POP DE CÁMARA

UN CARAMELO BARROCO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

El concepto actualmente denominado “Pop de Cámara” forma parte de una larga tradición de la música popular, la cual se remonta a los años sesenta del siglo XX (una década muy productiva en cuanto a la creación de géneros musicales).

En esos albores sesenteros, al enriquecimiento que hicieron del pop compositores, productores y músicos como Burt Bacharach, Phil Spector y Brian Wilson, entre otros, se le conoció bajo el epíteto de “barroco”, por el uso orquestal en sus canciones de instrumentos hasta entonces ignorados por el género (cuerdas y alientos de madera y bronce, sobre todo).

Luego, como ha sido usual en la historia de la música popular de los últimos cincuenta años, el concepto se desarrolló mayormente en la Gran Bretaña, con la influencia del rock psicodélico, para convertirlo en English baroque (de los Zombies a Procol Harum, pasando por los Beatles y George Martin).

La progresión de tamaña corriente, o mejor dicho, de postura estética, derivaría poco a poco a través de los años (y con afinaciones cada vez más sofisticadas) en el actual y cosmopolita Pop de Cámara. Un subgénero que le otorga un lugar privilegiado (VIP) a la créme de la créme de los autores contemporáneos.

Un estilo que requiere tanto de armonías vocales como de elementos instrumentales como el harpsicordio, el oboe, la flauta, el violín, el cello, la viola, el arpa o el corno francés, entre otros. Así como de orquestaciones de la música clásica (del periodo barroco y del consecuente romanticismo).

Lo más característico de su actual andanza es el afán incluyente (en tiempo y espacio) y sus aportadores se inscriben desde el indie pop al alternativo, pasando a veces por el pantano de las listas de popularidad sin ensuciarse las alas, y con una infinidad de intérpretes y matices, entre cuyos ejemplos señeros están los de Divine Comedy y John Grant.

Nunca será ocioso volverse a plantear la pregunta sobre quién es Neil Hannon. Es más, creo que debe hacerse cada vez que este artista saca a la luz un nuevo disco, porque con cada obra producida los adjetivos elogiosos se multiplican sobre su persona, merecidos a cual más.

El dandismo que caracteriza a este irlandés del Norte (nacido en 1970) es un fenómeno que une vida, literatura y música. Porque no sólo la vida se refleja en su arte sino que, por lo regular, el arte se refleja en su vida.

La actitud de Hannon es social y culturalmente una pose, un desafío y una arrogancia. Pero es también signo de una actitud de iconoclastia (musical, sobre todo).

El triunfo de dicha actitud, y la manera en que la vive, se percibe en las líneas de sus canciones o en la disquisición teórica del concepto que plasma cada vez. Es, en fin, tanto un observador como un protagonista de la dantesca comedia del vivir.

De ahí el nombre de su proyecto: The Divine Comedy, con el que ya ha cumplido dos décadas de existencia.

Un proyecto que lo mismo abarca la participación de un buen número de colaboradores –más que grupo— que el accionar solitario. Por ello Hannon puede parafrasear lo que Flaubert dijo con respecto a sí mismo (en relación con Madame Bovary): “Yo soy The Divine Comedy”.

Divine Comedy se encuentra entre lo más destacado del rubro “Pop de Cámara”, al que Hannon le ha agregado su ilustrado referencialismo, producto de una vasta cultura individual.

Por sus letras transcurre poesía moderna, romántica y simbolista, literatura de entre siglos; pintura prerrafaelista, expresionista y abstracta; cinefilia (surrealista, nouvelle vague, musical y de época) y del pop musical contemporáneo.

Una especie de gentleman sin tiempo, en pleno siglo XXI. La seducción del arte es su consigna bélica de músico y hombre airado, que se viste, habla, perora, canta y escribe elegantemente, como una forma de manifestar su disgusto y disidencia contra el hoy (contra el poder del vulgar ahora) expresándolo en la estética de la creación.

