Un Hombre Malo

Vivir en litigio

Por SERGIO MONSALVO C.

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John Fogerty (en principio y a final de cuentas el cerebro y alma del grupo Creedence Clearwater Revival) cumplió cabalmente con el precepto artístico de universalizar con sus canciones el viaje interior por el corazón y la música de una geografía humana y pantanera, y su obra vendría a ser la parte sonora de lo ya desarrollado literariamente por Mark Twain y William Faulkner. Ese fue el hilo conductor de sus álbumes durante tres años (1968-1970). Su pluma, guitarra y voz la reveló al mundo.

Sin embargo, luego del disco Pendulum ya no habría más allá. Todo se quebró. Tras el rostro luminoso y la exitosa carrera del grupo también nacieron y se desarrollaron la ambición inescrupulosa, el rencor desmedido y la envidia superlativa. En esa historia paralela aparece un personaje llamado Saul Zaentz. Era hijo de inmigrantes huidos del hambre y la violencia del Este europeo y al crecer buscó cobrarse lo que creyó que la vida le debía, con quien fuera.

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Zaentz nació en New Jersey en 1921, donde permaneció hasta que fue llamado a filas para participar en la Segunda Guerra Mundial. A su regreso abrió una granja de pollos en St. Louis Missouri. Buscó en vano a la gallina de los huevos de oro y a las seis semanas tiró el arpa del trabajoso oficio. A sus conocidos les informó que se iría a San Francisco —la tierra prometida— “para estudiar negocios”, según sus propias palabras. Lo que no les dijo fue que sería con especialización en la materia de las malas artes.

Ahí encontró trabajo como distribuidor de discos y organizador de conciertos. Sus nebulosos malabares y labia en ese rubro le atrajeron la admiración de los ejecutivos de la compañía Fantasy Records —semejantes afines— quienes lo reclutaron en 1955 como mánager para hacerse cargo de sus departamentos de jazz, spoken word y luego, en los sesenta, del naciente rock de aquella bahía californiana que poco a poco se convertía en centro de una nueva cultura. Para entrar en ella contaba con los Blue Velvets.

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Conspirador de pasillo intrigó en contra de los directivos de la compañía que lo habían contratado hasta hacerse cargo de ella y al poco tiempo dueño de la misma, en 1967. Al vislumbrar lo que el rock le podría brindar como negocio tomó las riendas de aquel grupo de reciente adquisición. Le impuso reglas espartanas, sonido (imitando el británico), vestuario (ridículas pelucas blancas) y el nombre (primero The Visions y luego The Golliwogs).

Así sucedió hasta que sus miembros se hartaron y buscaron su identidad. Astutamente les hizo las concesiones que pidieron, pero a cambio de que le firmaran un contrato (“formulismos, ustedes saben”) en el que él aparecería como productor y arreglista de las canciones del grupo. Habría un contrato nuevo en cuanto las cosas empezaran a funcionar, según dijo. Aquellos muchachos, ansiosos por grabar, inocentemente estamparon sus firmas.

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Gracias al genio de John Fogerty, el grupo despegó de manera impresionante en 1968 y en 1971 ya había vendido millones de discos, de los cuales muy pocos beneficios de las regalías les correspondieron a sus miembros porque la mayor parte de las mismas representaban derechos para la compañía y por ende iban a parar a su dueño, Saul Zaentz: “productor” y “arreglista”. El grupo sobrevivía económicamente sólo por sus presentaciones en vivo y un ínfimo porcentaje de los ingresos discográficos.

Por ello debían grabar constantemente para percibir algún beneficio. El propio John Fogerty, compositor, voz, guitarrista, productor, representante y administrador, sólo recibía las migajas. Zaentz, mientras tanto y como en los cuentos tópicos, se volvió un gordo y sonriente multimillonario y durante las siguientes décadas se hizo productor de Hollywood y ganador del Oscar con películas como One Flew over the Cuckoo’s Nest (Atrapado sin salida), Amadeus y El paciente inglés.

El flujo de dólares producto de la creatividad de John le sirvió a Zaentz de soporte para su “prestigioso” papel durante las siguientes tres décadas hollywoodenses, en las que incluso recibió sin sonrojo el Premio Irving G. Thalberg de la Academia de Ciencias y Artes estadounidense. Siempre se cuidó de que aquella situación no cambiara. Pero John se empezó a quejar por la explotación. “Divide y vencerás” reza el dicho, y Zaentz lo canalizó haciendo aflorar el rencor y las envidias entre los otros integrantes.

