753.The Rolling Stones (Mejores discos IX)
Los Rolling Stones, en efecto, el más representativo grupo de rock del mundo desde hace más de medio siglo, siempre han estado comprometidos con sus orígenes (en esencia se puede decir que para estos ingleses su cuna fue Memphis, la rítmica negra su partera, el Mississippi su cordón umbilical y Chicago su centro neurálgico).
Siempre han celebrado sus propias fuentes al respecto: desde el uso de tambores africanos al inicio de sus conciertos (el de Hyde Park es un ejemplo de ello) hasta sus cóvers de los clásicos del blues, r&b y soul para un público masivo (tocaron como proclama propia un tema de Robert Johnson como “Love in Vain”: cuando la grabaron ya tenían bien aprendidas las lecciones del reverenciado músico).
Pero igualmente remontándose en el tiempo hasta el seguimiento de su historia como grupo. Al escoger su nombre, por ejemplo, surgido de un tema de Muddy Waters, y con una peregrinación a Chicago, durante su primera gira por los Estados Unidos, para visitar el templo sagrado del blues y del r&b: los estudios Chess Records. Más en concreto, con el espíritu de tales fuentes en los mejores discos de su carrera.
El impacto que causó la creación de los Rolling Stones, su big bang, data de su origen en el gusto por los ritmos negros. “Si te metes en un vagón con un tipo que lleva bajo el brazo la grabación de Chess Records de Rockin’ at the Hops de Chuck Berry y The Best of Muddy Waters también, cómo no va a ser amor a primera vista (…) Esa fue una de las razones por las que me pegué a él como una lapa…”, apuntó Richards en su autobiografía Life.
El ritmo negro los unió y sus mitos cimentaron y sirvieron de nutrientes para su transición musical, única y original, como rockeros. Por ello, tras cinco décadas y media de existencia y como corolario a la aparición de su álbum más reciente: Blue & Lonesome, es tiempo de echarle una mirada al momento en que se crearon y al contexto en el que lo hicieron.
En sus comienzos los Stones se entregaban por entero al papel de evangelistas de sus ídolos. Su repertorio en vivo se alimentaba de manera casi exclusiva del blues de Chicago, los clásicos de Chuck Berry, el r&b y el temprano soul, al que además de su entusiasmo e ingenio supieron agregar sobre todo una buena dosis de rebeldía adolescente y agresividad.
Y una cosa más distinguía a los Stones de sus competidores: de forma intuitiva alteraban a sus modelos hasta “adecuárselos”. Tradujeron las canciones ajenas a su propio vocabulario y tamizaron la cultura negra estadounidense con el filtro de la grisácea realidad británica de la posguerra. Esa música ruda y llena de energía ejerció una atracción innegable sobre el público adolescente en Inglaterra.
O.K. No hay canciones nuevas compuestas por ellos en Blue & Lonesome, pero a cambio hay un manifiesto estético implícito con respecto al blues (el que los unió, el que los instaló en la escena musical, el que los llevó al éxito y con el que culminaron varias obras maestras, álbumes en los que vertieron toda su experiencia genérica).
En Blue & Lonesome hay el reconocimiento de amor a las raíces, respeto por los hacedores negros, por la forma y sus creadores, como Memphis “Lightnin” Slim, Magic Sam o Willie Dixon, de quienes incluyen temas poco recurrentes (“Blue & Lonesome”, que da título al disco, “All of Your Love” y “Just Like I Treat You”), pero que les crearon el gusto y el conocimiento, en los momentos en que se forja el bagaje sonoro que acompaña para el resto de la vida: la adolescencia.
Asimismo, hay en este álbum una humildad artística insospechada por parte de Mick Jagger, sobre todo, quien ya no trata de imitar la forma de cantar de aquellos intérpretes, sino de exponer la suya sin manierismos ni oropeles. Igualmente lo hace como intérprete de la armónica, a la que se nota que no ha dejado de practicar. Aquí incluye piezas de maestros del instrumento que alternaban con el canto: Little Walter, Jimmy Reed o Howlin’ Wolf (“I Gotta Go”, “Little Rain”, “Commit a Crime”, respectivamente).
Todo ello demuestra un conocimiento profundo de la materia en la que vivieron inmersos y en la hechura del repertorio que tratan en él. Jagger y Richards convocaron al grupo (incluyendo a Eric Clapton como invitado) y a los músicos que regularmente los acompañaron en la gira reciente. Se pusieron bajo la batuta del experimentado Don Was. Escogieron los British Grove Studios (propiedad de Mark Knopfler, por cierto), por sus características híbridas (analógicas y digitales) y en tres días, sí tres días, concibieron el contenido, en un parto gozoso y sin dolor.
Así, con ese mismo humor hubo la voluntad de refrescar dicho material para sus escuchas iniciales, los de toda la vida y también la de provocar el interés en los recién llegados, además de darse, por qué no, un divertimento como músicos. El resultado es una joya de expresividad bluesera, a cargo de una banda veterana enrolada desde hace años en el tributo infinito a sí misma. Es una enorme sorpresa no sólo anecdótica, sino musical y cultural y lo es más grande aún por ser inesperada, porque el valor de una obra inesperada es incalculable.