548. Bob Dylan 80-10: Rolling Thunder Revue

Por Sergio Monsalvo C.

La historia del rock está construida por sus mitos. Y el de Bob Dylan es uno de los más grandes y ejemplares por su presencia y significado. Entonces, ¿cómo lograr desmenuzar el suyo, cómo mostrar su misterio y su realidad, sin hagiografía y sin explicaciones vulgares? Pues llamando a Martin Scorsese para que lo haga. Los resultados avalan su labor propositiva.

La relación de Scorsese y Dylan lleva más de 40 años de efectuarse. O sea que en ambos lados existe el contexto y el acercamiento. El uno por el artista; el otro por su intérprete. A Dylan le gusta jugar al enmascaramiento desde siempre (desde su cambio de nombre), y a Scorsese le fascina ese ritual artístico y matizarlo.

Le produce gusto narrarlo, fotografiarlo, testimoniarlo, causar placer al mostrarlo, pero siempre en connivencia con su sujeto. Cuarenta y tantos años después ambos siguen en lo suyo y creando otra forma de contar la historia, su historia, para que el mundo la vea y la escuche.

Scorsese lo hizo primeramente en The Last Waltz (de 1978), donde el cine y la música (con siete géneros: rock, folk, blues, soul, góspel, r&b, country) se entrelazaron en una cita noctívaga y fugaz que pretendía la eternidad para una despedida (The Band). Y lo logró al perpetuar lo irrepetible, lo único y lo extraordinario: la reunión de tantos astros, con sus cualidades y estela intactas, haciéndonos formar parte de ello a todos los demás. Dylan como el gran irradiador de tal cosmogonía.

A esto siguió No Direction Home (del 2005) un documental que, como los mejores salmones, remonta la corriente para dilucidar sobre la existencia de Dylan y su impacto en la cultura y música populares en la Unión Americana del siglo pasado. La filmación no cubre todo el andar musical dylaniano, sino que avisora la evolución del músico de sus comienzos en la música folk tradicional hasta su paso al rock electrificado. Pone el ojo en sus inicios, trasladándose desde ahí hasta la fecha en que se accidenta con la moto en 1966.

En este periodo (que va de 1961 a 1966), el cantautor hizo su particular periplo: de bardo concienciado a estrella del género rockero. Material jugoso para un Scorsese al que le propusieron plasmarlo en un documento para la televisión: la historia particular del Dylan contada por él mismo, sin más.

Uno de los primeros acercamientos del músico a la imagen lo había realizado D. A Pennebaker con Don’t Look Back (1967). Dylan se había colocado a la cabeza de la primera generación que había crecido con el rock and roll, pero quería más. Con canciones como «Like a Rolling Stone» defendió la idea de que el mundo se hallaba en el umbral de una nueva era en que todo sería diferente.

El rock había llegado a un punto en que ya se debían plantear preguntas vitales, de importancia fundamental. Aquella generación empezó a hacerle exigencias mayores a su música, relacionadas con su propio crecimiento como seres humanos. Los textos de Dylan tomaron al cielo por asalto.

En “Like a Rolling Stone” se refiere a alguien que no reconoce lo que es importante, aunque haya sido afortunado en la vida. Y supo que tenía que grabarla, y que necesitaba algo fuerte, poderoso: la electricidad del rock fue la respuesta. Hoy, cuesta calibrar la profundidad de las pasiones que despertó aquella decisión estética. Pero hay una manera de hacerlo: con el documental Don´t Look Back, con el que D.A. Pennebaker recuperó las filmaciones de Dylan en dicho festival de1965, donde aquello sucedió.

Otro gran documento es I’m Not There (2007) de Todd Haynes, donde seis actores encarnan a Dylan desde diferentes ángulos; entre ellos Heath Ledger, un niño negro (Marcus Carl Franklin) y una mujer: la camaleónica Cate Blanchett. Como buena película à la Dylan tiene algo de fábula, de prestidigitación, y su soundtrack (con casi 40 versiones de sus canciones) es también extraordinario.

Sin embargo, la nueva concepción de Scorsese, Rolling Thunder Revue (2019), abarca todo lo anterior y más, cuando la época que vivimos, de fragmentación de la realidad, es un hecho contundente, así como el uso del lenguaje, donde las palabras verdaderas son oro molido y un enorme valor de cambio.

Y de tal modo lo certifica el cineasta, ese inimitable contador de historias por la vía de las imágenes y los sonidos, que desde hace décadas indaga en esa leyenda viva que cuenta historias a través de canciones y que lleva por nombre Bob Dylan. Esta relación se ha vuelto hoy tan identificable como deslumbrante.

Scorsese muestra los puntos profundamente divergentes que se tienen sobre el cantautor, sobre las noticias inventadas y cómo ha respondido a ellas a través de los años. Y sugiere que el énfasis en la desinformación sobre este artista podría estar provocando no sólo que la gente crea cosas que no son, sino también que las personas ya no distingan la verdad del propio músico  sobre sí.

En Rolling Thunder Revue, que se centra en la gira que Dylan inició en 1975 en otra de sus facetas estéticas, y que además se dio en medio de las grabaciones del disco Desire, que hablaba sobre su ruptura sentimental, tiene como fundamento las palabras verdaderas del autor sobre su quehacer, ante la constante necesidad de precisión sobre ello y emite auténticos aforismos al respecto: “Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad. Cuando no la lleva, es poco probable que la diga”, asevera Dylan frente a la cámara.

Un artista de su magnitud debe seleccionar las palabras para todos aquellos que no quieren escuchar. Por eso oírlas ahí, en este documental, resulta un bálsamo ante la maraña desinformativa al respecto y sin necesidad de verificarlas.

Con esta muestra narrativa, el binomio Dylan/Scorsese enseña que las historias y los relatos de vida resultan del todo necesarios en el ruido mediático que nos rodea, puesto que la fetichización de las redes oculta en muchas ocasiones el trasfondo, sin realizar las preguntas sobre el contexto histórico y social que lo producen. En este caso la existencia de uno de los artistas mayores que ha dado el último medio siglo.

El documental que lo mismo es un fresco, que un collage, que una visión poliédrica, es un ejemplo de cómo una narración, por coral que sea, alumbra la vida, sus códigos y objetivos, en vez de enmascararlos, aunque paradójicamente, el narrado sí lo haga, para representase y para disertar acerca de los participantes en la gira. Lo que lo convierte en un testigo de excepción de sí mismo, autentificado por el desfile de testimonios, actuaciones, conversaciones, imágenes de archivo, todo lo que quepa. Y ese todo depende de cómo se cuenta.

La importancia de Rolling Thunder Revue (una gira de irrepetibles entresijos que llevó al músico a recorrer su país, a mediados de los años setenta, con una caravana de artistas-peregrinos de toda condición y conectados entre sí por la voluntad de recrearse: Sam Shepard, Allen Ginsberg, Joan Baez, Ronnie Hawkins, Mick Ronson, Joni Mitchel, Roger McGuinn, et al), además del valor intrínseco como documento, como argumento y como manifiesto, pone en pantalla las versiones de una historia legendaria que no es única, sino múltiple, y que enuncia lo que es vital para comprenderla dentro de una atmósfera de troup circense. Tal es el logro de esta autoficción entre el artista y su intérprete más conspicuo.

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