758. David Bowie: Outside (I)
Los artistas del rock trabajan con conceptos en álbumes completos. Por lo tanto, su obra tiene que ser estudiada e investigada parte por parte (disco por disco), para ir descubriendo su naturaleza, sus diversas realidades. David Bowie es uno de los mejores ejemplos de ello. Cada álbum suyo es una cara distinta de su poliédrica personalidad. A continuación, hablaré de una obra insólita a la que en su momento se le hizo poco caso, pero que vale la revisitación reiterada.
Embelezado por la sangre, quizá por un estremecimiento, David Bowie optó por la brutalidad del arte, por su ceremonia y su ritual para culminar el siglo XX.
Flashback. Viernes 13 de octubre de 1995. La presencia de Bowie ha hecho pasar al rock por diversas eras. El sólo redefinió lo contumaz como entretenimiento, y a éste como subversión. Cambió para siempre la percepción del público hacia la forma, abriéndola a posibilidades hasta entonces inimaginables.
Y por si eso fuera poco, celebró el artificio creativo de la personalidad en el escenario y como precedente erigió también el cambio rápido y sucesivo de imágenes.
Ahora Bowie, el outsider, le vacía los ojos, las entrañas a la estética, a la moral, a los dogmas de fe, con las puntiagudas uñas de su talento, de su sensibilidad fuera de todo parámetro. Bowie actúa y se carcajea de la cronología.
Este hombre lírico, músico, esteta, con un disco nos habla del arte plástico, del futuro y sus lenguajes, de que morir es tan deseable como esculpir, proporcionar formas. El álbum 1.Outside es el arte total: ebrio, dinámico, teatral, omnipotente, autosuficiente.
Outside: la vida que imita al arte. Bowie en la presentación de un arte ritual hecho de elementos con un peso fuera de las tablas, de cualquier equivalencia.
«Eran exactamente las 5:47 AM de la mañana del viernes 31 de diciembre de 1999, cuando un pluralista de espíritu sombrío empezó a disecar a ‘Baby Grace’, de 14 años. 16 agujas hipodérmicas perforaban los brazos de la víctima, inyectándole cuatro sustancias principales de preservación, así como colorantes, líquidos para extraer la memoria y algo verde. A través de la última aguja, la número 17, se evacuaban la sangre y los humores.
“El vientre fue abierto cuidadosamente en forma de dos solapas, y los intestinos se extrajeron, desenredaron y entretejieron, por decirlo de alguna manera, en forma de pequeña red o malla, la cual fue suspendida entre las columnas de la escena del crimen, el vestíbulo amplio y húmedo del Museo de Partes Modernas de Oxford Town, Nueva Jersey.
“A continuación, los miembros de Baby fueron separados del torso. En cada uno se implantó un descifrador pequeño y muy sofisticado de códigos binarios, a su vez conectado con las pequeñas bocinas sujetas al otro extremo de cada parte.
“Entonces se encendieron los amplificadores en miniatura contenidos en los descifradores, los cuales amplificaron las sustancias transportadoras de la información de memoria descifrada. Ésta resultó consistir en diversos indicios contenidos en pequeños haikus, versos breves que describían los recuerdos de otros actos brutales, bien registrados por los ROMbloides. Los miembros y sus componentes quedaron suspendidos sobre la malla extendida, como babosas, presas de una criatura inimaginable.
“Aprovechando su orificio inferior, el torso fue colocado sobre un pequeño soporte sujeto a una base de mármol. Para verlo, los ángulos de observación de los espectadores eran más o menos favorables, de acuerdo con el punto de vista que se eligiera detrás de la malla, delante de la puerta del museo mismo. El torso constituía tanto el significado como el guardián del acto. Definitivamente se trataba de un asesinato, pero ¿podía calificarse de arte?
«Todo esto habría de conducirme al suceso más provocativo en la cadena de acontecimientos seriales que comenzó alrededor del mes de noviembre del mismo año, y que me hundió en el abismo más portentoso del caos al alcance de la comprensión de un tranquilo y solitario fanático de la computadora como yo», decía el argumento.
Octubre de 1995. Bowie, el hombre que había vendido al Mundo, revelaba con literal y descarnada claridad no sólo la posibilidad de elegir entre su infinito arsenal de manifestaciones, sino también el lugar en el que era posible encontrarse al final de un trayecto llamado siglo XX: Outside.
No el afuera plañidero de divas en disolución, sino el afuera de quien destruye creando, del que aplasta las vigas del lugar común para reducirlas a la nada, a chispas de feria miserable. El modificador de los parámetros llamado Brian Eno y el futurista transgresor, David Bowie, renovaron su alianza artística y conjuntamente hicieron nacer el porvenir en Outside.
En él hay otros lenguajes, otras texturas y otra fenomenología de lo sonoro (en la que se encuentran los influyentes ecos de Nine inch Nails), que implica comportamientos multidisciplinarios, tanto en lo tecnológico como en lo humanístico.
Outside fue en ese momento el summum de la cultura cyber con el thriller. Con génesis sociales y morales, dimensiones históricas, psicológicas y conceptos de impensables alcances. El pensamiento y el deseo son alterados de forma profunda en un nuevo sistema de creatividad. La obra de David Bowie para despedir el siglo, el milenio.