Por Sergio Monsalvo C.


El 23 de noviembre de 1889 se instaló en San Francisco el primer aparato musical automático de monedas en el mundo.  Un cilindro de cera servía como soporte para el sonido, se ponía en movimiento tras de introducir una moneda de 5 centavos de dólar y producía unos vagos graznidos por medio de una manguera auditiva.

Rudolph Wurlitzer, nacido en 1829 en Schildbach, poblado de la provincia alemana de Sajonia, fundó un comercio de artículos musicales en los Estados Unidos. Sus descendientes hicieron furor con la «Mighty Wurlitzer», un órgano para el cine, y las jukeboxes.

Esta popular máquina para difundir la música que se conoce con varios nombres, como jukebox, rockola, tragaperras o Bimbo-Box, tuvo su desarrollo primigenio en oscuras guaridas de los Estados Unidos.

El Automatic Phonograph experimentó su primer auge durante los años treinta, cuando la época de la Prohibición dio forma a una escena musical peculiar en los bares ilegales o speakeasies.

Por su parte, la población negra estadounidense, muchas veces indeseables en los establecimientos públicos de muchos lugares en ese entonces, con la ayuda de la jukebox organizaron rent parties y juke joints. Para ello, la caja de colores naturalmente se armaba con la estigmatizada race music.

De acuerdo con el lema «Cambia lo viejo por lo nuevo», el líder del mercado: Wurlitzer, animó de manera por completo legal el negocio de los aparatos intercambiables.

Por el contrario, el crimen organizado recurría a métodos nada elegantes: los dueños de los bares eran obligados a comprar jukeboxes y los gangsters se quedaban con las ganancias.

El cantante estadounidense Bing Crosby fue aclamado durante mucho tiempo como el «rey de las jukeboxes«.  A cambio, hacía publicidad para la Wurlitzer.

Con el modelo «1015», esta compañía se estableció como el número uno en el mercado. En 1946-1947 se vendieron casi 60,000 ejemplares del modelo original en el mundo.

Con el nacimiento del rock and roll, la jukebox vivió su mejor momento, porque esa «música selvática» fue boicoteada, al principio, por casi todas las emisoras de radio. A pesar de ello se escuchaba. En lugar de la radio, la reproducían todas las jukeboxes en los establecimientos juveniles entre Boston y Buxtehude.

En los años sesenta, los tocadiscos portátiles y las primeras Discos (clubes para bailar) les empezaron a hacer competencia.  (Al vislumbrarse el fin del disco de vinil de 78 revoluciones, la compañía Seeburg se mostró visionaria con la máquina «M 100 A», diseñada para los discos de 45 rpm.)

Los conocedores del jukebox distinguen entre la «Golden Age» (1930-1950) y la «Silver Age» siguiente. Mientras que los primeros aparatos, con sus abundantes adornos, aún pertenecían a la categoría del «kitsch sublime», el «nuevo pragmatismo» dominó durante los años posteriores: con diseños sobrios y funcionales.

(Mucho antes de que MTV empezara a trasmitir, los «Nickelodeons» –las pequeñas máquinas reproductoras tragamonedas instaladas en los restaurantes y fuentes de sodas– ya proporcionaban clips musicales con sólo apretar un botón. La música de la cinta era acompañada por una peliculita apropiada proyectada sobre una pequeña pantalla.)

Los diseños cambiantes debían mantener despierto el interés por los aparatos.  Fabricantes conocidos, como Wurlitzer, Rock-Ola, Seeburg o AMI incluso llegaron a servirse de elementos estilísticos extraídos de la investigación del espacio.

Los valores internos de la jukebox se mantuvieron al tanto del progreso técnico.  Transistores más baratos sustituyeron los viejos bulbos, la instalación de varias bocinas debía crear, además, un sonido de «alta fidelidad».  De hecho, éste era bastante aceptable para la época. En comparación con lo actual, sin embargo, hace falta acostumbrarse un poco.

Provista de la técnica de CD más moderna, Wurlitzer ofrece actualmente una imitación del modelo «1015» de 1946.  La versión más económica cuesta 24 mil dólares.

Las jukeboxes de dicha compañía entretanto ya sólo se fabrican en Alemania.  La matriz estadounidense actualmente produce instrumentos musicales. Casi setenta años después de la Wurlitzer «P10» de 1934, casi todos los fabricantes renombrados de jukeboxes se han retirado del mercado.

Para quienes gustan del conocimiento de tal parafernalia musical está la revista especializada Jukebox Collector, una publicación dirigida a los coleccionistas de estos muebles sonoros.  La dirección para suscribirse a ella es la siguiente: 2545 SE 60th Court, Des Moines, Iowa, EUA. La suscripción desde el extranjero cuesta alrededor de 50 dólares (hasta este momento).

Asimismo, el europeo es el continente para los coleccionistas. El buscador de rarezas o de refacciones difíciles de encontrar tendrá mayores probabilidades de éxito en el centro del continente, sobre todo.

Por otra parte, desde hace décadas, los músicos han rendido homenaje al espíritu de la caja sonora. Los rocanroleros Nino & The Ebb Tides le erigieron un monumento al aparato en «Juke Box Saturday Night».  Alan Vega le cantaba a la «Juke Box Babe» y el grupo Foreigner creó el hit «Juke Box Hero».

Philip Glass, a su vez, hizo una obra monumental con Hydrogen Jukebox, basada en un libreto de Allen Ginsberg, misma que editó la compañía WEA en 1993.

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