Che Guevara

La foto

Por SERGIO MONSALVO C.

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Para las generaciones nacidas en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, el Che Guevara representó la realización de sus sueños de justicia social. En sus conversaciones, lecturas, en su imaginación, estaban seguros de que ellos iban a eliminar la miseria del mundo, a cambiar las condiciones nefastas de tantas vidas humanas, a vengar oprobios inaceptables, a luchar contra la codicia de los poderosos y la esclavitud de los obreros y campesinos. Conjugaban aquellos verbos en el indicativo futuro.

El Che, en cambio, en esa época, los conjugaba en el indicativo presente. De pronto, se oía sobre alguien que no sólo hablaba de estas cosas, sino que estaba tratando de hacerlas. Seguramente de manera involuntaria, dicho personaje asumió el papel de héroe y se convirtió en la figura que aquellas generaciones requerían para aliviarse la conciencia. De ahí que sus imágenes tuvieran para ellos la calidad de talismanes.

Hoy todo es diferente. Y para corroborarlo existe una exposición itinerante a nivel mundial llamada ¡Che! Revolución y mercado, que ilustra a través de 300 piezas, desde un vulgar encendedor hasta ropa para bebé, la conversión de Ernesto Guevara en un icono del mercado global a raíz de la popular imagen tomada por el fotógrafo cubano Alberto Korda.

Precisamente, una gran reproducción de esta fotografía, con el Che enfundado en una cazadora oscura, la mirada perdida en el horizonte y tocado con una boina, da la bienvenida al público de esta muestra que ha dado la vuelta al planeta.

Alberto Korda, fallecido en 2001, tomó la famosa foto, que tituló Guerrillero heroico, el 5 de marzo de 1960 en La Habana, en el funeral por las víctimas del barco La Coubre. El retrato se reprodujo, posteriormente, en la revista Revolución, como anuncio de una conferencia de Guevara.

Sin embargo, fue hasta 1967 cuando cayó en manos del rico editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, admirador de la revolución cubana, que fue  publicada y difundida en miles de carteles. Lo hizo al regresar a Milán, después de que Korda le hubiera regalado una copia.

A partir de aquí la imagen se convirtió en un icono y empezó a estamparse en camisetas, a imprimirse en folletos, a utilizarse paradójicamente como metáfora tanto de la revolución como del mercado. En la exposición que se ha podido ver en diversos lugares del mundo, hay novedades, como una pieza del artista Joan Fontcuberta o una fotografía del torero español José Tomás vestido con una camiseta roja en la que la imagen del Che está rodeada por la frase «Guevara Allstars».

«Soy como el Che Guevara con collares de oro / soy complejo», balbucea a su vez el rapero Jay Z. Es posible que estos tiempos también sean algo complejos: en 1987, la compañía de videojuegos japonesa SNK transformó su juego Guevara en Guerrilla War, eliminando todas las referencias a la figura histórica para su comercialización en Occidente. Las copias originales de Guevara, entonces, se convirtieron en codiciadas piezas de coleccionista.

Por otro lado, sólo dos latinoamericanos forman parte de la lista de las 100 figuras más importantes del siglo XX establecida por la revista Time. Uno de ellos es el Che. Pero su figura ha ido más allá de ideologías. La imagen está en camisetas, tazas, pósters, bolsos de mujer… todos ellos objetos basados en la fotografía Guerrillero heroico, de Korda.

La imagen está en todas partes. Hay modelos que la llevan pintada en cada una de sus uñas, se ha estampado en vasos y llaveros, está en latas, en peluches, tatuado en cualquier parte del cuerpo. ¿De cuál Che se habla entonces? ¿Del que estuvo en Sierra Maestra combatiendo a Batista (entre otras muchas cosas) o del que está estampado en los portavasos de una discoteca de moda? ¿Tienen algo en común?

En el documental titulado Una foto recorre el mundo, el realizador chileno Pedro Chaskel narró la historia de la famosa imagen con el afán de restituir al fotógrafo cubano su copyright definitivo. Y es que desde que aquel editor italiano la utilizara para hacer el mítico póster del guerrillero, el icono tomó vida propia y empezó a reproducirse por doquier.

