MISAAKI HIRAO

SOL NACIENTE DEL ROCKABILLY

Por SERGIO MONSALVO C.

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“Kayôkyoku” es el término utilizado regularmente para hablar de la música popular japonesa, un estilo que creció y se desarrolló allá por la segunda década del siglo XX tras el fortalecimiento del Imperio Nipón (luego de sus guerras contra los chinos y los rusos).

En los años 30 las compañías discográficas extranjeras fueron aceptadas en el país asiático y crearon sellos, como Nippon Columbia o Nippon Victor, que difundían la música occidental y también producían, en menor escala, a músicos locales. Con la llegada de la segunda guerra chino-japonesa, que se inició en 1937, aquello se acabó.

El nacionalismo a ultranza acaparó todas las formas culturales. Tales circunstancias se extendieron al entrar Japón en la Segunda Guerra Mundial en 1941. Un conflicto que resultó fatal para los asiáticos con los bombardeos atómicos que sufrieron. A partir de ahí el país cambió hacia una monarquía constitucional, con un parlamento y un gobierno democráticos y otras formas de vida.

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Pero mientras eso sucedía, corrían los difíciles tiempos posteriores a la derrota, la cual desencadenó en el Japón un derrumbamiento de los antiguos valores y un estado de desorientación moral y social. La mujer se erigió en sujeto luchador en un momento en que los hombres tenían poca presencia en Japón: los últimos años de la guerra y los primeros tras ella.

Cuando los hombres estuvieron en el frente, las mujeres llenaron los huecos y se hicieron cargo de muchas funciones sociales y también después de la derrota, cuando la sociedad se paralizó debido a la destrucción repentina de todas las normas y los valores.

Durante la siguiente década, luego del armisticio, mientras los hombres que quedaron tras el conflicto bélico retomaban las riendas, los japoneses fueron recuperando la confianza en sí mismos y emprendieron la reconstrucción del país. Eran hombres maduros y en el umbral de la vejez, mayormente.

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No obstante, en aquellos años de privaciones y de confusión, los japoneses todos estaban urgidos de dosis de romanticismo y la música se las dio. Las baladas y el folclor permearon el ambiente. En una década dicha sociedad produjo un increíble desarrollo económico y convirtió a Japón en una sociedad de masas, consumo y tecnología, aunque con ideas muy moderadas.

E igualmente descubrieron, lo mismo que el resto del mundo, que existía la adolescencia y que ésta quería sus propias formas de vida, sus propios valores y por ende su propia música. Exigían su particular modernidad. La difusión del rock estadounidense debida a la presencia de las tropas estadounidenses, sus emisoras de radio, rockolas, sus discos y películas, les dio la sonoridad que buscaban.

Los sonidos salidos de aquellos acetatos y bocinas les proporcionaron el conocimiento de Elvis Presley, de Bill Haley y de las florecientes escenas del rock y el rockabilly. El contagio fue inmediato y por doquier surgió la icónica figura del idoru, el simil autóctono del rebelde sin causa.

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Arrancó la segunda mitad de los años cincuenta y tan solo era cuestión de tiempo que irrumpiera la primera guitarra eléctrica, así como los primeros cantantes y grupos que hacían versiones de sus ídolos, pero también los que adaptaban las letras de las canciones al idioma japonés.

Las publicaciones especializadas y la naciente televisión se hicieron eco de tal movimiento musical y Japón entró así en la modernidad del siglo XX. “Los japoneses recopilamos influencias, las interpretamos y las reclasificamos. No creamos así a nosotros mismos”, dijo Masaaku Hirao.

Hirao fue uno de los pioneros del rockabilly de los años cincuenta en el país del Sol Naciente. Con él comienza la historia del género del 4×4 por aquellos lares, la cual con el paso de los años se daría en llamar J-Rock (rock japonés). Hirao, con su presencia, dio cuenta fiel de las influencias llegadas de la Unión Americana, del estilo de sus representantes, así como del surgimiento del mercado alrededor de esta música.

Una industria que al transcurrir las décadas ha convertido a dicho país en una de las primeras potencias internacionales del mundo discográfico, tras los Estados Unidos. Un fenómeno sorprendente al que curiosamente no contribuyó en mucho la difusión radiofónica sino la prensa y, nutriéndose de ella, la televisión. Un medio que inició sus andares con el género copiando los modos de la programación respectiva de las cadenas estadounidenses, como el Show de Ed Sullivan y American Bandstand.

El cantante, guitarrista y compositor Masaaki Hirao –cuyo verdadero nombre era Isamu Hirao—había nacido el día de Navidad de 1937 en Chogasaki, prefectura de Kanagawa (en un rincón del suroeste japonés, entre la capital Tokio, el Monte Fuji y la Bahía de Sagami). Una zona que durante la Segunda Guerra Mundial fue gravemente dañada por los bombardeos.

