751. Free jazz (Una interpretación)
El jazz ha prosperado de forma constante al adquirir nuevas técnicas y nuevos conceptos, y con cada cambio legítimo amplía sus alcances y extiende su creatividad. Los cambios periódicos en su historia han implicado rupturas, pero han sido las rupturas inevitables de un crecimiento orgánico, señal indudable de vitalidad.
El free jazz, surgido a principios de los años sesenta, representó la primera reflexión fundamental sobre el procedimiento y materiales básicos del jazz desde las innovaciones de Charlie Parker. Y tras la pasión y profundo convencimiento con que la hicieron sus representantes ya no hubo vuelta atrás. Al frente estuvieron Ornette Coleman, Cecil Taylor, Eric Dolphy, Archie Shepp y Don Cherry, entre otros.
Hubo la irrupción del deseo en la liberación de las frases musicales; el empeño en buscar nuevas formas de tocar el jazz: sin estereotipos, sin fórmulas previsibles en la manera de tocar y proceder. Se abolieron las limitaciones armónicas y se consolidó una actitud antiacademicista.
Surgió la idea de que se debía sustituir el orden armónico por la ausencia total de orden. El jazz se volvió una aventura loca y emocionante. Se improvisó colectiva, salvaje y duramente, con líneas que se cruzaban y friccionaban entre sí.
El choque no se hizo esperar. Lo hubo en lo musical, en lo social, en lo político, en lo estético, en lo racial, en lo religioso. El bebop y el blues se convirtieron en las fuentes musicales (“músicas occidentales producto de la cultura afroamericana”).
Se rechazó a la música clásica por ser un arte euroamericano que “aislaba al negro que intentaba existir dentro de la cultura blanca; que buscaba aculturizar a la propia historia negra”.
El free aportó una nueva concepción rítmica, librándose de la uniformidad, tanto en la métrica como en el beat (que se convirtió en pulse); desató la exploración sobre la música del mundo no occidental ni blanca: hindú, japonesa, africana, árabe.
Se creó una tendencia entre los negros hacia el islamismo (incluso muchos de ellos cambiaron sus nombres) en rechazo a “todas las prohibiciones, crímenes e hipocresías de la Iglesia cristiana”. Se puso énfasis en la intensidad interpretativa (éxtasis orgiásticos o místicos), y a la par de todas las demás aportaciones se buscó una extensión del sonido musical al invadir el ámbito del ruido.
El free jazz se convirtió así en una forma de expresión ricamente articulada que comandó toda la escala de las emociones humanas.
Entre la mucha literatura que ha provocado el género por todo lo mencionado, el libro Free Jazz Black Power de Philippe Carles y Jean-Louis Comolli no contempla las cosas desde las alturas del academicismo, sino que apresa un movimiento, un cuerpo, como si fuera una frase que invita a la desarticulación para poder reconstruir sus verdaderos contenidos.
Su lectura es incluso más fascinante hoy en día, más indispensable que cuando se publicó por primera vez en 1971 (con una portada inocente y al mismo tiempo insolente: las alegrías de la revolución sesentera); más que en el momento de su segunda edición, 1979 (portada austera y militante). Ahora han llegado otras ediciones (con portadas que denotan la transición, un hecho que anuncia los nuevos tiempos).
En el texto el paso por el género se relata, al igual que en la magnífica tenacidad de un solo de Cecil Taylor, en un prefacio-poema en el que los autores transforman el eco de un viejo sueño revolucionario en una extraordinaria esperanza de salvación. Los individuos adquieren su libertad de manera simultánea gracias a la música y dentro de ella.
Free Jazz Black Power no es únicamente la historia del free jazz; de los corazones destrozados, del habla de los fantasmas. Se trata de aprehender toda la historia del jazz y más allá de ésta: la música negra, la historia trágica del pueblo negro, la mutilación sociopolítica de los individuos.
Entre otras nociones esenciales se comprenden los mecanismos que empujaron a los negros estadounidenses a adoptar y adaptar ritos y religiones ajenas a manera de cimientos en épocas diferentes: el cristianismo, el islamismo e incluso la dictadura del proletariado.
La documentación es abundante. Las citas cuentan con todas sus referencias. Las figuras indispensables se encuentran ahí: W.E.B. Dubois (“Un solo grito: ¡Libertad!”), Ornette Coleman (“No hay una sola forma válida de tocar el jazz”), Malcolm X (“El Tío Tom del siglo XX es el negro profesionista”), Archie Shepp (“Nuestra venganza será negra, así como el sufrimiento es negro”).
Asimismo, James Brown (“Soy negro y estoy orgulloso de ello”), Rap Brown (“El estudiante negro sí es revolucionario. Puede ayudar al resto de los negros a deshacerse de la información falsa de la que se les ha atascado durante toda su vida”), y así con Edward Franklin Frazier, LeRoi Jones, Richard Wright, Langston Hughes, etcétera.
En este libro no se maneja el análisis posmarxista (con sus ocasionales rigideces), sino la descripción de las formas de ser de un pueblo en función de sus necesidades y aptitudes frente a una sociedad abrumadora. La historia de un pueblo que rompe (o trata de romper) sus cadenas por medio de la música cuando la ira se apodera de él.
Este libro no acompaña un movimiento revivalista, sino es la clave perpetua para un futuro posible: “Para dominar una situación perturbadora –dicen los autores— tuvieron que inventar un sistema original de referencias, forzosamente heterogéneo, utilizando los elementos africanos de los que disponían, pero practicando también en su nuevo entorno un auténtico enriquecimiento cultural”.
Al igual que el Río Mississippi, el Free Jazz es un género que cambia de curso naturalmente; que escucha a su tiempo, lo abraza y se adapta. A la hora de los grandes temores en los que la música elige, muchas veces sin saberlo, los colores de la muerte, a este estilo más que nunca se le hubiera podido subtitular como: El amanecer de la negritud contemporánea.