Gling-Gló

Björk y el jazz

Por SERGIO MONSALVO C.

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El hecho de que Björk haya comenzado su aventura solista con un disco  sincopado explica, de alguna forma, la gran capacidad de interpretar distintos registros de la cantante.

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El arte no nace por generación espontánea. Todo es parte de una cadena de influencias a las que el talento individual sintetiza y conduce a la originalidad. Eso es Björk en primera y última instancia.

Björk es una artista islandesa cuya originalidad se ha convertido en parámetro para los creadores en general. Ella es un especimen ejemplar que se liga a una cadena etérea que siempre pugna por ir a la vanguardia.

Björk es cantante. El canto la singulariza. Ha pasado por los cóvers del rock y soul, la fusión, el pop, el after punk y el gótico, entre otros estilos;  la composición, el empirismo instrumental y la academia del canto, el clarinete y el piano clásico, así como por la experiencia escénica y apariciones mediáticas,

Dentro de tal inquietud decidió formar a los Sugarcubes e internacionalizarse. Su concepto surrealista en la lírica y la extravagancia sonora les generaron el éxito.

Tres años durará el embeleso en el que se mezcla la música con la actuación, la pintura, la literatura y la poesía. Luego vino el ocaso de los Sugarcubes y ello motivó a Björk a participar en otros proyectos.

Al comienzo de los noventa le llegó la llamada del jazz. Lo hizo vía el bebop y un trío. Cantó en islandés e inglés piezas conocidas y otras que resultaron rarezas.

En el tiempo que The Sugarcubes se disolvían y mientras Björk trabajaba para pagar sus deudas y poder continuar su carrera como solista recibió una invitación inusual.

Se trató de un proyecto jazzístico junto al trío del pianista Guðmundar Ingólfssonar, el único jazzista profesional de toda Islandia. Él era una figura local consagrada y contaba con la admiración del medio.

En 1990 la radio estatal de aquel país tuvo la idea de editar una serie de interpretaciones de clásicos del jazz y dicho músico fue el elegido para el trabajo.

El pianista aceptó la propuesta pero pidió incluir una buena cantante. En un programa de radio éste había escuchado a Björk y quedó encantado con su voz y a su vez la invitó a colaborar en el proyecto.

Cuando éste comenzó a gestarse, Björk ya tenía un nombre ganado en la escena musical islandesa. The Sugarcubes habían alcanzado la fama y ella se destacaba cantando.

Fue en un programa de jazz llamado Godravina Fundur que Ingólfsson la escuchó y quedó encantado con su voz. Parecían la combinación perfecta para este disco que debía ser tradicional y popular a la vez.

El producto de tal conjunción se llamó Gling-Gló, que en islandés quiere decir ding-dong o tic-toc y la melodía del primer tema del disco, homónimo, tiene mucho que ver con eso: es una canción de cuna derivada del folkor islandés.

La música que lo integra en general es bastante agradable y el trío que forman el propio Ingólfsson en el piano más Guðmundur Steingrimsson en batería y Pórður Högnason en bajo, funciona como un buen grupo de acompañamiento.

Son músicos correctos, el sonido está bien capturado (fue realizado para el sello One Little Indian Records) y fue grabado en el Stúdíó Sýrlandi de Reykjavik, la capital islandesa.

El diseño de la portada fue obra de Oskar Jonasson, director de cine islandés que filmó algunos videos para The Sugarcubes, tiempo en que fue novio de Björk.

El resultado general es más que decoroso. Lo que lo destaca es que es sin duda un registro diferente, poco común. Gling-Gló fue un proyecto fugaz y para muchos ni siquiera constituye parte de la discografía “oficial” de Björk. La verdad es que suena bastante diferente a su sucesor Debut y todo el material que vendría después.

No obstante, por su rareza y registro es un disco de colección. Lamentablemente, la muerte del pianista truncó el proyecto y la cantante encausó sus intereses hacia la música house.

Entre las varias rarezas del álbum (desde el punto de vista de la discografía de la artista) está la de que escoge el jazz para iniciar su carrera solista y la grabación no contiene bases electrónicas ni nada por el estilo, es acústica por completo.

Asimismo, en los créditos la cantante aparece por única vez con su nombre completo: Björk Guðmunsdóttir y está cantado mayormente en islandés.  De las 16 canciones que contiene el disco la generalidad fue compuesta por autores de la isla y solamente las dos últimas son en inglés.

Ruby Baby y I Can’t Help Loving That Man son una especie de paliativo para la cantidad de información entregada en un idioma imposible del que no se entiende nada si no se es de la localidad. Pero también hay una versión sorpresa de un tema de Pablo Beltrán Ruiz en dicho idioma.

El estilo que Björk usó para cantar, además, hace que uno se mantenga muy atento a su voz, a los ruidos que hace, a cómo se siente cuando respira y cómo va pasando de los mínimos susurros a los gritos y explosiones emocionales. Un punto de inflexión para una cantante extraordinaria de futuro largo e impredecible.

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