BÉATRICE ARDISSON

DISEÑADORA DE SONIDO

por SERGIO MONSALVO C.

Resulta increíble que hoy, en pleno siglo XXI, a la música se le siga ubicando en un espacio esquemático con un solo predominio de la forma que no permita pensar en algo “exterior” a ella; o que se hable de la música en exclusiva como algo intangible, sin ninguna referencia con la cual poder dialogar.

Se debe tener en cuenta que la música ya no es únicamente el reflejo pasivo de la sensibilidad individual, sino que también sirve como foro común en el que diferentes modelos de creatividad manifiestan diversas maneras de hacer, rehacer y de interrogar al oído.

Escuchar esa pluralidad de voces, de los varios modos de utilizar la música, es un acto productor de placer lo mismo que un uso entendido como práctica de política cultural.

Se trata de una manera de interactuar con la realidad a cargo de quienes crean las nuevas sonoridades y mediante ellas modifican al mundo conocido. Es una proyección crítica y gozosa de la música popular contemporánea, a fin de cuentas.

Y lo mismo puede estar en el diseño de una escultura sonora museística –al estilo de Edwin van der Heide o Pe Lang–, que en el de la búsqueda del relajamiento en el ocio cotidiano. Porque el de diseñador es un nuevo oficio dentro de la música, como el de sutilizador o ilusionista sonoro (el de dj unidimensional ha quedado rebasado).

Ofrecen alternativas a los sonidos ya dados. En este sentido las capitales europeas como París, Berlín, Oslo, Viena, Estocolmo, entre otras, han desempeñado un papel decisivo en los experimentos de esta corriente hipermoderna.

El diseñador musical crea zonas fugaces de vivencias tan colectivas como personales a base de rebajar los decibeles y limitar el ritmo o, más bien, de fabricar uno para el momento en que se escucha. Y dicha acción artística se da tanto en lugares públicos (aeropuertos, hoteles museos, restaurantes, transportes, etcétera) como en eventos privados (desfiles de moda, festivales internacionales de cine, centros de salud, malls, conferencias, encuentros académicos, et al).

En la obra de estos oficiantes sónicos destaca un objetivo fundamental: incorporar texturas a una atmósfera dada para despertar diversas sensaciones (según la finalidad del espacio o el hecho cultural): sentimientos positivos, relax, suavidad, tranquilidad, mesurada melancolía, calidez o estados mentales receptivos para ambientes exclusivos o exóticos).

Su trabajo pueden llevar al escucha a otros lugares o a la dilatación del tiempo (está diseñada para ser reproducida de modo continuo en una instalación de sonido, con el objetivo de hacer desaparecer la tensa atmósfera de una sala de espera de aeropuerto, por ejemplo) con sus pautas y sesiones reposadas en las que lo que importa es escuchar y dejarse envolver por cualquiera de las sensaciones mencionadas.

Sus influencias estéticas parten de músicas de otra era o de las escuelas de artistas como Brian Eno, Jon Hassell, Harold Budd, Hector Zazou o Alex Paterson, entre otros.

El diseño musical no debe confundirse con otras formas de ambient paralelas: saturadamente místicas, como la new age (que busca fomentar la meditación, el estudio de las filosofías orientales o el conocimiento de conceptos como chakra o kundalini) o el muzak (para distraer de la incomodidad de un viaje en elevador).

No. el diseño musical hipermoderno es completamente hedonista, tan carnal como terrenal. Sus hacedores son auténticos investigadores de lo ya mencionado: sensaciones y texturas.

Ejemplo de SD contemporáneo es la francesa Béatrice Ardissen. Ella estudió moda en la Academia de Bellas Artes de París durante los años noventa, y mientras en el día escuchaba la teoría en las áulas, durante las noches cluberas o antreras de aquella ciudad se ilustraba en las prácticas de estilista del escenario.

Fue acumulando ideas lo mismo que discos de todas las épocas y procedencias. Hoy musicaliza programas en la TV francesa, proyecta el selecto menú melódico de hoteles de lujo, bosqueja soundtracks para desfiles de moda y ambienta fiestas exclusivas. Asimismo –y lo más importante–, ha creado varias colecciones discográficas.

En el año 2000 comenzó con el primero de la serie La Musique de Paris Derniére (cinco volúmenes, hasta el momento, que contienen ese mood urbano).

A dicha serie se han agregado Patchwork La Musique de Christian Lacroix (mezcla y selección inspirada en las creaciones de tal modisto galo), Fonquet’s (compilación dedicada al famoso restaurante francés y a las personalidades que lo han visitado) y las magníficas recopilaciones tituladas Mania.

Éstas abarcan versiones de otros países (de la India, por citar alguna, hay una interpretación de “Billy Jean” de Michael Jackson a cargo de maestros locales, con instrumental autóctono, entre otras curiosidades de gran nivel), ciudades (como el homenaje a Río de Janeiro por parte de voces de distintos lares), la música clásica y tributos a diversos artistas como David Bowie o Bob Dylan.

El suyo es un universo propio y definido. En él ha explorado y descubierto interpretaciones de temas clásicos tan raras y excéntricas como exquisitas, con las que diseña sus colecciones (pensadas como objetos artísticos en sí mismos e ilustradas por la afamada Florence Deygas) y ambienta los escenarios.

Su trabajo es el de la confección de autor cuya originalidad reside en el punto justo donde el músico cede su lugar al estilista como creador. Y las canciones se tornan en suculentos potajes de diferente preparación y mixtura con sabor cosmopolita.

Esta francesa es una artista del cover sofisticado. Entendido éste como una versión que exige más que un simple vaciado mecánico de un contenedor a otro: implica la reescritura imaginativa del tema, de su espacio discursivo, para darle una nueva forma, otro contexto y que tienda a relacionarse escasamente con el original. Es la manifestación del aquí y ahora con otro cuerpo, con otro grano.

Para ello se requiere de gusto y talento. Los de una alquimista del down tempo/pop como ella, que tamice lo conocido para compartir sus diferentes encantos, por surrealistas que parezcan. El principio neto es el cover; y el producto final, una evolución del mismo.

Su ideario afirma que una pieza nunca está terminada. Todo es siempre una versión. Por eso su trabajo conceptual es extenso y distribuido en elementos divergentes dentro de estructuras contrastantes: Joey Ramone cantando “Wonderful World” de Louis Armstrong, “Proud Mary” por Prozak For Lovers, “Knockin’ on Heaven’s Door” por Antony and The Johnsons, “Space Oditty” por The Langely Schools Music Project o “Mr Tamborine Man” por el japonés Kumisolo, por dar unos cuantos ejemplos.

Las mixturas de Béatrice Ardisson son reencarnaciones sonoras que crean su particular mundo imaginario y simbólico (entre más personal mejor) y que al final permanecen cuando la apropiación ha sido consumada.

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