evasión y una danza de temores, producto de su desamparo emocional. Finalmente, resignados hablan vagamente de tender un puente, sin mucha convicción “pero que es mejor que beber solo», en el fondo saben que eso es lo único que los podría unir: la soledad irredenta.

Él tiene como refugio salvavidas un bar underground donde derrocha sus noches sin trabajo tocando jazz, improvisando libre y apasionadamente en el teclado hasta recibir una discreta oferta de la casa; y ella, una cantante improvisada que es capaz de entregarse por completo en el escenario, para a la postre terminar aceptando una dudosa propuesta para hacer comerciales para una marca de verduras.

Mientras, Frank adapta su garage, en donde guarda souvenirs kitsch de los sitios donde se han presentado, para sobrevivir dando clases de piano a los niños del barrio. Todo ello acompañado por la música ad hoc del compositor, arreglista y músico Dave Grusin. Magnífica película que cumple tres décadas.

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