El directivo les hizo creer que John era el causante de su precariedad económica al no producir más material y al ocuparse personalmente de lo concerniente al grupo. Tom Fogerty, tras pelearse con su hermano, renunció a la banda y Clifford y Cook, creyendo que por ósmosis se les había pegado la genialidad de John, pidieron componer, cantar, producir y todo lo demás. Como la compañía exigía el siguiente acetato presionó a John para que los dejara participar en la hechura.

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Harto del motín a bordo y de la traición soterrada que había sufrido por parte de sus compañeros, entregó los controles y dividió el trabajo a partes iguales. Aquellos dos también compusieron, cantaron y produjeron. El resultado fue desastroso: un fracaso artístico. Tras el álbum Mardi Gras John dio por concluida la historia de Creedence Clearwater Revival. En 1972 se hizo oficial la disolución del grupo. Sin embargo, Zaentz, al ver esfumarse su mina de oro, juró vengarse de John y lo haría lenta y sanguinariamente.

John Fogerty había comenzado su carrera solista como The Blue Ridge Rangers, grupo de un solo integrante, cuando Zaentz decidió iniciar la guerra judicial contra él con respecto a las regalías del tiempo de CCR. Durante ese tiempo Fogerty prácticamente tuvo que vivir como ermitaño debido a las circunstancias legales que le impedían trabajar. Saul demoró el juicio lo más que pudo y mantuvo al músico en un largo periodo de inactividad hasta que en 1983 el tribunal falló a favor de este último.

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Una vez en otra compañía, John grabó Centerfield (Warner Bros, 1985) donde destacaba el sardónico tema “Zanz Kant Danz” dirigido contra su archienemigo. Pero éste (Zaentz) ni tardo ni perezoso le asestó una segunda demanda por difamación. John perdió este proceso y todos los derechos sobre el repertorio de Creedence Clearwater Revival (ni en vivo podía tocar su material). Zaentz reía a carcajada abierta y pública con las determinaciones. Y no conforme con ello insistió con una tercera demanda.

En esta ocasión, alegando autoplagio en lo sonoro (¡¡!!) porque la canción «The Old Man down the Road» se asemejaba a «Run Through The Jungle» de CCR. En esta oportunidad, John se presentó con guitarra en mano y se puso a tocar frente al jurado explicando cómo el estilo es uno y el autoplagio no es posible. John ganó por fin y además recontrademandó a Zaentz reclamándole los gastos del tercer juicio, a los que según la ley estadounidense se tiene derecho si se es víctima de una demanda frívola.

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La Suprema Corte estadounidense sentenció a favor del músico y el caso sentó precedente jurídico en el sistema legal de aquel país. Sin embargo, la úlcera provocada por la tensión de tantos juicios y contrariedades obligó a John a un retiro que duraría once años. En 1993 Creedence Clearwater Revival fue introducido al Salón de la Fama del Rock. Tom ya había muerto y Clifford y Cook (que todo el tiempo estuvieron del lado de Zaentz) asistieron al evento, pero John se negó a participar y a compartir con ellos el escenario.

El regreso de los reflectores le dio la idea a Zaentz de que aquellos ganapanes de la sección rítmica podían reconstruir al grupo y levantarse un dinero que con su propio trabajo nunca conseguirían. Se inició así otro largo proceso legal contra ellos, que es otra historia de infamias. No obstante, las buenas noticias llegaron en el 2004. La Concord Records compró a la compañía Fantasy y los nuevos dueños tomaron las debidas medidas para que John Fogerty recuperara sus derechos.

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Sí, todos los derechos sobre los temas de CCR que le habían sido expoliados desde 1970 y que también tendrían que pagar en retrospectiva y en adelante sus ex compañeros por el uso de los mismos. Al fin se hizo justicia y los tipos sin ética quedaron en evidencia. En el 2005, John festejó sus sesenta años de edad con una gira mundial celebrando el fin de aquella pesadilla. Al mismo tiempo se le reconocía como uno de los mejores guitarristas de la historia del rock por la canónica revista Rolling Stone.

Saul Zaentz, enojado por la restauración de Fogerty, vendió sus acciones de la Fantasy y vertió sus maquiavélicos esfuerzos en Hollywood, donde pronto entró en litigios, ahora debido a los derechos y las regalías de la producción basada en El Hobbit. Y así murió, el 3 de enero del 2014 en San Francisco a la edad de 92 años, por complicaciones con su Alzheimer. No explotó como en las películas por la maldad acumulada, como cabía esperar, pero el alivio es que ya no volverá a echarle a perder la vida a nadie más.

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