Por Sergio Monsalvo C.


MALCOLM LOWRY

Sentimientos limítrofes. Esta característica de la narrativa, consiste en hacer revelaciones tanto macro como microscópicas de la propia vida, que bordean en el terreno de la alucinación y enriquecen lo escrito con tales toques biográficos, continentes del espíritu del autor. Es el artista inmerso en su obra. Lo vivido, transformado por la sensibilidad, en manifestación del arte.

Una indiscutible obra maestra de la literatura que ejemplifica y confirma lo anterior es Bajo el volcán de Malcolm Lowry (1909-1957). Una y otro se encuentran fundidos en forma perenne. Lo están en gran medida por la cantidad de ingredientes autobiográficos que en ella se conjugan.

Pero lo están y en mayor cantidad porque Lowry es la novela, ésta lo encarna y es el único medio de acercamiento verdadero hacia el escritor. Bajo el volcán representa el espacio donde Lowry estuvo (ebrio) en compañía de sí mismo y logró el momento –un día que dura toda la eternidad– de la absoluta sinceridad.

La sinceridad es la insólita y apreciada esencia de esta obra. En ella el efecto vital está incorporado de forma rotunda, como una hidra íntima sin fauces, que mina, desespera y produce el desgarramiento personal que el autor sufre y luego revive a la hora de ir plasmándolo sobre el papel.

Por esto mismo la obra de Lowry es una de las más grandiosas en el logro de dicha comunicación. Es una obra básicamente personal que nos guía hacia su progenitor en forma contundente por tantos y diversos caminos como proporcione el estudio y la imaginación sensible.

Si el Cónsul –su alter ego— inscribió un graffiti en el que «no se puede vivir sin amar», Lowry sabe que es imposible vivir sin recordar y que todos sus recuerdos van a conformar el argumento de Bajo el volcán en primera instancia, porque él en verdad lo vivió, para luego, desde la altura de una vida ya hecha (o deshecha), sufrir con su escritura.

Esta novela de riquísima prosa lírica puede ser una historia privada si se quiere, pero igualmente es la historia de una literatura. Su encanto radica en que vemos la historia otra vez deshecha en su puro material de vida menuda, apuntalada por una construcción intelectual. En ella vemos descomponerse la nebulosa histórica en los infinitos e irisados asteriscos de la vida privada. Y en este caso el énfasis se da tanto en la ficción como en la forma.

El proceso de la memoria en Lowry adquiría niveles obsesivos: ¿por qué rememorarlo todo con tan inexplicable vehemencia? Todos sus recuerdos eran de sufrimiento -explicó uno de sus personajes-, de espantosa ansiedad; pero, sobre todo, de soledad o de una compañía peor que la soledad.

Se veía a sí mismo como un ente fantasmal que deambula entre la humanidad sin discernir claramente qué está haciendo en ella. En uno de sus poemas el propio escritor dijo que en su vida había intentado «una temerosa visión de sí mismo», y como tal, el Cónsul en Bajo el volcán, se maneja como un símbolo de la humanidad que ha perdido la orientación dentro de sí.

La novela escrita durante el preámbulo, desarrollo y primeras consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, refleja un destino fáustico para la humanidad, resultado del influjo del entorno sobre el escritor que así expresa la etapa de negrura que le tocó vivir.

Ser o no ser, beber o no beber. Los demonios, lo demoniaco. En Lowry podrían llamarse demonios esas inquietudes, innatas y esenciales a todo hombre de genio, que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental.

Es como si la naturaleza hubiera dejado una pequeña porción de aquel caos primitivo dentro de los espíritus como éste y esa parte quisiera volver al elemento donde salió: a lo ultrahumano, a lo abstracto. Los demonios son, en Lowry, ese fermento atormentador y convulso que empuja su ser, por lo demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta la anulación misma.

Lo que Lowry experimentó en Bajo el volcán equivalió a algún tipo de iluminación, quizá hasta de cierto tipo de experiencia mística a que semejante sufrimiento lo condujo.

Por esto su figura resulta tan trágica y fascinante al mismo tiempo. Es en su sentido más puro la figura del artista que sólo se encuentra a sí mismo en el arte. La alteración de las relaciones de los personajes en la novela, a fin de sacarlos de la situación biográfica y elevarlos a un plano más universal, viene a culminar en lo que atinadamente se ha llamado la victoria del arte sobre la vida.

El poeta trágico de los primeros tiempos, al igual que los escritores trágicos de la actualidad, no actuaba como un elegido que se presentaba ante los ofuscados congéneres, sino que se levantaba del seno de la comunidad como un presentador del destino humano general que también lo incluía a él, y se exponía abiertamente, confiando sólo en su verdad, al juicio público.

Su visión giraba en torno a la destrucción y en ella irrumpía siempre la oscuridad. Así, de los griegos a Dante y de éste a Lowry. El protagonista es el hombre a quien la pasión demoniaca vela la mirada y confunde la razón. La naturaleza se muestra en él con irrefrenable violencia, dolor abrasador y desesperación clamorosa. Malcolm Lowry propuso al Cónsul como una figura de grandeza trágica en lo que para él nunca dejó de ser su «Divina Comedia ebria».

Alguien dijo que a pesar de que Lowry conocía el cielo, conocía mejor el infierno. Aunque conocía la esperanza, conocía mejor la desesperación. Por ello en el momento de Bajo el volcán el Cónsul era tan real como él mismo. Para Lowry resultaba inherente a su propia naturaleza imaginar que no escribía sino que era escrito, «posiblemente por un caprichoso daemon«.

Por lo tanto, «¿Para qué escapar de nosotros mismos?», concluye el Cónsul-Lowry, si no se puede escapar de un destino ni aun haciendo trampa como algunos héroes míticos. El Cónsul era demasiado honesto para hacerla y se conformó con su propio destino.

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