JOEY RAMONE

EL RETO DE SABER CONTAR

Por SERGIO MONSALVO C.

“One…two…three…four”. Es la cuenta mágica con la que el rockero prometeico, desde su aparición en el mundo, ha retado con carreras de velocidad y energía vital a los dioses, quienes en venganza lo han encadenado permanentemente al hecho de encontrar un final prematuro para sí, el cual se repite ad infinitum en la trayectoria del género. El castigo definitivo: morir pronto.

Sin embargo, a las deidades les sale el tiro por la culata, también de manera regular, al tornarse su víctima en un héroe, en un mito a su nivel, como Joey Ramone, por ejemplo.

“One…two…three…four”. Los números de la creación, su invento a través de la música. Uno que se explica mediante la onomatopeya: “Gabba Gabba Hey!”.

Y Joey a medida que escoge el camino de cada dígito lo recorre, al tiempo que borra su huella y vislumbra el final del cuatro, que le muerde la cola al número uno, que ya está sobre el dos…y así sucesivamente.

El asunto era (es, con los Ramones) siempre volver al punto del comienzo: “Hey ho… let’s go!”.

Joey Ramone (o Jeffrey Ross Hyman, según su acta de nacimiento del 4 de marzo de 1952) tendría hoy seis décadas de existencia pero murió hace diez años, a mediados de abril del 2001. Un año maldito. Pero su figura ha cobrado mayor fuerza con el paso del tiempo. Fue la quintaesencia de un grupo que, más que una historia, se ha significado en un concepto.

Uno que a cada cambio de canción se desdobla en uno semejante, con su propia traducción y transposición. Temas de dos minutos y de reiteraciones que se han resuelto en una confirmación del texto, del lenguaje como camino:  I wanna…esto, I wanna…eso, I wanna…aquello. La voz del Ramone totémico resumía así todos los puntos esenciales de la existencia.

Por eso los Ramones fueron (son) más que un grupo de rock: representan (hoy, como ayer y como mañana) una auténtica filosofía.

Joey recibió el castigo divino como otros de sus semejantes, en este caso a través de una enfermedad que lo fue socavando hasta su extinción. Pero había sido tal el reto y la rapidez de la disolución del tiempo en aquellos fragmentos tan pequeños, un par de minutos apenas, que las rencorosas deidades se cebaron no sólo en el Jasón punketo sino también sobre sus argonautas.

La primera década del siglo XXI vio caer a casi toda la cuadrilla. La muerte de Linda Stein, representante de la banda, es el penúltimo eslabón en la fatal cadena de acontecimientos que persigue a los miembros del grupo desde que en 1996 decidieran separarse en definitiva.

La tragedia se ha ensañado con ellos y, además, siempre ha coincidido con celebraciones de su legado. Igualmente ha provocado momentos de ironía dramática: unos días antes de este último deceso se editó un DVD en vivo del grupo con el título de It’s Alive.

Anteriormente a su disolución en 1996, a Joey le diagnosticaron un cáncer linfático. Ni el yoga, ni la vida sana, ni siquiera la sustitución del rock and roll por la especulación financiera lograron mantenerlo vivo. Falleció el 15 de abril del 2001.

“El Día de Joey Ramone”, como quisieron los fans que el Congreso estadounidense lo decretara (el ayuntamiento de la Urbe de Hierro le puso el nombre de Joey Ramone Place a una calle de la ciudad –la esquina de Bowery y la East Second Street–, en la misma manzana del famoso club CBGB’s, el referente iniciático del grupo).

A Joey apenas le había dado tiempo de terminar, tras tres años de ardua labor, el disco como solista Don’t Worry about Me, que se editó de manera póstuma.

Un año después, la banda entraba en el Salón de la Fama del Rock and Roll. Meses después, Dee Dee (el bajista) falleció por sobredosis de heroína. Johnny, el guitarrista, quien había mantenido un pleito ideológico con Joey a través de los años debido a su conservadurismo derechista, murió el 15 de septiembre del 2004, el mismo día en que se estrenaba End of the Century, el primer documental sobre la carrera de los creadores de «Blitzkrieg Bop», y se inauguraba en Berlín el museo dedicado al cuarteto de Queens.

El único miembro original de la formación que grabara el disco debut del grupo (Ramones, 1976) y que sigue con vida es Tommy Ramone, quien pasó de manager a baterista del grupo. En la actualidad parece que se dedica a tocar por el circuito de bares de Nueva York y Connecticut con su banda de bluegrass Uncle Monk. Según los reportes, esconderse tras este género tradicional lo ha hecho gozar de buena salud hasta el momento.

Joey, pues, ha cumplido una década de muerto y, según también los reportes, este Ramone primigenio no cambia tampoco de postura durante los conciertos que da en el lugar donde se encuentra, ¿para qué?:  una pierna adelante, flexionada, y la otra atrás, rígida.

Es el reencuentro de sí mismo en cada ocasión. Un sistema de espejos en el que el tiempo era (es, cada vez que se le oye) un sublime rito de recuperación, salvaje y primitivo.

Los “Gabba Gabba” (onomatopeya incluida en sus canciones) como metáforas de un lenguaje cifrado, coreado por generaciones, y una expedita cuenta que sigue irritando a unos paquidérmicos  dioses: “One…two…three…four”.

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