Justin Townes Earle

Ausencias y presencias

Por SERGIO MONSALVO C.

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Hay cuestiones sobre la paternidad que resultan bastante subjetivas. Por ejemplo: ¿qué es preferible, tener a un padre hogareño que siempre esté ahí para todo y le enseñe a su vástago lo que la vida puede ser; o ser hijo de una piedra rodante a quien jamás se ve, pero que cuando se encuentra muestra lo que la vida representa?

A Justin Townes Earle le tocó el segundo caso. Steve Earle, su padre, es un artista maldito que en el estilo musical de la dark americana encontró su vía de expresión y su mito. Un estilo siempre latente desde los primeros días de Dylan, pero que encontró hasta el siglo XXI un nombre que lo designara.

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Básicamente es un country contemporáneo con el foco puesto, primero, en la autenticidad artística. Esa área donde la sinceridad del músico no es reticente ni se trata de compensar su falta exagerando las interpretaciones o las expresiones emotivas, en sus letras.

Y, en segundo término, se canaliza hacia esa combinación de las raíces folk y country con otros elementos del rock como el rockabilly o el garage, parajes en donde en lugar de obtener lo que se quiere se tiene lo que se necesita. Suma que al final se ubica en el saco de lo alternativo o indie.

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Steve Earle se divorció de la familia que había formado y se entregó de lleno al canto, a las motocicletas, al alcohol, a las drogas. Por supuesto, estuvo en la cárcel. Siguió cantando al salir, dejó las adicciones y también se volvió escritor y activista político.

Lo hizo acerca del camino, la marginalidad, la independencia a rajatabla y contra el conservadurismo estadounidense, a favor de la legalización de las drogas, contra la pena de muerte, contra las guerras emprendidas por la Unión Americana, etcétera.

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Fue discípulo avanzado y amigo de otro cantante histórico que lo antecedía: Townes Van Zant. Ambos participaron en la construcción conceptual de Nashville como capital de la música de raíces y ambos impusieron desde entonces su marca en la forma de hacer y decir las canciones.

El primogénito de Steve, Justin, creció mientras oía, como cuentos paternos de realismo sucio antes de dormir, las leyendas que se narraban sobre aquellos personajes (familiares y cercanos) a quienes conoció hasta mucho tiempo después. Obvio es decir que, a pesar de los anhelos maternos, no resultó abogado o contador.

Justin descubrió pronto las guitarras, el sabor de la bohemia y también que tenía algo que decir. Entró a la escena de su natal Nashville (1982) y apareció en ella con los apellidos que según él le correspondían: Townes y Earle.

Justin Townes Earle no es una calca de ninguno de aquellos dos trovadores de la carretera. Tiene su propio lenguaje, forjado en carne viva. En sus inicios, formó parte de una banda de bluegrass y luego de una de rock. Hizo giras con ellas como guitarrista y como tecladista. Sin embargo, tuvo mucho demasiado pronto.

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Antes de cumplir los veinte años, ya era adicto a varias cosas. Tanto que, por estas aficiones, una sobredosis lo llevó al hospital y a reflexionar sobre su futuro. Entonces dejó de beber y de drogarse y se dedicó de lleno a la música.

Fue cuando Steve (su padre) se acercó a él para hablarle de sus experiencias. Le mostró cómo escribir canciones; cómo dedicarle tiempo a la lectura de libros interesantes que fomenten las preguntas en uno y, sobre todo, le recordó que una canción no funcionaría si no la dejaba madurar dentro de él.

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Así, Justin descubrió a sus otras influencias, mismas que van de Woody Guthrie a Bruce Springsteen y pasan también por Hank Williams y Taj Mahal o por el no menos importante Scotty Melton. Se dio a la tarea entonces de componer temas con este bagaje y con sus propias magulladuras vitales.

Su primera grabación se la pagó él mismo, un EP que llevó por título Yuma (2007). Un trabajo espartano y diáfano. Seis piezas en las cuales se acompañó sólo con su guitarra acústica y algún toquecito de armónica.

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El consecuente, The Good Life, su debut discográfico con una compañía, dejó más que claro su potencial creativo con un country de factura fina, delicada, y por demás maduro. Ninguna de las piezas rebasa los tres minutos, arropadas todas por el piano y un violín.

Sus siguientes discos, desde Midnight at the Movies (2009) hasta el más reciente Absent Fathers (del 2015) se mueven entre el folk, el country, el east coast y el blues de la vieja escuela, la música de raíces que tan cara le resulta y el americana.

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Es en este último donde Absent Fathers expresa sus vicisitudes y confirmaciones, así como sus cicatrices con subrayados claros y contundentes en torno a la ausencia de su padre durante la infancia y adolescencia y las cuestiones iniciales sobre qué tipo de progenitor hubiera preferido.

Desde su primer track, grabado hace casi una década, se supo que con Justin Townes Earle se trataba de un artista especial, de admirable sofisticación en la línea musical tradicional; que en las letras resulta agudo y con hondura, alimentado por un linaje orgánico más que probado, con certificada denominación de origen.

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