ARTHUR RIMBAUD

LENGUA DEL ROCK’N’ROLL

por SERGIO MONSALVO C.

 

La lectura precisa y activa de la obra de Arthur Rimbaud (1854-1891) comenzó hasta la segunda mitad del siglo XX, gracias a los poetas beat y al surgimiento del rock and roll.

Los prólogos de las diversas ediciones de sus textos completos, incluyendo los de la prestigiada editorial francesa Pléiade, hasta ese momento habían sido tan políticamente correctos como terriblemente timoratos.

A las exaltaciones de quienes las escribían les estorbaban los gustos por el ajenjo, las drogas, la disolución sexual y la errancia del poeta en los que quemó sus días como adolescente, el cual quiso con su ojo feroz enseñarle la vida al mundo.

A partir de la aparición del rock se acomodaron las cosas. La poesía rimbaudiana comenzó a rendir frutos concretos, palpables, para el acontecer cotidiano.

Hoy, a 120 años de su fallecimiento, aquel adolescente maldito se lee tanto como se «escucha”.

El género musical —desde Elvis a los Strokes y el neogarage— ha aplicado sus visiones, actos y conceptos a su historia consuetudinaria. Su decálogo se aplica desde hace más de medio siglo y perdurará por siempre en la memoria de la especie.

La de Rimbaud es una lectura más que obligada para cualquier rockero, de la generación que sea. En él se encuentra su escencia.

Arthur Rimbaud a los 17 años era ya un poeta dueño de un dogma y de un método.  El dogma se llama Videncia; y el método es una «larga, inmensa y razonada desintegración de todos los sentidos» (según una carta suya suscrita en 1871).

«Quiero ser poeta y trabajo en hacerme vidente», decía el texto rimbaudiano esencial en el que hierven mil ideas y el furor iconoclasta.

Rimbaud condena con violencia al «sinnúmero de generaciones idiotas» de letrados y versificadores, porque no han presentido nunca la función vital y el papel activo de la poesía.

El poeta, en su parecer, es el que roba el fuego; su meta es la de arribar «a lo desconocido», a fin de traer a los demás hombres algunas chispas de lo prohibido, pues él, como tal, se encuentra «a cargo de la humanidad».

Para ello el poeta debe «cultivar su alma», someterse a todas las experiencias posibles.  El primer medio para ello consiste en recurrir a las drogas que hacen salir de las categorías del espacio y del tiempo.

Sin embargo, el «método» no se agota ahí. El trabajo nocturno (al cual debe entregarse hasta caer en un estado semejante a la ebriedad) y la disolución sexual son otros tantos medios.

La disolución sexual es una referencia común del romanticismo del cual Rimbaud es exégesis. Desde entonces tal cosa constituye otro hito en el cual los excesos sexuales de los artistas se han tornado una extensión de su arte.

Este entrenamiento con experiencias excesivas y peligrosas pueden arrastrar al practicante más lejos de lo que al principio se imaginaba.

El rockstar (heredero del romanticismo) simplemente pone en escena la unión entre el exceso personal y la empresa artística ante su público, el cual a lo largo de la historia del género ha mostrado mayor tolerancia hacia las desviaciones de las normas sociales que la gente refinada, quizá porque está más dispuesto a tomar los excesos sexuales románticos del rock por lo que son:  convencionalismos de su imagen ritual.

De esta manera, Rimbaud restablecerá al poeta en sus funciones demiúrgicas, adjudicándole como finalidad no tanto la de descubrir un mundo sobrenatural, como la de “crear” otro verdaderamente mágico. En esto radica su gran sueño y suprema ilusión.

La esencia central de sus «Iluminaciones», punto de partida de todos sus poemas en prosa, quedará marcada por este esfuerzo desgarrador de ver «otra cosa», de «encontrar una lengua«.

Rimbaud pasó apuros para encontrar esta actitud ante las cosas, propicia a todos los enervamientos, puesto que al fin y al cabo acababa de salir de la infancia y desde siempre había mantenido una rebelión contra las «nociones» aprendidas, los hábitos y las convenciones.

La estética del joven poeta tiende a librar al arte y al espíritu de las limitaciones impuestas por la realidad material.  En este escritor, el caos no equivale a dispersión; su visión siempre posee un carácter vigoroso, activo y sintético.

En el punto de partida de cada poema suyo se encuentra “el impulso creador”: cada poema es un sueño intenso y rápido:  una Iluminación.

Para él toda poesía, toda obra de arte nos conduce más allá de sí, hacia un mundo misterioso e inefable.

Rimbaud restauró la unidad primordial de la metafísica y la poesía. Su grandeza radica en obligarnos sin cesar a poner en duda, junto con él, no sólo lo que creemos saber del mundo sino al mundo mismo.

El rock es un lenguaje heredado de tal poeta (utilizado por los adolescentes del espíritu sin edad cronológica), que se utiliza tanto con miras a cortar con el ambiente particular, como para comunicarse.

Con él se trata de perderse en el mundo (“desintegrarse”), para reencontrarse. El progresismo que lo caracteriza es su constante preocupación existencial por mantener “la juventud eterna” y continuar siendo “moderno”. ¿Puede haber entonces algo más rimbaudiano que el rock & roll?

Al trabajar Bob Dylan en el álbum que lleva por nombre el del forajido de los territorios fronterizos, John Wesley Harding, su lectura era la de otro forajido, el de la poesía: Arthur Rimbaud.

