ANOUSHKA SHANKAR

LA CONEXIÓN GYPSY

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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La historia del continente europeo tiene entre sus misterios, desde hace siglos, el del genérico pueblo “gitano” (tsiganes, romanichels, zíngaros, gypsies, etcétera), aunque el único nombre que se den a sí mismos sea  el de rom, que significa “hombre” en hindi. Los términos gitano, en español, y el inglés gypsy, proceden del siglo XIX tras la llegada de esta etnia a Grecia para establecerse al pie del Monte Gype.

Sus misteriosos orígenes han hecho que predominara un romanticismo gitano pseudofolklórico, y en el de sus iconos: las mujeres, en especial, han suscitado numerosas fantasías o leyendas, desde la popular Carmen de Bizet, con sus cantos, sus bailes y su feminidad “salvaje”; el violinista húngaro (con su virtuisismo sin academia) y el cantaor andaluz (con su duende de quejumbre poética), se convirtieron en un fructífero tema no sólo de las ciencias humanas sino de las artes en general.

Su imagen fue relativamente valorada por los antropólogos del Siglo de las Luces, para quienes su posible origen indio, es decir, indogermánico, era señal de que tenían raíces arias y su lengua, en el sánscrito. Asimismo, se sospechó que los roma procedían de una de las castas más bajas de la India, tal vez incluso la de los llamados “intocables”. Lo que en la música los emparentó socialmente con el blues, el tango, el fado y de manera directa con el flamenco.

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De la India procede una de las familias más activas, ilustres e importantes de la cultura de aquel país, una que se ha distinguido por establecer puentes sólidos entre la suya y las de otros lugares; por vincular sus raíces a la modernidad: los Shankar.

Ese clan se ha significado, en gran medida, en la puerta de entrada y salida contemporánea de y hacia aquel inmenso territorio por la vía de la música. Un insustituible elemento, éste, para la comunicación, la comprensión y el conocimiento de los otros.

A la cabeza de ésta se encuentra Ravi, el virtuoso gran maestro del sitár oriundo de Benarés, a cuya visión, talento y amplitud de miras se debe su amistad con los Beatles y con George Harrison, en particular, y a través de él con la cultura del rock, de la cual se convirtió en gestor y en una de las más fuertes influencias desde los años sesenta del siglo XX.

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La expresión musical india constituyó desde entonces el siguiente factor esencial en el bagaje del romanticismo creado por tal género (pero no sólo de éste sino también del crossover de las ragas indias con lo sinfónico académico), nada menos.

Ananda Shankar, originario de Calcuta, a su vez, fue el hijo de los famosos bailarines tradicionales Uday y Amala Shankar y sobrino del legendario Ravi. Aprendió a tocar el sitár y su inquietud juvenil y las experiencias de su tío en el Occidente lo interesaron en el ritmo de su época: el rock. A finales de los años sesenta se convirtió en el pionero de la corriente indo-funk.

Sus talentos lo llevaron a viajar a Londres e inmiscuirse en la cultura pop que ahí se llevaba a cabo. A comienzos de los setenta la fusión del rock con la música clásica india quedó inscrita en los anales de la grabación gracias a él. Combinó el mridangan con la guitarra eléctrica o el sitár y el sarod con el rock o los sonidos de la música electrónica. Sus composiciones han sido sampleadas por los raperos de la Costa Oeste de la Unión Americana, lo mismo que por artistas del house británico y sus múltiples derivados.

Por otro lado, el apellido Shankar tiene en la actualidad a Anoushka como representante contemporánea del sitár (ese instrumento de cuerdas, al que muchos consideran el más complicado de todos, tan delicado que requiere de afinamiento constante). Su aprendizaje requiere demasiada disciplina. En principio es difícil de sostener y los dedos se cortan con las cuerdas hasta que se hacen callos.

Pues ese fue el instrumento que Anoushka eligió: el mismo que todo el mundo, literalmente, asocia con Ravi, su padre (el mítico introductor de la música india en Occidente y progenitor también de Norah Jones, la cantante y pianista del pop jazzy).

