Les Têtes  Brulêes

Exotismo Bikutsi

Por SERGIO MONSALVO C.

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Todo ingrediente cultural, en cualquier parte del mundo, es el resultado de una dinámica social específica y responde a necesidades colectivas. La cultura entendida de esta manera es la respuesta de un grupo de hombres y/o mujeres al reto que plantea la satisfacción de las necesidades básicas que tiene toda colectividad humana.

Necesidades de creación y recreación, de conocimiento de las herencias acumuladas por generaciones anteriores y de un conjunto de elementos dinámicos que pueden ser transferidos, reinterpretados y enriquecidos con elementos ajenos o nuevos.

Así, hoy en día se oye hablar con frecuencia de la difusión de una cultura global o universal, en la que la humanidad entera participa de manera creciente con su cúmulo de valores.

El mundo civilizado o —para plantear el asunto en términos menos ambiciosos— el de las “áreas culturales” es una realidad que no puede ser ignorada, y tampoco soslayada en cualquier proyecto en ese sentido. La música es una parte destacada de todo ello. Y así lo han entendido sus intérpretes de avanzada en todas las latitudes y continentes.

El elemento primordial para la génesis de la world music contemporánea fue el encuentro de diversas culturas, su crisol fundamental. Tal fenómeno no ha dejado de ser importante a lo largo de la historia del género, y el futuro no predice otra circunstancia. Al contrario, fortalece esa simiente con nuevas corrientes y manifestaciones musicales tanto globales como regionales.

De las selvas infestadas por mosquitos del África Central, debido a su cercanía con el Golfo de Guinea, proviene uno de los grupos musicales más excéntricos, dinámicos y realmente talentosos de Camerún, Les Têtes Brulées. Un grupo de jóvenes músicos provenientes de familias dedicadas a la cosecha del cacao y al cuidado del ganado que emigraron a la capital, Yaundé.

Jóvenes que crecieron ya como ciudadanos independientes en un país que se había desarrollado bajo diversas potencias colonizadoras, desde los alemanes en el siglo XIX hasta la administración del siglo XX a cargo de la Gran Bretaña y luego de Francia, que a la postre tuvo que aceptar su independencia.

El quinteto usa cautivantes beats bikutsi originales de la tribu beti de la localidad, mientras sus integrantes brincan por el escenario con lentes oscuros, rodilleras y coderas deportivas, mochilas a las espaldas, los cuerpos pintados de puntitos y las cabezas rasuradas con diseños bizarros. Los colores fosforescentes que usaron en años anteriores se han suavizado y han sido reemplazados por matices más sutiles de color café y beige.

Los ritmos bikutsi existen desde hace siglos. La palabra significa «golpear la tierra», y se utilizaban para enardecer a los combatientes de la tribu antes de enviarlos a la guerra. Surgidos de las regiones occidentales de Camerún, cubiertas de bosques tropicales, estos frenéticos ritmos tribales no tardaron en cautivar a los escuchas urbanos del mundo desde 1986, cuando Les Têtes Brulées los redescubrieron y les dieron nueva vida.

Dichos ritmos se convirtieron en el vibrante pulso de los noventa. En el continente europeo, sobre todo, el neopunk y sus danzantes ejecutan el baile pogo al compás de la fuerza regocijada del bikutsi. Un fenómeno de la globalización benévola.

Creado en 1986 como un grupo conceptual, Les Têtes Brulées dieron nuevo sabor a las olvidadas tradiciones folclóricas conocidas sólo, hasta su llegada, por la población rural del país. El grupo fue creado por el trompetista y cantante principal Jean-Marie Ahanda.

Existen diversos tipos de bikutsi. Uno es tocado por los griots (narradores de cuentos) en la guitarra; otro es el que las mujeres cantan acompañadas por balafones (el vibráfono del África occidental), y también hay uno más que se interpreta en bodas y fiestas.

El estilo de Les Têtes Brulées se distingue por los poderosos riffs en la guitarra, los cuales sustituyeron al balafón. Al igual que el país mismo, su sonido refleja las influencias musicales del township mbaqanga de la vecina Sudáfrica, los rebuscados tonos del soukous zaireño y el jit jive de Zimbawe.

Al fundar el grupo, Ahanda, quien estudió arte en París y volvió luego a Camerún para trabajar como crítico de arte para el periódico Cameroon Tribune, quería que la gente comprendiera la prehistoria de su pueblo.

A través de la mitología y la pintura, el músico descubrió al azar que todo tiene dos caras, que el mundo es ambivalente. Así que trató de mostrarlas en lo musical poniendo al día las tradiciones y agregando algo de extravagancia.

Al poco tiempo de que apareciera su álbum debut Hot Heads con el sello Shanachie en 1988, el requintista de 26 años Theodore «Zanzibar» Epeme se suicidó. Dos años más tarde la cineasta francesa Claire Denis entró en contacto con el grupo y pidió filmarlos en gira, lo que resultó en el largometraje Man No Run.

El segundo álbum, Bikutsi Rock, impulsó aún más el desarrollo del grupo. Llevó la música de Les Têtes Brulées a un groove imparable, bajo las hábiles manos del productor inglés de world beat y dance Simon Booth (miembro fundador de Working Week y AfroCelt Sound System y remezclador del acid jazz).

En las obras noventeras siguientes, Ahanda gruñe palabras sin sentido por encima de poderosos beats galopantes y soñadoras secuencias en la guitarra, en las cuales se funden sonoridades musicales desde los riffs ondeantes de Bo Diddley hasta los tonos muy bien asimilados del soukous zaireño y canciones a cappella.

Con sus animados beats y actitudes refrescantes, Les Têtes Brulées son los gratos representantes de la actual ola del afropop francófono.

Discografía mínima:

Hot Heads (Shanachie, 1988), Bikutsi Rock (Shanachie, 1990), Les Têtes Brulées (Sterns, 1991), y aparecen en antologías africanas como Best of Ellipsis Arts (1997) y Afrika: Never Stand Still (1999).

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