Sería difícil imaginar la existencia del clima cultural que envolvió a Dylan en los sesenta sin el impulso que partió de Allen Ginsberg y de la generación beat en general, para conocer tales escritos. Ginsberg introdujo al joven Dylan en la lectura de Rimbaud, de manera profunda y sistemática. Por ello, es su evidente mentor.

Dylan pasó de ser un músico folk y de protesta a un poeta de trascendencia universal, que con la suficiente personalidad logró romper con la tradición y adoptó el rock para sus objetivos.

Como artista comenzó a madurar, a crecer. Del material rústico pasó a la interpretación de poemas personales, a las profecías. Desde entonces se convirtió en la figura más importante en el mundo de la canción popular, lugar que mantiene hasta la fecha.

De él, Allen Ginsberg dijo que fue el primero en soñar con meter la poesía en el rock. “Con sus canciones tuve en verdad la sensación de hallarme frente a esa institución poética eterna y profética de la que habló alguna vez Rimbaud. Por otra parte, Dylan me confesó que ‘Artie’ tuvo una enorme influencia en él. Al leerlo por primera vez dijo que tuvo la sensación de que se trataba de poesía escrita en ‘su idioma’. Es evidente que canciones como las presentadas en Blood On The Tracks (y pienso en ‘Idiot Wind’, sobre todo) constituyen una deflagración de imágenes al estilo Rimbaud. No es de sorprender que se lo supiera de memoria. Todo mundo se sabe un poco de Rimbaud de memoria. En eso radica su grandeza”.

Ginsberg festejó sobremanera esta obra, y el tema “Idiot Wind” quedó establecido como una pieza inmortal.

 

El Viento Idiota se cuela por los botones de nuestros abrigos,

Se cuela por las letras que escribimos.

El Viento Idiota se cuela a través del polvo sobre nuestros estantes.

Somos idiotas, nena.

Es un milagro que siquiera sepamos alimentarnos.

 

Por otra parte, la poesía alucinatoria y visceral de Patti Smith, inspirada por igual en los beats y los simbolistas franceses, procede de una tradición de poetas, artistas y bohemios.

Ella saltó al escenario una década después de Dylan interpretando textos que reflejaban la fascinación que sentía por Rimbaud, Baudelaire y Verlaine, respaldada por un acompañamiento musical extraordinario.

Resultó toda una revelación de talento explosivo, originalidad, inspiración e intensidad expresiva. Calificativos que se extenderían por todos sus discos. Desde el principio trató de tender un puente entre la literatura y el rock.

Esta idea que tuvo su inspiración en los beatniks, como ya dije, tuvo una de sus cimas en Patti Smith. “Creo que mucho de lo que hizo mi generación tuvo la influencia, consciente o inconsciente, de Rimbaud y los poetas beat. De adolescentes, mis amigos y yo escuchábamos discos y escribíamos poemas con la música como fondo. De esta manera nos enlazamos con dicha tradición”, dijo en su momento.

Su primer álbum, Horses, contiene la pieza “Land of Thousand Dances”, donde le rinde los honores a su poeta rector.

 

una mañana, casi cien años antes de que little richard bautizara

al mundo con el rock’ n’ roll, arthur y frédéric y sus hermanas

isabelle y vitalie avanzaban desganados por las calles de

charleville con listones blancos y tela azur para recibir su

primera comunión. cerca de la iglesia fue arthur quien rompió

filas y llamó a los otros niños rimbaud a ir a correr con él por

el campo, dejando atrás la capilla sobre un puente hasta las aguas

frías y finitas de un río que desembocaba en las aguas tibias e

infinitas.

 

En los años setenta ella tenía muchas teorías acerca del rock y el lenguaje de la poesía. Pensaba que el rock había sido enviado por los dioses como idioma universal. “Las generaciones futuras necesitarán entenderse para poder sobrevivir juntas y esa música es la vía”.

En el 2011 Patti Smith fue galardonada en Estocolmo con el Premio Polar, considerado el «Nobel» de la música. Smith, definida como «una Rimbaud con amplificadores Marshall», fue destacada por «dedicar su vida al arte en todas sus formas», mostrando «cuánto rock and roll hay en la poesía y cuánta poesía hay en el rock and roll», según el fallo del jurado que otorga dicha distinción. 

Asimismo, la influencia del poeta francés se manifiesta en esfuerzos tan diversos como en las letras místicas de Van Morrison. El tributo presentado por este cantautor irlandés en «Tore Down à la Rimbaud», de manera fácil pudiera considerarse el homenaje del rock a la tradición romántica, cuyo elemento más extravagante y llamativo es precisamente el joven bardo galo.

 

Me hizo ver los cuadros de la galería,

Me señaló las novelas sobre el librero,

Me hizo alargar las manos sobre la mesa,

Me dio conocimiento sobre mí mismo.

Me mostró visiones, me regaló pesadillas,

Me dio sueños que no terminan nunca,

Me enseñó la luz al final del túnel

cuando sólo había oscuridad a mi alrededor.

 

Rimbaud representa a la perfección la pureza romántica de la cual se alimenta el rock, en primer lugar gracias a su intensa definición existencial, cuya estética quedó inscrita en Una temporada en el infierno; y luego porque finalmente (como el maldito que era)  revirtió a la poesía en simple vida, pura y exaltada.

La obsesión de Rimbaud por el cambio, por agenciarse la modernidad, es reproducida a la perfección en la constancia del rock por ocupar nuevos territorios musicales.  «Hay que ser absolutamente moderno», proclamó  el gran poeta francés. La acción y la reforma en este sentido constituyen la esencia del arte rimbaudiano, lo mismo que la del quehacer rockero.

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