Tras la rendición japonesa, el general Douglas MacArthur (Comandante en Jefe de las Fuerzas Aliadas) fundó ahí su principal base militar, naval y aérea, llamada Zama. Aquellas fuerzas llevaron consigo todas sus formas de entretenimiento, principalmente el cine y la música.

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Los pragmáticos músicos japoneses pronto aprendieron a tocar el jazz, el swing y el country, y sus exponentes entretenían las horas de ocio de los soldados estadounidenses. De aquella fuente de trabajo brotaron, a mediados de los años cincuenta, las primeras versiones de “Heartbreak Hotel” y “Ooh, My Soul” (de Elvis Presley y Little Richard, respectivamente) del grupo de Kazuya Kosaka, pero en clave de country y hillbilly.

No obstante, entre 1956 y 1957 aquel trabajo se expandió demográficamente, desbordó las bases militares y se extendió a los nuevos cafés cantantes citadinos y a la creación del Carnaval Nichigeki para la presentación de un sinnúmero de bandas musicales.

Algunos jóvenes que comenzaban su andadura en el medio prefirieron algo más electrificante, avanzar en velocidad y responder a las necesidades de su propia generación. Se fundaron grupos de rock & roll y rockabilly (rockabirii, en japonés) que animaban los conciertos y la imaginería de los movimientos estudiantiles que pedían cambios en la sociedad japonesa.

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El stablishment, emergido de las cenizas del Imperio de Hiroito, quedó estupefacto ante las actitudes de los jóvenes y tanto a éstos como a su música los inscribieron dentro de los parámetros de la delincuencia.

Pero como no podían actuar contra sus ciudadanos, en plena reconstrucción del país y de la democratización (obligada), la escena musical progresó y aquel tímido “Ooh, My Soul” de versión country, se transformó en dinamita pura cuando la retomó uno de los grupos adalides rocanroleros: Masaaki Hirao and His All Stars Wagon.

Pronto su líder se convirtió en ídolo y las revistas lo captaron en sus páginas llamándolo el “Elvis japonés”. La televisión no quiso perderse aquel tren, lo mismo que las compañías discográficas como King Record, y el rock & roll y el rockabilly arrasaron con su ola la isla nipona.

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Había nacido el rock japonés y entre 1958 y 1960 no tuvo rival en dicha geografía. Al lado de Hirao estuvieron también Mickey Curtis y Kei-chan (Keijiro Yamashita). Entre los tres, dieron lugar al rockabilly boom, la primera expresión juvenil y tribal de aquella nación. La principal colección de temas de Hirao la reunió el sello Big Beat y en ella aparecen 23 piezas en las que se exponen tres combinaciones:

Los cóvers en inglés, como “Lawdy Miss Clawdy”, con versiones en japonés de “Jailhouse Rock”, “Lucille” o “Jenny Jenny”, que Hirao se tomó el tiempo de adecuar a su idioma, imprimiéndoles con ello su sello particular: fuerte, rápido y desesperadamente rockero.

Asimismo, hay la combinación de temas grabados en el estudio con otros capturados durante sus presentaciones en vivo en la televisión nipona. Una tercera combinación se da entre las canciones provenientes del inglés, las composiciones propias y los arreglos hechos a los temas tradicionales de su país, como por ejemplo: “I Love You” o “Crazy Love” (de Paul Anka) y “Kogarashi Fukeba” e “Itsuki No Komoriuta Rock”, respectivamente.

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La banda que lo acompaña, The Allstars Wagon, una dotación de septeto muy pareceida a la de los Comets de Bill haley, le proporciona el soporte explosivo para hacer de sus interpretaciones algo memorable para los anales de la historia del género por aquellas tierras.

Por otro lado, las poses, el peinado, la vestimenta, los tonos y la actitud, son producto de la observación minuciosa de las fotos, portadas y películas de Elvis Presley. Hirao se encarnó en su mejor imagen allá en el Lejano Oriente. Con todo ello, el cantante japonés consiguió incendiar aquellos horizontes, lo mismo con las canciones de Elvis, que con las de Little Richard, del doo-wop de Maurice Williams (“Little Darling”) o las mencionadas baladas de Paul Anka.

Tal cúmulo, mezclado con las piezas emanadas del cancionero tradicional japonés, pasado por el tamiz del rockabilly, hicieron de la figura de Hirao un ejemplar pastiche para acercarse a la época de fines de los años cincuenta, de cuando el periplo de la, muy joven aún, cultura del rock llegaba rápidamente (más rápido que ninguna otra) a las cuatro esquinas del mundo. En las antípodas japonesas recibieron gustosos y con adecuación su diáspora global, en lo que sólo era su comienzo.

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