503. Real World: Escuchar al mundo

Por Sergio Monsalvo C.

A unos diez kilómetros de Bath (180 kilómetros al oeste de Londres) se ubica el pueblo Box, en el valle del río Avon. Ahí, Peter Gabriel cumplió un sueño largamente anhelado: instaló un estudio de acuerdo con todos los cánones del arte, que enriquece el carácter rural dormilón de la campiña inglesa con una buena porción de alta tecnología.

Con este fin Gabriel modificó de cabo a rabo un viejo molino de Box, una construcción maciza de los primeros años de la revolución industrial en Inglaterra. Tardó tres años en adaptar el molino. Terminó en 1989.

No escatimó gastos para su nuevo estudio. Invirtió prácticamente todos los ingresos de su álbum So (de 1986). Es decir, unos tres millones de libras. Y tuvo que pedir un crédito por otros dos millones de éstas. Todo esto se le nota al «Box Mill Studio» incluso por fuera. El costado oeste del edificio ha conservado en gran medida el aspecto del antiguo molino, pero del otro lado se extiende la fachada del estudio, con extensiones futuristas de cristal.

Delante de esta fachada, el arroyo que alimentaba al molino forma una pequeña laguna. Su agua aún fluye por debajo del molino: en uno de los tres cuartos de grabación el piso es de cristal, lo que permite contemplar la bóveda del canal que hay debajo y por el que pasan nadando los patos.

Gigantescos tubos de cerámica y concreto recorren las habitaciones y a veces recuerdan a columnas griegas en extrañas posiciones. Se trata de la calefacción. A Gabriel no le gustan los conductos de metal usuales para ésta y el aire acondicionado, porque supuestamente incrementan la cantidad de iones negativos en el aire y de esta manera desgastan las fuerzas humanas.

Madera y otros materiales de origen natural marcan el carácter del estudio, provisto de lo mejor y más costoso en equipo, desde el tablero de mezcla digital hasta varias terminales de computadora con su respectivo software.  Unos 15 empleados trabajaron en el inicio con Gabriel.

En el estudio se reúnen las bellas artes y la tecnología y con él intentó un concepto distinto del usual con su propia marca Real World (especializada en World Beat, World music y soundtracks), en el que el artista participa de manera más intensa en el proceso de grabación.

Un departamento completo en el edificio sirve para alojar a los músicos que trabajan en el estudio, mientras el propio Gabriel vive en una modesta casa muy cerca de ahí. Maneja un automóvil Saab común y corriente, para no llamar la atención en la calle.

«Unir a la gente del mundo con la ayuda de la música». Ésa  podría ser la definición de su trabajo. La música ofrece una maravillosa vía de acceso a otras culturas y Gabriel ya lo había entendido.

En él surgió esta necesidad alrededor de 1976-1977. Una serie de cosas empezó a incrementar su interés por la música africana. Un día, mientras trataba de escuchar la radio, terminó oyendo una estación holandesa que emitía una música fascinante. Era del soundtrack de una película de Stanley Baker.  Había una tradicional pieza coral africana llamada «Sho Sholoza», hermosa y emotiva. Eso lo empujó a escuchar otras cosas.

La primera música que verdaderamente despertó su entusiasmo fue la sudafricana. La de coro fue la que lo atrajo inicialmente, interpretada por Ladysmith Black Mambazo y otros, con su estrecha afinidad al gospel y esa combinación de sensualidad y espiritualidad que tienen.

Después, cuando visitó Zimbabwe durante una gira con Amnistía Internacional, conoció otro aspecto de la música sudafricana: el político, orientado al baile, más de carácter social. Zimbabwe posee una gran riqueza musical, desde Thomas Mapfumo hasta las docenas de grupos menos famosos que graban buenos sencillos.

Sin embargo, lo que más le gustó fue la cualidad espiritual de esa música. Aún más que en Sudáfrica, dicha cualidad se encuentra en la música del África Occidental entera y de ahí el país que mejor conoció fue Senegal.

