Por SERGIO MONSALVO C.

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Anthony Burgess nació en Manchester, Inglaterra, en 1917. Entró a la universidad a estudiar Lengua y Literatura Inglesas. Ahí conoció a Llewela Isherwood con quien se casó en 1942. Tras graduarse se alistó en el ejército. Se encontraba asignado en Gibraltar cuando su esposa fue asaltada violentamente en Londres y sufrió un aborto. El hecho lo marcó para siempre. Luego de licenciarse trabajó entre la música y la enseñanza en distintas instituciones.

Su situación como profesor era tan mala que realizó empleos diversos para sobrevivir. Una noche, ebrio, mandó una solicitud para un puesto en Malasia, una colonia inglesa. Lo aceptaron. Encontró el lugar fascinante por su mezcla lingüística y cultural. Eso lo llevó a escribir una novela con la que, enriquecida con palabras y expresiones de varios idiomas locales, tejió un extraño léxico. Malasia se independizó y Burgess se fue a Borneo, otro sitio que desató su imaginación.

Por causas de salud volvió a Inglaterra en 1958, donde se le diagnosticó un tumor cerebral y la muerte en un año. Como no tenía nada que dejarle a su mujer se puso a escribir novelas para asegurarle unos derechos de autor póstumos. Ese “último año” publicó cinco obras magníficas en varios géneros. Su salud mejoró y realizó otros trabajos: crítica musical, guiones para TV, así como viajes diversos. Uno de ellos fue a Rusia. Ahí se le ocurrió la idea para A Clockwork Orange (La Naranja mecánica, en su traducción al español).

(A esa etapa borrascosa correspondió el inicio de sus memorias, que a la postre fueron publicadas en 1986 y 1990. En la segunda parte de ellas —You’ve had your time [Ya viviste lo tuyo, 1990]— escribió lo siguiente al respecto de tal novela: “Llevado por la desesperación tecleé un nuevo título, A Clockwork Orange, y me puse a darle vueltas a ver si encontraba un argumento que le encajara bien.

“Siempre me había gustado esa locución cockney, y pensaba que tenía que haber en ella un significado más profundo que el de servir de expresión metafórica, aunque no necesariamente sexual, del afeminamiento. Un relato empezaba a agitarse en mi interior. […] Al principio pensé en escribir una novela histórica, centrándola en un levantamiento juvenil concreto que se produjo en el último decenio del siglo XVI, cuando jóvenes facinerosos se dedicaron a apalear a las mujeres que vendían huevos y mantequilla a precios considerados excesivos, con lo cual tal vez dieran lugar a que William Shakespeare resbalara en la mezcla de sangre y yema de huevo y se partiera la cadera al caer. Pero al final decidí ser profético, postulando un futuro próximo —pongamos 1970— en que la violencia juvenil llegaría a un punto tan espantoso, que el gobierno trataría de reducirla mediante técnicas pavlovianas de refuerzo negativo”.)

En 1962 se publicó la que iba a convertirse en la novela más leída de este  autor. Alex, el protagonista, es un depredador urbano. Él y su banda roban, golpean y violan. Es tan feliz al hacer eso como escuchando la música de su amado Ludwig Van Beethoven. Un día Alex es apresado, justo después de matar a una anciana, y va a parar a la cárcel. Años después le ofrecen la inmediata libertad si se somete a un novísimo tratamiento de rehabilitación: la Técnica Ludovico.

El tratamiento consiste en una inyección y en una sesión diaria de películas. Éstas contienen escenas de extrema violencia. Alex es atado a una silla y con los párpados sujetos de modo tal que no puede parpadear ni dejar de ver. Al principio todo eso no le importa porque le encanta la violencia, pero desde la primera sesión comienza a sentirse mal.

En las siguientes gritará y llorará de dolor y pedirá que paren la proyección, pero así sigue unos días más. El resultado del tratamiento es que Alex ya no puede ni pensar en matar una mosca sin sentir malestar físico. Su cuerpo está condicionado de tal manera que no puede hacer el mal. Está rehabilitado para las autoridades. Se ha convertido en “una naranja mecánica”, en un hombre programado.

En la obra de Burguess la Técnica Ludovico es una pesadilla de anticipación con implicaciones distópicas. Una de sus lecturas es el rechazo a las ideas del psicólogo Skinner y del behavorismo de John Watson: Procesar las relaciones estímulo-respuesta  para la rehabilitación de presidiarios a fin de su reinserción en la sociedad.

Sin embargo, más allá del extraordinario estilo literario, más allá de la interesante utilización de un lenguaje inventado como el Nadsat, y de la sucesión de escenas de feroz violencia, el eje de la novela  se sustenta en que una sociedad que se desentiende del dilema ético y, por puras razones utilitarias, condiciona a las personas para que sigan determinada conducta.

La preocupación del autor ronda en un plano hondamente filosófico. Burgess nos habla de un mundo donde los “malos” son científicamente privados de hacer el mal. El bien se impone desde el gobierno. Hay un Estado que toma esta medida, para lograr la “seguridad pública” y “el orden”. Es una parábola sobre la represión y sus inciertos resultados.

Dentro de la cultura popular la novela ha tenido una gran repercusión y su moraleja ha sido representada o parodiada desde distintos puntos de vista: el cine la llevó a la pantalla bajo la batuta de Stanley Kubrick, que hizo de ella un clásico; en la televisión con las series animadas como los Simpson o Drawn Together. Asimismo, ha sido un filón para los videojuegos.

En la música, su influencia comenzó cuando Andrew Loog Oldham, mánager de los Rolling Stones, quiso comprar los derechos de la novela y hacer una película con los miembros del grupo como protagonistas. El proyecto se le ocurrió en 1965, cuando el libro apenas comenzaba a difundirse. No obstante, Burgess desestimó la oferta.

El método Ludovico, el uso de un lenguaje inventado, la ultraviolencia y la represión estatal, fueron los ganchos que conectaron al rock con la novela. Durante el florecimiento del punk varios grupos dieron sus versiones sobre ello: The Adicts, Lower Class Brats o Die Toten Hosen. En los ochenta y noventa lo hicieron Sigue Sigue Sputnik, Guns’n’Roses, Duran Duran y Blur, entre otros.

En el comienzo del siglo XXI, The Libertines, Stereo Total y Sepultura volvieron a retomar la cuestión de las preguntas fundamentales que plantea La Naranja Mecánica: ¿Es el hombre un ser violento por naturaleza?, ¿Es la sociedad violenta con sus miembros? o ¿La libertad del individuo se contrapone a la del bien colectivo o viceversa?

Anthony Burgess murió de cáncer de pulmón en noviembre de 1993, en Londres, más de 30 años después de que los doctores le diagnosticaran aquel tumor cerebral y un año de vida. La Naranja Mecánica sigue tan fresca y presente como el día en que se le ocurrió.

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