746. “Neuromancer” Y la toxicidad cyber
Sobre su novela William Gibson dijo lo siguiente, al momento de aparecer en 1984: «Lo más importante para mí es que Neuromancer habla sobre el presente. En realidad, no trata de un futuro imaginado. Es una forma de manejar la admiración y el terror que me inspira el mundo en que ya vivimos”.
Lo que evidenciaba este texto era una alianza profana del mundo de la tecnología (cyber) con el mundo del disentimiento organizado o no (punk). El mundo subterráneo de la cultura pop, la fluidez visionaria y la anarquía callejera. Esta integración se erigió en la fuente crucial de energía cultural para el final del siglo XX, y que se extiende aún hasta ahora en la tercera década del siglo XXI.
A su vez, el músico Billy Idol afirmó al respecto de su canción “Neuromancer”, que tras leer la novela: «Todo fue una especie de revelación de lo que era posible en el futuro, o incluso de lo que era posible en ese momento. Las cosas sobre la crisis climática. Las cosas sobre lo que le estamos haciendo a nuestros cuerpos. Vi un presagio de los peligros potenciales de los sistemas de inteligencia artificial autoconscientes, que eventualmente podrían ver a la humanidad como una amenaza. La gente tiene miedo de la IA y todo eso. Los robots se harán cargo. Y sí, mucho de eso va a suceder”.
(“Era de destrucción /Era del olvido/ Amor descubierto en los días rancios de la ruina/ Mi cuerpo suda las toxinas de mi propia desaparición/ Solo desde el espacio puedes ver cuánta tierra se está quemando/ Soy el Neuromancer, y estoy en trance/ Enciende las mentiras, los secretos de nuestra desolación/ En un mundo de corrupción/ Es la era de la destrucción/ Y nos entregan al olvido/ Soy el Neuromancer, y estoy en trance…”)
Inspirándose en el inframundo fragmentado y expansivo de la cultura de Internet de los años 80 y 90, el álbum en que se incluye la canción, Cyberpunk (1993), es la propia cápsula del tiempo futurista de Idol, con personas y sus prótesis, ideas y referencias; Las condiciones y contextos sociales de la novela seguían siendo relevantes en aquel entonces, cuando se publicó el disco (y más hoy en día).
En la pieza “Neuromancer”, inspirada en la novela de Gibson, Idol gruñe esas letras de fatalidad profética, mientras la guitarra de Mark Younger-Smith recorre con su frío poder la espalda del escucha («Sólo desde el espacio puedes ver/cuánta tierra está ardiendo»).
Reconocer los libros canónicos para el rock es una experiencia semejante a sentarse frente al aparato de sonido a escuchar un disco clásico; fisgonear en esa gran biblioteca y reflexionar sobre la respuesta que esa vivencia provocó en cada uno de los rockeros lectores, que llevan injerto un espíritu de escriba. Poca fuerza tendrían las ideas surgidas de ahí si no hubieran profundizado en el pensamiento emanado de tal literatura. Lou Reed decía de sí mismo que era “un músico adecuado a sus necesidades como escritor”.
Indagar en dicha experiencia es tratar de escuchar a través de la niebla creativa señas que ayuden a descifrar parte del misterio de la música; a encontrar esas manifestaciones primarias a las que han llegado los músicos, y quedar fascinado por aquello que expresaron después de introducirse en esas obras literarias con las cuales se acercaron a otros mundos, reales o ficticios, que provocaron en ellos resultados palpables y escuchables.
Han leído para intentar entender. Y lo seguirán haciendo, siempre. Porque de eso se trata finalmente, de recordar para establecer una cadena estética, porque si no se recuerda, es que no se estaba prestando atención.
Al rock se le puede describir como un libro visceral e intuitivo, que capta magistralmente la locura, el sinsentido, las contradicciones y las dificultades de la vida que han transcurrido a través de sus décadas. El género ha escrito retratos vivos y conmovedores de cuestiones tan comunes como legendarias, cuyos ecos resuenan a través del tiempo, al igual que el cautivador conjunto de personajes que componen sus divergentes escenas.
A lo largo de su historia el rock ha capturado las distintas facetas de los diversos movimientos musicales y sociales que lo han impulsado. Con sus indagaciones documentales ha construido frescos intensos y conmovedores, a veces poéticos, de la sociedad que le ha tocado vivir en diferentes momentos.
Fue así como en los años noventa, con el ejemplo que ahora nos concita, cierta tendencia en los campos de la literatura caló en los de la música y fue calificado como Cyberpunk. El hito fue la novela Neuromancer de Gibson. Fue el texto que enganchó la visión orwelliana con el muy presente futuro distópico, aunque sus raíces provenían mucho más allá en el tiempo: la década de los veinte, de hace un siglo.
En aquel entonces un escritor ruso, Yevgueni Zamiatin, terminó su novela Nosotros, ambientada en una sociedad futura donde la vigilancia y represión por parte del Estado era total. La cual sirvió de inspiración para que George Orwell hiciera lo propio con 1984, que se convertiría en el paradigma de las distopías contemporáneas. A ella Gibson eslabonó Neuromancer, publicada en tal año, un big bang cultural, que repercute con mucha fuerza hasta nuestros días. Ella dio paso al fuerte movimiento cyber, tanto en la literatura como en las otras artes, del que emanó el disco Cyberpunk en el rock.
En forma paralela a esta obra de Gibson, se ha desarrollado la cultura cyber a lo largo de los años: los videos de rock en los ochenta; el underground de los hackers a nivel global y la estremecedora tecnología callejera del hip hop, el scratch y el remix, el uso de las herramientas hi-tech para la grabación, así como la cinematografía posapocalíptica, la vigilancia extrema, la manipulación informativa y la algoritmia. “Nadie pudo haber previsto los futuros que nos imaginábamos”, dijo el autor.
Un álbum que intentó reflejar en su momento todo ello fue Cyberpunk de Billy Idol, una síntesis genérica con el qué y el cómo. En su disco, el músico redefinió su enfoque para crear música, donde todo estuvo controlado por una computadora Macintosh (utilizó los emergentes programas de Studiovision y Protools) e hizo un amplio uso de otros equipos electrónicos. La tecnología le permitió a Idol volver a abrazar la ética de bricolaje de la era punk y hacer su mejor álbum en años.
La fascinación de Idol por la electrónica no se limitó a la música, ya que también puso a la venta un disco informático de edición limitada, creó videos computarizados y descubrió lo que Internet podía hacer (al principio de los años noventa).
Cyberpunk consta de trece pistas y un puñado de interludios de audio, compuesto de influencias industriales, del electrodance y voces sintetizadas, como se escucha en canciones como “Power Junkie”, “Tomorrow People” y el sencillo, “Shock to the System”. El álbum estuvo adelantado a su tiempo en términos de aplicar mayores posibilidades tecnológicas al ciclo promocional (cosa que nunca se materializó debido a las bajas ventas del disco original).
Efectivamente, hubo un amplio universo multimedia construido en torno al disco Cyberpunk de Idol, inspirado en la ciencia ficción cyber y que no fue lanzado por su fracaso crítico en aquella época. “No creo que la gente entendiera realmente de lo que estaba hablando”, explicó el cantante, años después de lanzar ese álbum conceptual narrativo motivado por la literatura distópica, así como en la entonces naciente contracultura cyber de principios de los noventa. «Solo había un pequeño grupo de personas a las que realmente les interesaba el asunto, estábamos viendo el futuro y su presente».