CABARET VOLTAIRE

LA CUNA DADÁ (I)

Por SERGIO MONSALVO C.

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Recargado en una de sus paredes para protegerme del sol veraniego con su sombra, tengo tras de mí al Cabaret Voltaire y enfrente la parte antigua de Zúrich a la que le tomo fotografías y me parece increíble que en esta apacible ciudad suiza (motor financiero del país y asentamiento de la conspicua banca internacional) haya nacido el movimiento vanguardista más longevo de la historia: el dadaísmo. Una corriente que sigue marcando la creatividad de una u otra forma.

El dadaísmo surgió en esta ciudad en 1916 y se caracterizó por gestos y manifestaciones provocadoras, en las que los artistas pretendían destruir todas las convenciones con respecto al arte producido por una cultura que había desembocado en la carnicería de la Primera Guerra Mundial.

La palabra “dadá” que lo fundamenta, y que de alguna manera habla también de su sinsentido, tiene varias opciones en su origen: una dice que sus hacedores lo encontraron casualmente en un diccionario: “Es el primer sonido que dice el niño y que expresa el primitivismo, el empezar desde cero, es lo que nuestro arte tiene de nuevo», dijeron. Otras versiones sostienen que en el diccionario buscaron el vocablo más raro y desconocido, y encontraron dadà, cuyo significado es “caballo de madera” en francés.

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Así comenzó este generador imparable de ideas en su constante jugueteo con el absurdo, el humor y la ironía y el cual extendió desde entonces su impacto hacia todo el mundo. Los fundadores del movimiento fueron: Hugo Ball, un escritor alemán ubicado entre la mística y la filosofía; Tristan Tzara, poeta rumano, Marcel Janco también rumano (pintor y arquitecto); Hans Arp, escultor, poeta y pintor de Strasburgo, Sophie Táuber, pintora y escultora suiza; y los alemanes Richard Huelsenbeck, poeta y músico y Hans Richter, cineasta además de pintor, entre otros (a los que se agregarían Marcel Duchamp y Man Ray).

Suiza se había convertido en lugar de asilo de todos aquellos que eran neutrales, de los pacifistas que veían en la contienda una muerte segura y necia. Daban tumbos y se reunían en diversos lugares para hablar sobre el mundo y sus conceptos, sus penas y sus pocas alegrías, hasta que encontraron una cervecería muy escondida entre las calles de Zúrich y decidieron que era el sitio en que había que aislarse de esa masacre y de la tristeza que traía consigo.

Tristán Tzara llevó al grupo hacia ese local, ubicado en la Spiegelgasse # 1, donde le prometieron al dueño que vendería más cerveza si los recibía. Así, el 5 de febrero de 1916, lograron con el esfuerzo de todos abrir ahí un pequeño cabaret en la planta alta, al que bautizaron como «Cabaret Voltaire». El título era un homenaje al pensador francés, quien había escrito que la tolerancia nunca había provocado una guerra, en cambio la intolerancia había cubierto la tierra de masacres.

Estos espíritus inquietos llegados desde todas partes dinamitaron al arte como había sido concebido hasta entonces. En las tertulias del Cabaret Voltaire aquella turba artística sintió que había tomado por asalto la ciudad de Zúrich (caracterizada por sus barrios medievales) cuando en realidad ponía los fundamentos del arte contemporáneo (con la duda y el humor) en la historia humana, quizá con las mejores armas contra cualquier convencionalismo.

Una vez liberado el movimiento en dicho espacio catártico, se provocó una explosión de ironía que contagió a Occidente. La irreverencia, el caos, la ilógica y la negación que tenían lugar cada noche en aquel punto era una celebración de la vida: así nació el dadaísmo. Sus creadores odiaban los nacionalismos que habían provocado la exclusión sistemática por doquier, el progreso sin límite como fe laica y el pensamiento racional y positivista, factores que, según ellos, habían provocado la guerra y el hundimiento del mundo.

Ahí, en el Cabaret Voltaire, en la misma calle en la que vivía Lenin en esos tiempos, los artistas se reunieron para leer poesía en recitales espontáneos y hablar del sinsentido existencial, para gritar, aullar, bailar sin ritmo, motivando una completa y absoluta cacofonía y un ceremonial continuo de desafío. Esta condición de ruidoso espectáculo sobre sus actividades no desapareció nunca del Dadá e iría impregnando de radicalismo y nihilismo las actividades del cabaret.

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El escándalo, pues, será una de sus principales banderas desde la primera velada literaria (con tumultos y disturbios incluidos). Cosa que no pasarán por alto las fuerzas vivas locales que pedirán acciones gubernamentales. La respuesta fue cerrar el local por las autoridades. Durante cuatro meses de 1916, desde febrero al inicio del verano, el Cabaret Voltaire fue capaz de teorizar y estructurar todo un pensamiento de respuesta vital con propuestas absurdas. Entonces, el status quo los lanzó a la calle. Craso error.

Un día Hugo Ball, anunció que iba a publicar una revista titulada Dadá “Colección de arte y literatura”. La existencia del Cabaret Voltaire y de la postrer publicación fue un momento del tiempo que propiciaría un fenómeno viral que se extendería por el mundo (principalmente en Berlín, París y Nueva York, lugar donde Marcel Duchamp expuso “La fuente”, un urinario al que constantemente se remiten las generaciones para hacer la eterna pregunta de “¿Qué es el arte contemporáneo?”).

El dadaísmo legaría al mundo su espíritu iconoclasta, la poesía automática (regida por el azar, planos de pensamiento y la renuncia al significado), la poesía fonética (basada en los sonidos), sus diversos y radicales manifiestos estéticos, sus irreverentes conferencias y osadas representaciones teatrales, el performance callejero, los happenings (sacó al arte de los museos y de las casas ricas).

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Así como también el autodiseño (y uso de materiales inusuales), el ready-made, las schadografías, imágenes fotográficas sin el uso de la cámara; el collage, los juegos experimentales con las imágenes y las palabras, la unción de los objetos cotidianos y de creación inútil, el protagonismo de la tipografía, el humor, la internacionalidad grupal, la abstracción escultórica, pictórica, fotográfica, cinematográfica y musical (de la música concreta y aleatoria al rock bizarro; del free jazz al experimentalismo con la música electrónica), entre otras aportaciones

Durante poco más de un lustro, rebelándose contra las convenciones artísticas y literarias y rechazando las convenciones sociales desde su sede, los dadaístas hicieron de su arte un modo de vida que marcaría la ruta estética, hasta su disolución tras el fin de la guerra en muchas otras corrientes inmediatas, mediatas y futuras.

El Dadá diseminó generosamente sus ideas por: el surrealismo, el estridentismo, la patafísica, el constructivismo, la Bauhaus, el espartaquismo, la generación beat, el situacionismo, el pop art, la contracultura sesentera, el neoísmo, el ruidismo, el punk, la posmodernidad, la hipermodernidad…

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