Omar Souleyman

La mezcla de los tiempos

Por SERGIO MONSALVO C.

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Desde tiempos recientes una multitud errante camina desde Siria por la geografía intercontinental (¿hacia dónde: Who knows?) en una migración masiva de expoliados debida a la guerra civil (los “despojos de la tempestad”, como definiera esos movimientos la célebre poeta Emma Lazarus).

Esa humanidad anónima y mísera enfrenta al mundo con una multitud de problemas inimaginables e infinitos. Masas cansadas y penando por respirar una libertad elemental que se les niega en su propio terruño.

Tales éxodos que por un lado pueden ser liberadores igualmente conducen al purgatorio del exilio, como el vivido por ejemplo por el cantante Omar Souleyman, quien no ha podido regresar a Tell Tamer, el villorio donde creció, cercano a Ras al-Ayn, una ciudad al norte de Siria, del que tuvo que huir por el conflicto y para salvar la vida.

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La práctica del canto lo ha llevado desde entonces por muchos lugares en los que ha podido sentirse a salvo. Sin embargo, no deja de considerarse a sí mismo como un hombre mutilado.

Por eso el exilio, la nostalgia y la melancolía son temas importantes en la poesía ancestral y contemporánea que canta, apoyada por el world beat y el techno cosmopolita.

Souleyman nació en aquel pueblo en 1966, cuidaba animales y ayudaba en la siembra y otros menesteres para después, durante los fines de semana, unirse al grupo al-Hasakah que actuaba en las fiestas de la localidad.

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Una vez como adulto decidió dedicarse de tiempo completo a trabajar como animador y cantante en festejos particulares y públicos. Lo hizo con un trío bajo su nombre, que incluyó a quienes habían sido sus acompañantes desde entonces: Rizan Sa’id y Hassan Hamadi.

Lo que diferenciaba a Soleyman de los muchos intérpretes que cantaban canciones folk y tradicionales y deambulaban por aquella región siria que colinda con las fronteras de Turquía e Irak, eran sus letras. Éstas procedían de poetas antiguos y poco conocidos de las tres culturas.

Él había crecido escuchando los cantos en todo evento social al que asistió, y luego los ejecutó profesionalmente, antes de que ello fuera prohibido de manera abrupta por los extremistas.

Pero una vez fuera y entrado en el siglo XXI, Souleyman no solo utilizó tal lírica. Además, comenzó a trabajar con poetas actuales a los que les proporciona una base rítmica (del hip hop, drum’n’ bass u otro derivado electrónico) para que escriban la letra en armonía con ella.

Esta mezcla de poesía y músicas árabes y kurdas y ritmos contemporáneos occidentales ha dado como resultado una fusión rica, melodiosa y, sobre todo, potente.

Dicha fusión ha sido la clave de su éxito. Un estilo ecléctico que ha llegado al público en general. Al de la propia Siria y árabe, primero, con cientos de cassettes y discos grabados durante sus actuaciones en vivo, que circularon y circulan en los mercados populares de aquella zona, y al resto del planeta, en segundo término, cuando la compañía independiente Sublime Frequencies (asentada en la Unión Americana y especializada en las músicas del Medio Oriente y africanas) lo firmó.

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Al iniciar el siglo, y a partir de ahí, su obra comenzó a ser conocida en la sopa planetaria con discos como: Highway to Hassake (2006): Dabke 2020 (2009), Jazeera Nights (2010), Haflat Gharbia – The Western Concerts (2011, LP doble), Leh Jani (2011, compilación en doble LP de algunos cassettes sirios para el subsello Sham Palace), Wenu Wenu (2013, para la Ribbon Music y con producción de Four Tet) y el reciente Bahdeni Nami (2015, para Monkeytown).

Igualmente ha sido invitado a participar en los festivales de world music más afamados (Glastonbury, Chaos, Way Out West, etcétera) o a colaborar con gente como Damon Albarn o Björk.

Porque desde hace unos años su música ha calado entre los vanguardistas de Occidente, donde ha colaborado, además de con los mencionados, con Four Tet, Gilles Peterson y Modeselektor, entre ellos.

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«Lo más importante que me han enseñado esas personas es que mi música podía sonar con una calidad superior», ha declarado. Pero, ¿cuáles son los músicos a los que más admira? Obviamente a los de su esfera cultural: Umm Khaltoum, una cantante egipcia, con un enorme carisma, que conmovió a millones de personas. También le gusta Fairouz, la diva de Líbano, cuya música desborda pureza, que es la cualidad que más aprecia en una canción.

El tercero en su lista es Ahmad Alsamer, poeta de cabecera de su propio repertorio. «Se trata de un viejo amigo, que además creció en mi pueblo. Él ha compuesto mis piezas más populares: «Shift al mani» y «Kaset Hanzal».

A pesar de que el lenguaje siempre va a ser un obstáculo para el conocimiento de su obra fuera de aquella región, su oferta musical sí le llega al oyente acostumbrado a las fusiones y al que le dice cosas de esa manera, ya que las emociones contenidas en sus piezas, además de la melancolía, hablan de amor, tristeza, desamor, sentimientos compartidos por todos, por doquier.

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No obstante las grandes diferencias que existen en el mundo, mucha gente busca áreas de encuentro donde haya algo en común. Las diferencias existentes son en realidad distintos puntos de vista en los que se puede aprender y entender al otro. Un cambio de perspectiva procede del acercamiento con la música a distintas culturas.

Omar Souleyman, el sirio del Kurdistán, es un buen ejemplo y practicante de ello. Aunque con el exilio haya sido víctima, como millones de sus paisanos, de quienes buscan imponer con la violencia y el terror las ideas propias sobre las ajenas.

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