508.Myopia: Art-Rock á la obel y otros

Por Sergio Monsalvo C.

Entre todo el maremágnum sanitario, económico, social, cultural, etcétera, que produjo el Corona virus en el 2020, quedó inmerso como acontecimiento musical importante la tour del retorno de los Black Crowes.

Este grupo anunció su reunificación y la interpretación íntegra de su exitoso álbum Shake Your Money Maker, que cumplió 30 años de su lanzamiento.

Los hermanos Robinson, sus principales integrantes, arreglaron momentáneamente sus diferencias y decidieron que aún tenían mucho quehacer rockero por delante.

La producción con la que debutaron discográficamente Chris Robinson (cantante y armónica), Rich Robinson (guitarras), Johnny Colt (bajo), Steve Gorman (batería), Marc Ford (guitarra) y Eddie Harsch (teclados), Shake Your Money Maker (1990), vendió alrededor de cinco millones de ejemplares.

Ello lo hizo figurar entre los álbumes primerizos de mayor éxito de todos los tiempos, entre otros motivos gracias al productor George Drakoulias, quien ayudó a que el conjunto aún inmaduro en torno al binomio fraterno sonara mejor de lo que ellos mismos hubieran creído posible.

A su vez, el nuevo disco de la banda Drive-By Truckers, The Unraveling, fue otra reafirmación de la actitud revitalizante del rock de raíces.

Revitalización del rock de raíces, circunstancia que ya había tenido ejemplos anteriores con obras como Southern Opera Rock y Decoration Day, las cuales habían definido el estilo del grupo y se habían convertido en paradigmas para la brújula del american rock roots en el siglo XXI.

The Unraveling es un álbum que seduce en general con la contundencia de la mejor versión del grupo, aunque tenga momentos ambivalentes.

Lo mejor sucede cuando dejan en libertad sus andanadas salvajes, en un evocadora y tributaria paleta musical ubicada entre Lynyrd Skynyrd y Tom Petty & The Heartbreakers.

Rock convulso y puntillosamente desesperado, que ellos llaman psychobilly “por su emparejamiento espiritual con el punk y el rockabilly”, y recogido en canciones como “Armageddon’s Back in Town”, “Slow Ride Argument”, “Thoughts and Prayers” oGrievance Merchants”.

Sin embargo, el álbum más interesante del año 2020 quizá sea Myopia, de la Compositora, pianista y cantante Agnes Obel. Sublime ejemplo de lo que en esta época significa el avant-garde.

El avant-garde es ese subgénero que reúne las obras, los talentos y capacidades más exquisitas y sofisticadas de los hacedores musicales insertados, invitados o huéspedes permanentes de la cultura rockera en plena expansión artística.

A ella se le ha catalogado dentro de diversos rubros del mismo: indie, nu-folk y barroco. Y sí, en todos ellos tiene cabida.

No obstante, todo ello queda sintetizado en el art-rock que ofrece de manera generosa en su nueva obra (con anteriores muestras como Philarmonics, Aventine y Citizen of Glass, aparecidas a lo largo de la década que finaliza).

Myopia es un disco donde Obel se convierte en alquimista del sonido (con  pianos, violonchelos, violines y xilófonos), experimenta en la manipulación del instrumento coral (utiliza octavadores que convierten en abiertamente más graves o agudas las voces) o crea diversas texturas emparejadas con el clasicismo contemporáneo que late bajo sus piezas. Una maravilla sonora.

La gama de la cultura musical que nos ha tocado vivir en las primeras dos décadas del siglo XXI, va de lo unidimensional, tradicionalista y conservador (retro, revival, vintage), con lo mucho importante que ello conlleva de rescate, evocación y referencia hasta el otro extremo en donde está el avant-garde y sucedáneos (en distintos campos) con la vista al frente.

El avant-garde (con todos los neos que sean necesarios, lo progresivo, lo mix y el art-rock, que ya entra en su sexta década de existencia y evolución).

Un camino que no sabe de paradas o descansos. Que intuye que cuando una veta ya se ha agotado por el uso y desgaste hay que cuestionarse: ¿Y ahora, qué? ¿Hacia dónde? ¿Con qué materiales? ¿Bajo qué estética?

El vanguardismo al que me refiero es aquél que sabe que la cultura del rock es como un gran pastel en el que la música sólo es una de sus rebanadas, y el resto conformará el todo el tinglado artístico relacionado con ella: literatura, cine, pintura, teatro, arquitectura, danza, performance, al igual que los enlaces con las humanidades, las ciencias sociales y las exactas.

La interpretación que cada artista haga de tal vanguardismo dependerá de su grado de preparación, de sus conocimientos, de su mística, de su capacidad analítica y la aplicación que haga de ello en la experimentación musical interdisciplinaria. En esta ruta está inscrita la obra de Agnes Obel, una intérprete de tal veta.

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