Sí, a reproducirse por doquier y para el uso de cualquiera. Está lo mismo en el brazo de Maradona que en el tórax de Mike Tyson, e incluso en un tanga de Giselle Bunchen, por mencionar algunas de sus vistas más miserables.

En la actualidad, Steven Soderbergh, director de las películas Che I y II, contó en Cannes, cuando presentó por primera vez las dos partes de su película, que la decisión de rodarla lo asaltó cuando vio la imagen del revolucionario en las nalgas de una mujer en Nueva York. «Estoy seguro de que aquella joven no tenía ni idea de quién era ese tipo que llevaba tatuado. Y ésa fue mi idea para el filme”.

Sin embargo, al director estadounidense lo marcó casi más una contradicción final: su paseo por la alfombra roja de Cannes. «Pensé que no tenía ningún sentido. Estaba en el centro del mercado capitalista cinematográfico con una cinta sobre un revolucionario y guerrillero comunista.

Y no me engaño ni a mí ni a los demás, queremos ganar dinero con la película. Es una curiosa la paradoja acerca de todos los dólares que gana el sistema capitalista con el Che. Pongas donde pongas su cara, genera centenares de millones al año», sentenció el cineasta.

Korda nunca quiso cobrar regalías por el uso de la imagen, siempre y cuando la reproducción sirviera a la difusión de los ideales del Che. No pudo evitar que la voracidad del mercado acabara vaciando al mito de significado.

Hoy, cuando el rostro del Che puede ser protector de pantallas en computadoras o en teléfonos celulares, aquella imagen de 1960 se puede seguir usando como mero índice de rebeldía (de cualquier rebeldía). O, simplemente, se puede usar porque sí.

Curioso destino del revolucionario que quería desencadenar múltiples luchas en todo el mundo para cambiarlo: haberse convertido en un excelente reclamo del capitalismo más consumista. El mito del Che ha crecido alimentado por la sociedad en la que vivimos, que está justo en las antípodas de los valores que él representó.

La caída del régimen comunista y su desalentadora experiencia en Europa del Este y las dictaduras cubana, coreana, china, camboyana, venezolana, nicaragüense, etcétera, lo han desposeído además de su condición ideológica.

(Aquella revolución esperanzadora se descompuso por todos lados, de Siberia al Caribe. La ilusión se trocó en totalitarismo, en miedo, en juicios sumarios, en fusilamientos, en el Gulag, en la cárcel, en prohibiciones, en desabasto, en penuria civil y en las figuras de líderes que hablaban y hablan y hablan, y que nunca dejan de hacerlo hasta su muerte, siempre tardía.)

Lo que queda de él, pues, es su idealización como personaje épico (ahí están las confundidas guerrillas tercermundistas para corroborarlo).

¿Y los jóvenes de hoy? Según algunos sociólogos, «la imagen del Che forma parte del santoral interclasista posmoderno de muchos jóvenes, junto a otras celebridades mediáticas que funcionan como iconos románticos. Pero no significa que aún sea capaz de movilizarlos hacia ninguna lucha.

El caso es que en la actualidad en el póster de Korda cada quien interpreta la imagen a su manera. El personaje histórico tenía muy claro lo que quería, y lo puso en los libros que escribió. Era un revolucionario estalinista, creía en la violencia como camino para enderezar al mundo y, frente a la importancia de la revolución, según él, no había vida que valiera tanto.

Su imagen contemporánea se ha convertido en un icono épico del siglo pasado, independientemente de su contexto político. Figura lo mismo en la propaganda independentista catalana, que en los souvenirs turísticos filipinos e incluso en una comedia pornográfica canadiense, donde un personaje izquierdista la usa para masturbarse.

Korda, pues, atrapó al comandante Ernesto Guevara en un convincente gesto de mirar hacia delante con decisión y firmeza, y aquella imagen se convirtió en “la foto”, ese pasaporte de autenticidad revolucionaria que hoy resume con pasmosa simplicidad la transformación del guerrillero en leyenda publicitaria.

Décadas después de su muerte, su imagen de culto está en plena tela de juicio. El Che, un viejo símbolo de rebelión, ya no representa un peligro para nadie y es perfecto para el merchandising, en una época en que la imagen lo es todo.

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