RAY CHARLES

HIT THE ROAD JACK

por SERGIO MONSALVO C.

 

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Este programa es una conmemoración por los diez años del fallecimiento de Ray Charles, con base en su canción más emblemática y que inspiró el texto de Wlad Godzich.

“En 1956 el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser decidió nacionalizar el canal  de Suez que cruza su territorio -hasta ese momento libre para la navegación internacional– con el objetivo de financiar la construcción de una presa y como respuesta a la negativa de Estados Unidos y Gran Bretaña de financiar ellos dicha obra.

La nacionalización del canal de Suez fue recibida con indignación por Francia y el Reino Unido, principales accionistas del canal y máximos beneficiarios del petróleo que circulaba por él.

En octubre de ese mismo año, esos países realizaron una desastrosa invasión de la zona junto a tropas de Israel. Egipto, como represalia, hundió cuarenta barcos en el canal provocando el bloqueo total del mismo. Se desató así una crisis internacional que duró aproximadamente un año. En ese lapso fue cuando tuve mi primer contacto con el rock.

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Déjenme contarles que en el Liceo Francés, donde yo estudiaba en París, la crisis del canal de Suez fue vivida como el preludio del fin del mundo. Después de la euforia nacionalista inicial, con motivo de la invasión, orquestada por toda la prensa, salvo la comunista, y los medios audiovisuales, un miedo increíble se apoderó de toda Francia debido al ultimátum dado por la Unión Soviética a los franceses, ingleses e israelitas, para que detuvieran su ofensiva sobre El Cairo.

Nunca olvidaré el terror de mi profesor de historia y geografía, un viejo militante socialista y ateo de tipo volteriano, que jamás perdía oportunidad para burlarse de las “actitudes pequeñoburguesas”, al oír la noticia del ultimátum. Nos aseguró no sólo con seriedad sino con una convicción desesperada, que unas horas después, las bombas atómicas lloverían sobre nuestras inocentes cabezas, y, con una voz temblorosa, invitó a rezar a todos los que supieran hacerlo.

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Sin embargo, al día siguiente se conoció la noticia de que los ejércitos aliados habían detenido su avance sobre El Cairo, fue entonces cuando todo el Liceo estalló en una fiesta espontánea. La austeridad republicana ordinaria de ese instituto fue reemplazada por varias manifestaciones de júbilo. Uno de nuestros compañeros que había pasado el verano con su padre en los Estados Unidos, sacó varios discos de música norteamericana que portaba en su mochila, lo mismo que un tocadiscos portátil.

Aparato y música causaron sensación, había baladas, piezas orquestales y el rock and roll de Elvis Presley. Era la primera vez que la oía e inmediatamente me enamoré de esa música. A partir de entonces traté de escucharla donde pudiera. Yo no tenía tocadiscos, pero me iba a las cafeterías y en las jukeboxes escuchaba las novedades que salían cada año.

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Así fue como llegué a mi último curso en el Liceo. Fue en 1961. La sorpresa en el mismo no la causaron las nuevas materias o los maestros, sino otro compañero que en la cafetería de la escuela puso en el aparato de sonido del local la canción del día: la famosa pieza “Hit the Road Jack” de Ray Charles.

Para mí aquella canción fue una revelación en el más puro sentido filosófico. Ninguno de nosotros comprendía la letra; la maestra de inglés, una vieja señora, muy imperio británico, no estaba segura siquiera de que la canción estuviera escrita en inglés. Pero todos entendimos la canción como una proclamación del furor por la vida, por el deseo de vivir, ante la proximidad de un nuevo holocausto atómico. Estábamos en plena Guerra Fría.

Pusimos el disco diez, veinte, cien veces, hasta que la voz callosa de Ray Charles nos instaló definitivamente en el lugar al que la inminencia de la muerte colectiva nos había llevado: un mundo de sentido precario, siempre amenazado por el aniquilamiento, en el cual las certidumbres del intelecto chocaban con las angustias y las dudas de la experiencia.

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El Liceo era un lugar estratégico en el despliegue del tiempo: preparábamos el provenir estudiando el pasado. El presente era sólo un vínculo entre el pasado y el futuro. De repente, este presente amenazó con volverse eternidad.

