655. Big Mama Thornton: Fuerza Y Poder

Por Sergio Monsalvo C.

Ellas, al igual que ellos, ya hacían rock and roll antes de que éste existiera, porque anteriormente se llamaba rhythm and blues y lo interpretaban los artistas negros. Una forma musical que preludiaba un futuro insospechado, intenso e incandescente.

Todos ellos condujeron, a través de dicho estilo, a la juventud tanto negra como blanca (que los escuchaba clandestinamente) hacia el disfrute de la rítmica y el reconocimiento generacional que marcaban los nuevos tiempos.

El swing hot, el jazz y el country blues se habían condensado en forma de jump blues (la expresión más salvaje del r&b) al final de los años cuarenta, empujando a las pistas de baile a una población cansada de la guerra (la segunda conflagración mundial) y las restricciones económicas.

Los pequeños y animados grupos que tocaban secuencias de blues con una energía y un entusiasmo sin precedentes eran acompañados por cantantes de ambos sexos que lanzaban poderosamente la voz con toda la fuerza de la que eran capaces (shouters).

El ánimo de los intérpretes se reflejaba en el del público. Los saxofones tenor graznaban y chillaban, los pianos ejercían un papel percusivo y las guitarras eléctricas vibraban y punteaban. Las letras de las canciones eran sencillas y elementales, dirigiéndose a los ardientes corazones mientras el estruendoso ritmo les hacía mover los pies.

Al aumentar la popularidad de esta música, y la exigencia a que se difundiera por la radio, atrajo a hordas de imitadores y admiradores blancos. En pocos años, el jump blues cambió el rumbo de la música popular en los Estados Unidos, aunque para entonces ya se le denominaba «rock and roll».

Durante su auge, la fuerza de su convocatoria abarcó a todas las razas, al contrario del country, del folk (básicamene gente blanca) o del country blues y el blues eléctrico urbano (de público en su mayoría negro).

Fue capaz de llenar los salones de baile con cientos de fans eufóricos, que vieron en sucesión a grandes intérpretes masculinos (Louis Prima, Roy Brown, Little Richard, etcétera), pero igualmente a las intérpretes femeninas que harían historia y señalarían el inicio del paso de la mujer en tal ámbito musical, como Big Mama Thornton, por ejemplo.

A Binnie Willie Mae Thornton nadie le enseñó algo. Todo lo que supo lo aprendió por instinto y sin guía. Al igual que un animal silvestre. Porque, aunque haya nacido como la sexta hija de un pastor religioso y una madre ama de casa, no se libró nunca de su origen y tampoco se lo permitieron.

Nació en Alabama en 1926. Era un punto rural, sucio, miserable y racista. Por lo tanto, hablar de educación familiar o escolar era ridículo. Fue bautizada en la Iglesia Bautista, de la que su padre era representante. Los miembros de su familia tenían que trabajar en el campo como todos los negros de aquella zona y se imaginaba que del mundo.

Así que junto con sus hermanos pasó la infancia levantando cosechas y esperando con ansias a los artistas que de vez en cuando pasaban por ahí para divertirlos un rato. Se llamaban Minstrel Shows. A ella le gustaba mucho verlos.

El contenido de esos espectáculos de cantantes, bailarines y actores de raza negra y blanca eran muy parecidos por aquellos años, con la diferencia de que los representados por los negros eran reales en su color, mientras que en los de los actores blancos ellos se pintaban la cara de negro. Vaya ironía, ¿verdad? Los números representados por todos escenificaban momentos de la vida cotidiana de los negros, generalmente situaciones vividas en las plantaciones e ilustradas con canciones llamadas spirituals.

Lo que sacó a aquella muchacha de su mísero entorno (yermo, duro) se lo apropió como salvavidas. De muy pequeña veía a uno de sus hermanos mayores tocar la armónica, y viéndolo la aprendió de manera autodidacta y al rescatar alguno de estos instrumentos que era lanzado a la basura.

En cuanto tuvo edad fue enviada a trabajar a la población cercana para ganar unos centavos más. Lo hizo limpiando escupideras en un bar de una localidad cercana. Ahí, entre la rudeza y la violencia cotidiana, aprendió a tocar la batería viendo al grupo que ambientaba el lugar. El canto también lo practicaba para sí mientras hacía el trabajo.

Cierto día cuando el cantante no pudo subir al escenario por encontrarse demasiado ebrio, le rogó al dueño que la dejaran hacerlo. Éste no le hizo el menor caso, así que para llamar su atención comenzó a cantar una extraña y rugosa canción sobre una mujer que había sido abandonada por su hombre. Ahí, jamás se había oído canto alguno con ese poder, esa rítmica y esa temática tratada de aquel modo, por lo que llamó profundamente la atención. De hecho, los asistentes al tugurio estaban impactados

En cuanto tuvo oportunidad, a los 14 años, empezó a trabajar en otros locales como cantante eventual, y luego poco a poco se aventuró a otras poblaciones, pero ya viviendo de lo que ganaba con su actuación.

A partir de ahí encontró su camino y su forma de sobrevivir. Se unió a diversas agrupaciones, antes de llegar a ser parte de la banda de Johnny Otis.

Mostró todas sus aptitudes instrumentales y vocales. Su complexión, alta y gruesa (pesaba más de 100 kilos), le había valido el sobrenombre de “Big Mama” desde niña. Su voz no desentonaba con el paisaje de aquella comunidad en la que había crecido: “Era áspera como un estropajo de aluminio: demasiado impactante para la gente”, dijeron quienes la conocían.

El rhythm and blues le atrajo una buena reputación entre los públicos negros. Paseó con su música por todo el Sur y cuando el género tuvo reconocimiento generalizado a partir de fines de los cuarenta, se dedicó exclusivamente a cantarlo y a componer mis propios temas o adaptar los que iba recogiendo por ahí.

Big Mama era egocéntrica, bebedora, de temperamento difícil, violento y usaba un lenguaje de lo más ríspido. En sus canciones siempre abordaba con franqueza las debilidades humanas, combinando el humor grueso con una expresión de sorpresa cuando cantaba acerca de encontrar a su hombre haciéndolo con otro hombre; y al mismo tiempo celebraba el lesbianismo en primera persona o lamentaba la vida de una prostituta. En esas y otras canciones no había un sólo rastro de hipocresía, más bien buscaba con ellas que el humor emergiera junto con el dolor, con toda su vulgaridad.

Se vestía como hombre, bebía grandes cantidades de alcohol y los textos de sus canciones eran, pues, de contenido sexual explícito. De entre todo ello brillaron dos gemas que le dieron presencia, pero no suerte. La primera, “Hound Dog”, un tema de Leiber y Stoller, que grabó en 1952, la cual era su estandarte hasta que Elvis Presley la anexó a su repertorio en 1956 y su interpretación pasó a segundo plano. Y la otra, “Ball and Chain”, de su autoría, y de la que sólo se recuerda la versión de Janis Joplin de 1967.

Sin embargo, quedan los rescoldos de su voz, de su solidez escénica, de la inestabilidad de su carrera, su falta de suerte y los rumores sobre su vida. Murió sola, arruinada y dipsómana, de un ataque al corazón, en Los Ángeles en 1984. No obstante, el rock le ha brindado reconocimiento al incluirla en su Salón de la Fama, y a esas dos canciones interpretadas por ella como parte de su canon histórico.

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