GUSTAV KLIMT

BESO QUE DURA UN SIGLO

Por SERGIO MONSALVO C.

El beso es un acto corporal con el que el ser humano canaliza sus emociones desde épocas muy remotas. Sin embargo, la censura (religiosa, política o social), siempre tan preocupada por las “sórdidas” cosas de la carne y por la materialización del deseo amoroso o erótico, ha sentido una alergia excesiva por ese acto tan gozoso en el que dos personas juntan con arrebato, éxtasis, dulzura, sensualidad, amor o desesperación sus ansiosos labios.

Al ser tal censura una indeseable guardiana de la pureza, tan retorcida y en ocasiones involuntariamente surrealista, que ha provocado –con sus reglas, pactos, conveniencias e inconveniencias sobre los besos–, el estímulo a la imaginación de los artistas (de cualquier disciplina), con diversos materiales para representarlo (con la mirada, los gestos, los sonidos, la imagen o la palabra), con la ulterior finalidad de dejar en libertad a nuestro pensamiento, siempre en la mira de sus objetivos.

En el 2012 se celebran los 150 años del nacimiento de Gustav Klimt, un artista que fue víctima de tal censura y al que su país y ciudad natal (que en su momento lo denostó y obligó a ocultar su obra), le rinden homenaje. Las paradojas de la vida. Desde el Museo de Historia del Arte, hasta La Albertina presentarán la exposiciones de Klimt, pasando por el Museo de Viena y el Belvedere. Incluso será reabierta la casa de Klimt en el distrito XIV de la capital austriaca.

Klimt nació en Baumgarten, Viena,  el 14 de julio de 1862. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios, pero a la postre se apartó de los modelos académicos. Fundó con otros allegados el movimiento de la Secesión, una asociación de artistas modernistas y de arquitectos cuyo lema era «a cada edad su arte, al arte su libertad».

La Viena fin de siècle de Klimt era una ciudad oscura e inquietante, de profundas contradicciones. Chocaban, en dramáticos enfrentamientos, los intelectuales modernistas, con su vital escena, y la rancia vacuidad del Imperio Austro-húngaro, con su sexualidad sumergida. La sociedad del vestido abotonado hasta el cuello: apresada en corsés decimonónicos, su agónica clase militar y su burguesía confusa y reprimida.

Fue la ciudad natal de Freud, pero también la que engendró a Hitler. Viena era una ciudad conservadora hasta el punto reaccionario, que desconfiaba del arte que no se ajustara a la reproducción de estilos pasados. Cuando en ella se infiltró el espíritu innovador de Klimt, el combate estuvo servido.

Klimt empezaría a cuestionar los convencionalismos, actitud que lo llevaría a romper con todo. Coherente con sus propias convicciones, muy pronto decidiría ya no doblegarse más, a fin de defender la libertad del arte, convirtiéndose en inspirador y protector de toda una generación de vanguardistas, pioneros del arte contemporáneo europeo.

El pintor, fue uno de los principales motores de la Secesión vienesa, vertiente austriaca del art nouveau, el estilo que inundó Europa hacia finales del XIX con su aspiración obsesiva por conciliar todas las artes en una sola y ésta con su industrialización.

Para la Secesión la austeridad era una fórmula necesaria en su búsqueda de la obra de arte total, un mundo sin fisuras en el cual ninguna cosa desentonara con el resto. Era la respuesta a una sociedad condenada a un cambio inevitable. Pero mientras tanto censuraba todo lo que se saliera de sus cartabones.

La figura de la mujer en Klimt (uno de los principales temas que encontramos en toda su pintura) tiene un marcado carácter erótico, en su faceta más sensual, sensible y conmovedora. Klimt plasma la esencia de la mujer en la capacidad de lo femenino para provocar el deseo, el placer erótico y el sexual, como no había sucedido en épocas anteriores

Su pintura es la revelación de la intimidad femenina observada. Por ello se le tachó de pornógrafo y de degradar la pintura. No obstante, fue en esa misma época que Klimt parecía más libre: rodeado de la frondosa naturaleza que circundaba la ciudad y de Emilie Flöge, la diseñadora de moda, modelo y musa que lo acompañó en aquel periodo.

Se conocieron cuando Emilie tenía 17 años y él 29, y su colaboración duró hasta la muerte del pintor, 27 años después. Los retratos y fotografías que le hizo a Emilie son tan eróticos como sus desnudos. De tal relación nació uno de sus cuadros más famosos: El Beso.

Quien haya visto el cuadro, incluso una sola vez, no podrá olvidarlo. La obra se reconoce de inmediato, pues tiene algo especialísimo que la distingue, algo misterioso se diría, muy bello, extraño, único; un sabor intenso a épocas pasadas, a Bizancio con sus oros, sus piedras preciosas y ese espacio poderoso y huidizo, aparente contradicción implícita entre formas muy abstractas y muy concretas.

Posee la imagen tal intensidad que, en medio de las capas brillantes, se expande y se apodera del espacio mismo, y de sus cuadrados multicolores -mosaicos asombrosos- que implican un orden férreo del mundo. Pocos cuadros tienen la fuerza de El Beso.

Al mirarlo, también, se entra a la gran revolución sensual de Klimt contra esa Viena finisecular; tan desbordante de vitalidad entonces (con Wittgenstein, Freud, Maeterlink, Josef Hoffman, Adolf Loos, Rainer Maria Rilke, entre otros), como inmersa en la decadencia de un imperio, el Austrohúngaro. Sí, la poesía de aquel erótico beso constituyó el elemento fundamerntal y más íntimo del drama sociocultural vienés.