La razón por la que se interesó en su música fue porque es tan poderosa y tiene mucho que ver con la forma en que el canto, con un sentimiento intensamente espiritual, se combina con los ritmos. El canto tiene mayor capacidad de liberar al espíritu; y el ritmo, al cuerpo. La voz es un medio de comunicación muy fuerte y es tan directa que puede trasmitir un sentimiento sin recurrir a las palabras.

Gabriel sintió que podía aprender mucho con respecto a las respuestas psicológicas y fisiológicas del sonido y el ritmo y la música africana en muchas formas le ofreció la comprensión de algunas de estas reacciones más que la de otras regiones más «sofisticadas». Todo ello se notó en sus obras: Passion y Us, ambos álbumes grabados bajo el sello Real World. El catálogo de esta disquera ya contiene a decenas de artistas de todos los rincones del mundo.

La compañía disquera de Peter Gabriel se considera la fuente inglesa más importante de sonidos mundiales. Hay pocas que abarquen un espectro tan amplio. El catálogo está lleno de nombres como Nusrat Fateh Ali Khan y Papa Wemba y se presta casi la misma atención al diseño gráfico de las llamativas portadas como a la calidad de las grabaciones. La imagen lo es todo, y el propio Gabriel aporta su glamour al proyecto. A principios de julio del 2019 se celebró el trigésimo aniversario de este taller de la world music.

Treinta años de Real World han sido, sobre todo, «el cumplimiento de un sueño» que parecía imposible. A principios de los ochenta, Gabriel contrajo tantas deudas con el primer World of Music and Dance Festival que sus excompañeros de Genesis le tuvieron que ayudar con un concierto especial.

Años después, el éxito comercial de su álbum So le permitió convertir dicho festival, conocido por sus siglas WOMAD, en un acontecimiento esperado anualmente, así como fundar la disquera, antes de dedicarse cada vez con mayor ahínco a sus proyectos multimediales.

Como empresa, Real World «sigue siendo un riesgo financiero la mayor parte del tiempo», señaló Gabriel en la conferencia de prensa del aniversario, pero lo peor ya pasó. Amanda Jones, la label manager, por su parte, comentó con orgullo que «al comienzo nuestra máxima expectativa era vender 2,000 ejemplares de un álbum. Sin embargo, el Afro Celt Sound System, grupo de nuestro catálogo, vendió 200,000».

De acuerdo con Peter Gabriel, tal éxito demuestra que el género de la world music ya está aceptado: «Ha dejado de ser un ghetto«. Simon Emmerson comparte esta opinión. Él y sus afroceltas se han presentado en festivales de rock, con un éxito sorprendente. «La cultura rockera mainstream de Europa se abrió al material –sostiene–. Dimos un giro. También se notó a la postre en otros artistas (Jimmy Page, Robert Plant, Paul Simon, Gorillaz, etcétera).

Por otra parte, no debe pasarse por alto que el concepto que Real World tiene de la world music también se ha modificado, según lo pone de manifiesto la tendencia a alejarse de grabaciones cuasi documentales para acercarse un poco a las pistas de baile; sin duda también es cuestión de las posibilidades de ventas.

Mientras que al principio aún se colocaba el énfasis en la importación de estilos del exterior, entre tanto el interés se ubicó cada vez más en la fusión. Este cambio de criterios lo señalaron las colaboraciones crossover cada vez más numerosas, como por ejemplo las de Michael Brook y Sam Mills, así como también los «sistemas de sonido» como Joi y los mencionados afroceltas.

Discografía mínimísima:

The Zen Kiss (de Sheila Chandra, 1996), En Mana Kuoyo (de Ayub Ogada, 1997), Night Song (de Nusrat Fateh Ali Khan, 1998), Tibet Tibet (de Yungchen Lhamo, 1999), Island of Ghosts (de Rossy, 1999) Yo‘l Bo‘lsin, (de Sevara Nazarkhan, 2003).

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