Para nosotros, la canción de Ray Charles fue la ocasión de pensar, aunque sin razonarlo, y de sentir, sin ser nombrado, que el presente podía ser otra cosa que un momento efímero entre pasado y porvenir. La música del rock, para nosotros, era un instrumento para suspender la marcha inexorable del tiempo, que es siempre una marcha hacia la muerte.

Yo tenía un amigo en el Liceo. Se llamaba Daniel y era una persona muy seria y sensata. Con él empecé un diálogo que duraría seis o siete años sobre las cosas que interesaban a nuestra generación, sus tareas, sus recursos, sus aspiraciones y posibilidades. Hablamos mucho de música, incluso del rock.

Las nuestras eran conversaciones serias, casi pedantes, llenas de referencias literarias y filosóficas poco entendidas pero muy solemnes. Mi amigo analizaba sin fin este día de octubre cuando habíamos escuchado a Ray Charles por primera vez.

Para mi amigo, aquella experiencia tenía que marcar el advenimiento de algo nuevo. Él escuchaba a los primeros rockeros franceses, Eddy Mitchell, Johnny Halliday, y buscaba signos del futuro en sus canciones, pero no los encontraba. Su actitud –la mía también— era metafísica, teológica, escatológica: nada menos que la salvación a través del rock.

Los rockeros franceses no ofrecían más que escapatorias fugaces. Y fue así como Daniel idealizó el rock “verdadero” auténtico, el norteamericano, contra el rock imitador, francés, decadente desde su nacimiento, preocupado por el amor y el sexo, y no por la vida y la muerte. Porque para nosotros, el rock era la expresión más pura sobre el mal existencial.

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A los 16 años partí para los Estados Unidos. Daniel sentía envidia: yo conocería la autenticidad, mientras él estaba condenado a vivir en el simulacro. Juramentos solemnes fueron intercambiados entre nosotros. Como emisario privado de mi amigo, yo tenía que informarle escrupulosamente sobre la situación verdadera del rock en la Unión Americana. Y lo hice, escribí cartas largas, de seis u ocho páginas a máquina.

Era el año 1962 y la canción número uno del Hit Parade, cuando llegué a Nueva York, era la muy oportunamente titulada “Return to Sender” de Elvis Presley. Canción viril, sin ambigüedades, de ritmo claro y definido, cantada con esa voz extraordinaria del “Rey”, tan llena de tensión pero al mismo tiempo, segura de sí, preparada para afrontar caminos muy largos.

Sí, esto era rock auténtico, el tipo de rock que Daniel buscaba. América era la tierra prometida. El Rey cantaba en todas las emisoras de radio de Nueva York; la gente parecía escucharlo; muchos compraban sus discos, pero no había la más mínima indicación de que la época nueva que el rock auténtico tenía que traer consigo estuviera a la vista.

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En esa época las chicas se pasaban el tiempo peinándose los cabellos en un desafío permanente a las leyes de la gravedad, y su esfuerzo necesitaba la inacabable masticación de cantidades industriales de chicle. En cuanto a los muchachos, se dedicaban a añadirle cada vez más vaselina a su pelo. “La juventud norteamericana –le escribí a Daniel— trata de adoptar una actitud de indiferencia soberana, resumida por la palabra cool. La música, sí la escuchan, pero sólo para evitar conversaciones entre sí”.

La desilusión fue terrible para Daniel. La correspondencia se hizo amarga, cada vez más difícil. La culpa era mía, yo no sabía ver lo que importaba, esos pequeños signos anunciadores de otro futuro.

Yo hablaba sólo de consumo, de sociedad de masas, de juventud perdida, de vacío cultural. Y, lo peor de todo, había renunciado al potencial salvador del rock. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que pudiera comprobar mis errores.

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Descubrí que la tierra prometida no eran los Estados Unidos, sino la música en sí, que como cualquier fenómeno social se desarrolla de la manera más inesperada. Y de esa manera, inesperada, llegó entonces la Invasión Británica, la Ola Inglesa a las costas de la Unión Americana.

“Hit the Road Jack” fue una canción escrita por Percy Mayfield y grabada por el pianista y cantante Ray Charles. Se mantuvo como número uno de las listas del Billboard durante dos semanas en octubre de 1961. La canción es un tributo a la novela On the Road de Jack Kerouac. Actualmente está considerada entre las 500 canciones más importantes de todos los tiempos por la decana revista Rolling Stone.

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