RY COODER

REPARADOR DE CONCIENCIAS

POR SERGIO MONSALVO C.

 

Luego de realizar grandes proyectos musicales que culminaron en obras históricas (con Ali Farka Touré y con el Buena Vista Social Club) Ry Cooder tuvo ganas de volver a casa (a los Estados Unidos) y al hacerlo se encontró en el traspatio de la misma historias enterradas y situaciones contrarias al desarrollo social y humano.

El disco Chávez Ravine fue la primera muestra de su quehacer descubridor en el propio terruño. Una muestra como siempre honesta y auténtica de su compromiso artístico.

Tras una efeméride deportiva —el cambio de residencia del equipo de beisbol de los Dodgers de Nueva York a California, así como la construcción de su estadio— se halla un hecho socioeconómico que afectó a miles de personas del barrio Chávez Ravine en el Este de Los Ángeles, el cual puso en evidencia la malevolencia de la política en contubernio con el capital, del gobierno estatal contra una minoría étnica: los inmigrantes mexicanos.

Ry Cooder regresó a casa, sí, para propiciar de nueva cuenta el acicate de la conciencia en el propio hogar, California, con la mirada de otros cronistas que por igual hablan del ayer con el espejo del acontecer de hoy en la mano.

El músico se dio cuenta de lo mal que estaba la situación bajo el gobierno de George W. Bush (desinformación, derechos civiles truncados, conservadurismo extremo, miedos infundados y sospechas paranoicas en todos los niveles). Entonces decidió hacer, ya encarrerado tras Chávez Ravine, el álbum  My Name is Buddy.

Éste se convirtió en un manifiesto y en un instrumento de denuncia. En él, Cooder dice que es necesario empezar a leer la verdad para darse cuenta de lo que sucede en realidad, y para ello partió de la antigua tradición popular de la canción de protesta.

Las viejas melodías y los ritmos de la música vernácula estadounidense le ayudaron a contar las historias que integran el disco. El estilo musical es el mismo, pero con contenidos narrativos que retratan la actualidad de la crisis económica.

Las canciones que componen el disco tratan sobre la vida de los pobres y los proletarios, de sus dificultades para sobrevivir y de su indefensión ante los poderosos. No es un trabajo optimista, pero su tema central es que la unidad puede proporcionar la fortaleza necesaria en estos tiempos oscuros.

Habla también de los que quieren detener esta solidaridad, de los que detentan el poder y de los que buscan destruir todo atisbo de concientización.

Sin embargo, para que todo ello no resultara muy espeso y panfletario lo relató como un cuento infantil.

Por lo mismo echó mano de apoyos visuales y junto con el álbum apareció un librito ilustrado con dibujos que permiten visualizar la historia de Buddy (el gato protagonista), un ratón, un sapo y un humano desposeído.

La fábula, pues, mezcla la historia infantil con duras críticas a la política conservadora. El mensaje final señala, esperanzador, que debe haber algún lugar mejor, con una sociedad distinta y un sistema económico diferente.

En la aventura se hizo acompañar de algunos hitos de la música folklórica norteamericana: Mike y Pete Seeger, a cuyas voces y guitarras acompañan también el acordeón del Flaco Jiménez, la gaita de Paddy Moloney y el piano de Van Dyke Parks.

La obra de Cooder tiene, además, dos vueltas de tuerca en el tiempo: un homenaje a la antigua canción popular y un retorno al concepto de los orígenes musicales del guitarrista, en cuyo primer álbum incluyó temas de gente comprometida socialmente como Woody Guthrie, Leadbelly y Blind Willie Johnson.

A la postre lanzó I, Flathead (subtitulado: The Songs of Kash Buk and the Klowns) el cual completó una primera trilogía californiana, junto a Chávez Ravine y My Name is Buddy.

El autor continuó en el terreno de lo conceptual al hablar de las andanzas de un músico de country, su banda, sus mujeres y las relaciones con un carismático visitante extraterrestre. Una asimoviana fábula social acompañada también por una noveleta.

Así es. En esta ocasión, además, el disco se hace acompañar de una novela de noventa y cinco páginas en la que el propio Cooder narra las peripecias ficticias de su alter ego Kash Buk, su banda The Klowns y su amigo, un extraterrestre llamado Shakey.

El álbum viene a ser la música del propio Kash surgida de sus propias y bizarras experiencias y musicalmente es un repaso pleno de esplendor y pericia por los terrenos en los que habitualmente se ha movido su creador quien además se acompaña de amigos habituales como Jim Keltner, John Hiatt, Flaco Jiménez o Rene Camacho. Un ejercicio absolutamente militante de un gigante de la música americana.

En él habla con la serenidad de la experiencia y el entusiasmo de alguien que cada vez busca contar nuevas historias y mostrar lo que le preocupa en ese mismo momento. En este caso para recrear un universo particular en el que lo raro es lo normal.

Si Chavez Ravine trataba de esas personas que no encuentran su lugar en el mundo y no tienen memoria histórica, y en My name is Buddy de la carencia de solidaridad y unidad entre la gente, en este disco refleja a «ese tipo de juventud desarraigada, que se ha desarrollado tras la guerra y que está obsesionada con las carreras de coches y los objetos paramilitares», según el mismo Cooder.

Por su parte, Pull Up Some Dust and Sit Down, la obra más reciente, ahonda en el compromiso social del músico y compositor al conjuntar en tal disco puntos de vista sobre la crisis económica (que mientras tanto se ha convertido en global).

Por él circulan la codicia de los banqueros, la reprobable política guerrera de la Unión Americana, las guerras neocoloniales, el empobrecimiento de la clase trabajadora, la disparidad e injusticia para con dicha clase y las protestas ciudadanas consecuentes en todo el orbe.

Asimismo habla de la xenofobia: “Cuando me enteré de las medidas contra la inmigración ilegal de Arizona, se me ocurrió la pieza Quick sand. De vivir ahora, Woody Guthrie hubiera hecho algo parecido», ha dicho el músico.

Sin embargo, no es la ira ni el panfleto lo que expone en él, sino el humor y la mordacidad. Como muestra está “El corrido de Jesse James, John Lee Hooker for president”, tema que pone en la palestra su habitual dominio del blues profundo y las músicas fronterizas.

En este álbum Cooder continúa con el antiguo concepto de las folk songs, en canciones de actualidad y con una fuerte voluntad crítica. Todo ello arropado con una notable paleta musical: country blues,  americana y  tex-mex.

Finalmente, lo que se valora en los discos de Ry Cooder son los relatos de un observador en estos tiempos revueltos. Lo importante de cada álbum suyo son los matices, los elementos con los que crea la sustancia que enlaza temas y reflexiones nacidas de las raíces profundas, del quehacer de la cultura en el mundo que vivimos, donde ya nada de su problemática debe sernos ajena, al contrario. Ese es el mensaje ulterior del guitarrista.

De ahí su acento tan personal como comunitario, tan apasionado como sincero en la expresión de sus pensamientos y sensaciones. Es un testigo fiel, un músico ecléctico y un tipo seguro de sus objetivos: hacernos conscientes de una realidad común vivida en el mundo. Una que nos concierne a todos y en donde señala por sus actos a los injustos y a los que medran con la vida de los demás. Sí, Ry Cooder continúa siendo un outsider justiciero.

Escucha el podcast:

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