Resulta curioso como la sola representación de un beso puede provocar prohibiciones y sofocos, pero el hecho de que a 100 años de aquello se siga censurando el acto de besar, resulta ya no solo curioso sino de una estupidez cósmica. Hoy se celebra el cuadro de Klimt como lo que es: una obra maestra de la pintura y a su autor como un gran artista, pero en diversas partes del mundo (en pleno siglo XXI), el gesto amoroso sigue creando rubores y censuras.

Hace unos cuantos años, en Londres, los besos teatrales en escenas románticas de clásicos como Romeo y Julieta pudieron haber quedado prohibidos en las escuelas de Reino Unido, bajo las nuevas medidas políticamente correctas que se promovían para luchar contra el abuso de menores.

La propuesta del Comité de Educación, cuyo borrador fue publicado en los medios de prensa locales, pedía a los profesores evitar el «contacto físico íntimo» en producciones de teatro escolares. Las nuevas reglas podrían haber obligado a recortar las escenas amorosas y a que los besos íntimos fueran sustituidos por unos en la mejilla, restando dramatismo a las obras de célebres autores como las de William Shakespeare. De acuerdo con el borrador de la propuesta: “Un beso en la mejilla o un abrazo puede comunicar la emoción requerida. Estos gestos muestran afecto de forma obvia y más aceptable», señalaba el documento.

La aportación de México, claro: ésta se dio en el 2009, cuando el Ayuntamiento de la ciudad de Guanajuato anunció la aprobación de un bando que prohibía los besos en las calles, con penas de hasta 36 días de prisión y 1.500 pesos de multa para quien desobedeciera la norma.

La indignación recorrió Guanajuato (que cuenta con un famoso callejón llamado del beso, en el que la foto es obligada) y la lluvia de críticas por el carácter moralista de la normativa, que se extendió por todo el país, obligó al alcalde a realizar declaraciones al respecto, tan torpes y moralistas como la prohibición. La polémica siguió hasta el punto de que los miembros del Ayuntamiento decidieron reunirse en sesión extraordinaria para revocar el bando, moción que fue aprobada por unanimidad. Acto seguido llegó el toque mexicano de la historia: aprovechando el interés mediático despertado por el escándalo, el alcalde lanzó una campaña publicitaria titulada Guanajuato, capital del beso, para recuperar índices de popularidad y atraer a los turistas.

Otro ejemplo. Una pareja de enamorados paseaba por una hermosa zona boscosa tropical en Lhoong, en Indonesia, hace un par de años, cuando un pescador local que caminaba por allí los vio besarse. El hombre corrió para avisar a los residentes locales, quienes acudieron al lugar de los hechos y comprobaron que la pareja se tomaba de la mano y besaba. Fueron llevados a juicio y acusados de violar la sharía o ley musulmana por comportamiento indecente. La sentencia se dio unos meses después: ambos fueron sometidos a ocho latigazos frente a cientos de testigos, junto a la mezquita de Al Munawarah, en la localidad de Jantho.

Lo que finalmente expresa el cuadro de Klimt es que nunca se besa lo bastante, que muchas veces se olvida lo que significa besar. Hoy sabemos sobre la historia y la física del beso. Sus modalidades: casi infinitas (si se le pone imaginación y Kamasutra), sus orígenes: desde el vestigio más primitivo y orgánico hasta su huella en una metafísica civilizada (que implica besar supersticiosamente las cosas que se piensan sagradas), sus funciones (tan diversas, que van desde el signo de adoración y respeto o como muestra de afecto) y su mecánica (donde se ponen a trabajar 34 músculos, y en el de boca a boca donde se intercambian diversas materias orgánicas). Pero, ¿y el deseo?

Pero del beso como expresión de deseo, se han encargado las artes: como ejemplos, en la escultura Auguste Rodin del mismo nombre; en el cine con infinidad de muestras inolvidables; en la fotografía igualmente; en la literatura desde los Vedas en adelante, sin parar (con El Cantar de los cantares describiendo hermosos besos por demás humanos, por ejemplo).

Páginas y páginas rebosantes de ellos (desde los propinados por príncipes azules hasta los que sueña Emma Bovary o el joven Werther, o en los que se perfecciona el admirable amante Casanova. En la música ni se diga: de la languidez de los románticos a la salvajada del heavy metal

Klimt dio la directriz: aprendamos a valorar los besos, sabiendo a quién, por qué y cómo besamos. Celebremos al pintor y artista. Sobre todo, prodigándolos con los/las amantes: con besos apasionados, tormentosos y secretos, oscuros y golosos, suaves y sensuales. Esos besos «hormigueantes y profundos» en los que el anhelo y el deseo hayan sido sus motivantes, desde Baudelaire a Leonard Cohen, como un arma eficaz para defender la libertad del pensamiento en cualquier época.

Escucha el podcast:

One thought on “Babel XXI – Programa 67: Gustav Klimt. Beso que dura un siglo

  1. He escuchado todos los programas en el podcast, ha habido muchos que me gustan, pero este es uno de los mejores. Muchas felicidades por su trabajo.

    S lo dedico a ami compañera de vida, el amor de mi vida: ELIA

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