HINDI ZAHRA

EL ECO MARROQUÍ

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Al principio Hindi Zahra interpretaba standards de jazz, pero se dio cuenta de que tenía ganas de cantar sus propias canciones. Le gusta contar historias con ecos del Magreb, la India o los gitanos, muy cinematográficamente.

La enloquecen los ritmos compuestos tanto como los grandes compositores de bandas sonoras. Gente como Ennio Morricone, John Barry o Philippe Sarde. Ella sabe que cuando imágenes, relato y música están en el mismo diapasón y al mismo nivel de exigencia el resultado se recuerda toda la vida.

Hindi Zahra llegó a París con 15 años para estudiar la preparatoria y quizá arquitectura. Había nacido en Marruecos en 1979, de un padre militar y una madre ama de casa.

Si ella le hubiera dicho a su padre que quería ir a Francia para estudiar música o teatro le hubiera respondido que “para eso se quedara en casa”. Así que le contó aquello de la carrera universitaria y ya luego encontraría la manera de zafarse.

La suerte increíble que tuvo es que al director de la escuela le dio por organizar espectáculos. Y de repente se encontró haciendo lo que ella en realidad quería. Aprendió a cantar y a actuar con meses de ensayos, día y noche, montando cosas diversas.

Sin embargo, a los 18 años abandonó la escuela y buscó un trabajo para sobrevivir mientras encaminaba su carrera musical. Lo consiguió como vigilante en el Museo del Louvre.

Lo que más le había llamado la atención al llegar a París, tras su salida de Marruecos, fue la libertad que sentía. Ahí encontró la posibilidad de vivir como deseaba. En el Marruecos de entonces (los noventa) la situación para las mujeres era demasiado dura e igual para los jóvenes en general.

Instalarse en París suponía aliviarse del peso de la familia y de la cuestión social. Sentía mucha curiosidad por lo diferente, tan desconocido como censurado en aquellas tierras. Hoy las cosas han comenzado a cambiar en su país de origen. Ya no le choca a la mayoría de sus habitantes (excepto a los fundamentalistas islámicos) que les diga que es cantante siendo marroquí. Antaño hubiera sido considerada una puta por ello.

Cuando empezó a cantar en París solía llorar. Tenía muchas inhibiciones y cantar significaba abrirse como nunca. Una energía tremenda le llegaba de golpe y ésta tenía que pasar por el ojo de aguja de su garganta. No podía respirar. Aún cree que cantar es un poco como desnudarse.

Sigue considerando el escenario como un espacio sagrado. «La escena o, en un sistema más tribal, el círculo es sagrado porque, para entrar en él, hay que tener algo que comunicar. Y ese lugar adquiere un gran valor porque sacrificas tu intimidad para unirte a los demás», ha dicho.

Su debut con el primer disco, el premiado Hand Made, Hindi Zahra lo cocinó durante tres meses prácticamente encerrada en la sala de un departamento alquilado. Escribió y escribió y tocó y tocó la guitarra hasta reunir el material que creyó pertinente.

Resultó tan bueno que obtuvo la oportunidad de grabarlo con el sello subsidiario de Blue Note, compañía de EMI. Y no sólo fue la oportunidad, sino que ella misma lo produjo y mezcló a su gusto. Algo inconcebible para una artista debutante. Tras ser lanzado el álbum obtuvo varios premios y distinciones por su trabajo.

Sus canciones poseen una melancolía luminosa y electroacústica. Es el Mediterráneo y lo oriental, el blues del Magreb. Y, como todo blues, es introspectivo, pero sin afanes fatalistas. «Contar tu tristeza te libera y libera a los otros. Cuando descubrí a Amalia Rodrigues me volví fan suya porque, para mí, ella, la Callas, Om Kalsoum y Billie Holiday…, cuentan la misma historia”, ha afirmado.

Hindi Zahra ha comparado su música con la hechura y presentado del cuscús. Cuando un periodista le preguntó, durante la conferencia de prensa de su presentación, que  si sabía que algunos músicos del Misisipi dicen lo mismo con respecto al jazz, pero que ellos utilizan como metáfora la preparación del gumbo (un platillo criollo que mezcla varios ingredientes y lleva su tiempo hacerlo), dijo que no lo sabía, pero que en la música como en la cocina todo es cuestión de sabores y colores.

Ella sabe que ese gusto por mezclar es no cosa de su generación, sino de varias que la han ido afinando y refinando. Todo comenzó en los años sesenta cuando la gente empezó a abrirse a la música de la India y de África. «Todos somos producto de mezclas y a mí me encanta mezclar», confirma la cantautora.

A Hindi le interesaba provocar una ruptura con lo que el mundo occidental estaba acostumbrado a escuchar de Marruecos, la forma de hacer e interprear la música.

Ella quería tejer algo distinto con los materiales sonoros que la han formado. Cuando vivía en Casablanca escuchaba mucha música de la Motown, a Louis Armstrong, Aretha Franklin o Donna Hightower (de la que por cierto hace en sus conciertos una versión de This world today is a mess, en inglés y árabe).

Escuchar las músicas de lugares que se desconocen es otra forma de acortar las distancias entre las personas. Hindi lo sabe, lo mismo que hay que dejar de tener miedo a lo que tenemos fuera de nuestro ámbito. Ese miedo a la diferencia es algo terrible, excluyente y aislacionista.

Eso es algo que cultivan los nacionalismos patrioteros, las cerrazones ideológicas, los discursos chovinistas o los obsesionados del rating. Con la actualidad en crisis, en la música misma se siente mucha resistencia en cuanto si los artistas están o no dentro de la corriente mayoritaria, el mainstream. Argumento que utilizan los medios de comunicación más comerciales para manipular los gustos y formar a las audiencias para el consumo de lo que ellos producen: ideas o material sonoro.

«Eso me parece una regresión en el mundo de la música”, ha comentado Hindi Zahra al respecto. «Cuando te retraes y te encierras en ti mismo, porque la situación económica es más dura, apagas algunas ideas hermosas y otras bastante menos bonitas renacen”.

«Los músicos siempre han viajado de un lugar a otro. Empezó con los gitanos», dice Hindi Zahra, que asegura sentirse nómada. «La tierra se mueve ¿qué quieres hacer contra eso? El problema de esta sociedad, como se está haciendo con los tuaregs al desalojarlos por el uranio, es que quienes simbolizan una forma de vida distinta de la impuesta no son aceptados. Son pueblos que necesitan compartir y el resto de los marroquís, que quieren continuar las cosas sin cambio alguno,  no están para eso».

Hindi Zahra es bereber, que es el nombre original de los primeros pobladores del norte de África. A ella no le molesta que la llamen bereber, pero hay quien piensa que es despectivo y tiene connotaciones colonialistas. «No tengo nada en contra de la palabra bereber», dice, «los griegos y los romanos nos llamaron así porque no sabían de dónde venía nuestra lengua». Para ella cantar en ese idioma supone ligarse a sus raíces «y defenderlo para que perviva, mientras que con el inglés hablo al mundo de lo que siento como mujer marroquí cosmopolita”.

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