Con cada disco Neil Hannon (alias Divine Comedy) corrobora los acentos que lo han caracterizado en lo musical desde sus primeras muestras: clase, refinamiento, sofisticación, excentricidad con sus propias leyes a contracorriente; y, en lo lírico, con escanciadas dosis de ingenio, inteligencia y escepticismo en su observancia del mundo actual.

John Grant, por su parte, es un tipo que tiene en sus genes la languidez y el decadentismo romántico de la muy beat ciudad de Denver, de la que es originario.

Si Kerouac la puso en el mapa literario, Grant lo ha hecho en el musical de la última década. Ahí nació, se crió y educó en lo básico: la dureza de la vida contra los que son diferentes.

Sin un panorama factible en dicho entorno, John prefirió abrirse los horizontes, emigrar a Alemania con su diploma universitario en Lengua Inglesa y buscar trabajo como traductor de poesía.

Tras una larga estadía en el país teutón (donde se empapó de la escritura de Schiller y Goethe, además de las visiones y los aromas de la Selva Negra) Grant optó entonces por seguir otro de sus deseos: regresar a Denver y formar un grupo.

Una vez pisar de nuevo aquella urbe al comienzo de los años noventa llamó para colaborar con él a dos antiguos amigos, Chris Pearson (bajista) y Jeff Linsenmaier (baterista). Con ellos integró al iniciático Titanic, de muy efímera duración y muchos cambios de personal.

A pesar del fracaso, decidieron continuar con su ecléctico proyecto de rock alternativo, sin etiqueta definida. Cuando sintieron que por fin tenían a la formación ideal para llevarlo a cabo, cambiaron el nombre de la banda por el de Czars, con el cual debutaron en 1994.

Lidereados por Grant en la voz y las composiciones, este quinteto (complementado con Andy Monley y Roger Green en las guitarras) fue in crescendo con cada uno de los 6 discos que publicó durante los siguientes  diez años: del Moodswing (1996) al Goodbye (2004).

En ellos la agrupación desplegó un estilo indie que jugó con los interludios electrónicos, con el folk, el country-rock, el soul, el academicismo del jazz, con los pasajes agridulces, sin brumas turbias, muy cristalinos y haciendo una música atemporal, impregnada igualmente de un art-pop muy clásico, heredero de la mejor tradición del mismo.

Luego del álbum Goodbye, uno a uno de los miembros del grupo fueron desertando hasta dejar solo a Grant (la última producción de The Czars se llamó Sorry I Made You Cry, del 2005, en la que sólo participan los miembros originales y el violinista David Devine, que se les había unido en el 2003).

Tras la disolución del sexteto, John Grant (de quien se llegó a decir que poseía el canto de un ángel drogado) se mudó a Nueva York y allí participó en las giras de bandas como The Flaming Lips y Midlake.

Estos últimos se lo llevaron consigo a Denton, Texas, durante varios meses, y allí grabaron su disco debut como solista, Queen Of Denmark, de forma paralela al tercer álbum del grupo, The courage of others.

En el primer álbum como solista del músico de Denver, del 2010, bastante autobiográfico y donde Grant exorciza varios demonios de su infancia y juventud, se puede escuchar de entrada una sublime tripleta de canciones como apertura a la solidez romántica de Grant, en un prodigioso ascenso emocional que se legitima en cada track.

Escuchamos curativos arpegios de guitarra y voces, vibraciones otoñales en el canto, atmósferas creadas por el piano, que ceden el paso a flautas pastorales, límpidos y delicados sentimientos a flor de piel que hablan con arte del desmayo.

Queen of Denmark es un álbum de medios tiempos en clave alternativa de soft-rock, de dream pop, de americana, en donde se escuchan las referencias y evocaciones (muy FM) de grupos o solistas como Supertramp, Clifford T. Ward, Jackson Browne o Harry Nilsson, entre otros.

Grant posee una voz pura, transparente, de ensoñadora melancolía, que emite señales ambiguas (sentimientos angelicales proyectados con los ecos de un sucio callejón del ríspido Denver) en una obra que resulta una exquisitez para los oídos.

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