Anoushka desde el comienzo supo que todo el mundo la compararía, pero no se amedrentó. Para mayor handicap la música clásica india la enseña directamente el maestro a su único discípulo. Así que buscó en el mismo instrumento su propio camino y en Ravi a su maestro.

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Ravi Shankar tenía 61 años cuando Anoushka nació en Londres en 1981. Y desde siempre ella se ha movido entre dos mundos. Es originaria de Inglaterra pero desde niña se acostumbró a pasar largas temporadas en Delhi y California

A los nueve años inició sus estudios de la mano de su padre, con un sitár construido especialmente para ella. A los trece debutó en concierto. Tocó con Ravi en el Concerto numéro 1 para sitár y orquesta, con Zubin Mehta al frente de la London Symphony Orchestra (en el que la química entre ambos funcionó a la perfección). De igual manera se unió a Rostropóvich para estrenar una obra para violonchelo y sitár. Sus credenciales, pues, son impresionantes.

Además de sitarista, Anoushka es bailarina, actriz y escritora (publicó el libro Bapi-The Love of My Life). “Me gusta ser creativa en medios distintos porque creces con cada cosa que experimentas», ha dicho.

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Tales experimentos le han proporcionado su particular camino, un estilo, dentro de la música y como sitarista en especial. El proceso ha ido evolucionando a través de  sus discos. De Anoushka (1998), Anourag (2000) y Live at Carnegie Hall (2001), en los que tocaba obras paternas, a Rise (2005) y Breathing Under Water (2007), en los cuales junta a músicos de Oriente y Occidente con instrumentos acústicos y electrónicos, y lo hace con las propias composiciones.

Éstas mezclan las raíces hindús con el jazz, el pop, el folk y la world music (de su progenitor aprendió también que no es conveniente apegarse nucho a las tradiciones). Así que dejó de ser sólo una instrumentista virtuosa de la música clásica india.

Sin embargo, fue con el álbum Rise que encontró la ruta nueva a seguir: descubrió el flamenco. Esto se dio a través del tema Soleá, que interpretó con el joven pianista sevillano Pedro Ricardo Miño. Lo que le atrajo de ese género fue su apasionamiento.

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Al acercarse a éste se dio cuenta de que las divisiones rítmicas del flamenco son menos intrincadas que en la música india, pero hay algo igualmente fascinante y similar en la forma de tocarlas y que su empatía no es de ahora sino de siglos. Como en el flamenco, la música india se transmite de padres a hijos. Gitanos e indios viven la música como una experiencia vital. Han nacido con ese sino y conviven con él.

Su disco más reciente, Traveller, va todo por ese camino. En el reencuentro con Miño plasma, entre otras cosas, una desbordante bulería, tan frenética como lírica, y que constituye una de las joyas de dicha grabación. Anoushka también firma una preciosista granaína con el guitarrista Pepe Habichuela, acompaña a Sandra Carrasco en una seguiriya con la ayuda de las tablas y el cajón de Piraña, y camina junto a Duquende en unos tangos canasteros. En fin el gran viaje al flamenco de la sitarista.

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Ravi Shankar durante casi 50 años ha mantenido como base la música india relacionándola con el rock, el jazz, el minimalismo o la clásica occidental. En el caso de Anoushka, hoy (en la segunda década del siglo XXI), se trata de un personal diálogo indo-flamenco. Como compositora es el reflejo de lo que es actualmente.

Como intérprete del sitár continúa muy relacionada con su tradición y con su padre (haciendo juntos largas giras), aunque como compositora, en sus discos, busca moverse por otro camino: el suyo. Con éste los nuevos escuchas quizá consigan invertir las cosas, sacudirse la fama paterna y hacerla brillar por sí misma; cambiar el tópico de  perspectiva: de ser “la hija de Ravi”, en ella, por el de “el padre de Anoushka”, en él.

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