Serge Gainsbourg

Tres lecciones del francés

Por SERGIO MONSALVO C.

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Se cumplieron 25 años del fallecimiento de Serge Gainsbourg y, a final de cuentas y más allá de los análisis y los homenajes a su persona, queda una certidumbre: sus canciones serán imperecederas. Importa poco lo que sobreviva del personaje. Lo que permanecerá al escuchar sus obras es que en melodías, arreglos y textos uno se volverá inteligente por el tiempo que dure alguno de sus refranes o un par de versos.

Gainsbourg se fue (en 1991), pero siempre lo escucharemos en off. La cultura francesa creada por él está ahí: como poeta de los juegos de palabras; como soberano del arte de la canción y como cantautor a la vez literario y popular. De su obra sublime la mayoría parece recordar algo del autor-compositor-intérprete francófono más importante –por mucho– del siglo XX, sin duda incluso de todo el patrimonio nacional galo.

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Su mensaje siempre fue: ¡eclecticismo y un espíritu abierto! (incluso en la polémica). En ella daba lo mejor de sí mismo. Y como muestra algunos botones en forma de canción. El primero “Je t’aime…moi non plus”. Su canción más famosa, que incluía por primera vez los sonidos de un orgasmo femenino. Aunque originalmente fue grabada con Brigitte Bardot, su protegida del momento, fue lanzada al mercado con otra vocalista, Jane Birkin, quien sería su futura pareja.

(La Bardot se echó para atrás con un lanzamiento bajo su nombre a la mera hora por miedo a que la pieza pudiera perjudicar su imagen).

Mientras Gainsbourg declaraba que este tema era «la cima de la canción de amor» (¿qué hay más explícito y contundente que un orgasmo?), muchos la consideraron pornográfica. Fue censurada en varios países e incluso en Francia la versión menos recatada fue suprimida. Por supuesto, la iglesia católica se pronunció con un comunicado citando dicha canción como ofensiva.

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«No todo el mundo tiene la suerte de tener al Vaticano como agente de publicidad», declaró entonces el compositor cuando el periódico oficioso de la Sante Sede, l ‘Osservatore Romano, condenó a los infiernos –y de paso al éxito y al número uno de las listas de popularidad– la canción que había osado por primera vez en la historia ponerle música al acto sexual.

El título mismo sufrió versiones y conversiones a cual más ridículas, como por ejemplo en algunos lugares se le llegó a nombrar como “Yo te amo…yo tampoco” (¡¿What?!), cuando en realidad era “Te amo…pero no más”, lo que significaba que el hombre le decía a la mujer que sí, que la quería, pero estaba exhausto de hacer el amor en ese momento y no habría más coito aunque ella lo suplicara, necesitaba una pausa luego de haberlo hecho profusamente.

La tradición literaria dentro de la canción francesa siempre ha ocupado un lugar muy particular gracias a los esfuerzos y habilidades compositivas de Georges Brassens, Léo Ferré, Gainsbourg y tantos otros. En ellos se reconoce que el común denominador de los verdaderos talentos de la «música pop» francesa del siglo XX son en realidad los textos. Esta es la particularidad de Francia, una herencia de los trovadores y poetas.

En 1957, a los 30 años de edad, el Gainsbourg compositor se había topado con Boris Vian y bajo su influjo comenzó a asumir también su condición de intérprete. Pero a pesar de los arreglos y las excepcionales orquestaciones de Alain Goraguer, así como del estilo cada vez más íntimo y sensual que aportaba a sus interpretaciones realmente personales, Gainsbourg fue apreciado y buscado en un principio más que otra cosa por su cancionero en el que no había cartabones ni tabúes.

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Ser concebida entre los jadeos orgásmicos de Jane Birkin y de Serge Gainsbourg, los cuales quedaron plasmados en la mítica canción “Je t’aime…moi non plus”, seguro que marca la existencia. Quizá por eso Charlotte, la hija de ambos, se dedicó a la actuación cinematográfica y al canto. Charlotte Gainsbourg (nacida en Londres en 1971) debutó en el cine en 1984 con Paroles et Musique a los 13 años de edad, al lado de Catherine Deneuve. 

El álbum Charlotte Forever (1986) fue el inicio de su camino en el canto, en el que ha continuado desde entonces, de manera paralela a su trayectoria cinematográfica, con temas y realización de su padre. La pieza principal fue “Lemon Incest”, a dúo con él y que ya había levantado ámpula un par de años antes cuando apreció por primera vez en el disco Love on the Beat del autor, por las implicaciones textuales y el video respectivo.

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En él se puede ver a una Charlotte adolescente acostada en una cama junto a su progenitor, cantando frases como “l’amour que nous ne ferons jamais ensemble” (“el amor que nunca haremos juntos”). La pieza causó, como es obvio, mucha controversia, aunque a decir verdad para ella nunca representó gran problema unirse a las provocaciones de su padre y mucho menos convivir con su enorme sombra.

En la versión original el título se pronunciaba de manera que sonara como si se dijera “una rodaja de limón” («Un zeste de citron»), para que después con el transcurso de la canción quedara claro que era “Lemon Incest”. Esto es una muestra de cómo sus canciones se volvieron cada vez más excéntricas, y un buen ejemplo del gusto de Gainsbourg por los juegos de palabras, que resultaban polémicos, desconcertantes o divertidos.

Cantaron sus composiciones personajes variopintos como Philippe Clay, Michèle Arnaud, Juliette Gréco, Petula Clark, Françoise Hardy, Brigitte Bardot, Isabelle Adjani, Anna Karina, Catherine Deneuve y a la postre Vanessa Paradis y Joëlle Ursull (¡y luego Jimmy Somerville!). Por no olvidar a Bambou. Un catálogo de intérpretes nada despreciable. No obstante, sin duda sus obras maestras seguirán siendo sus propias interpretaciones.

Dotado del secreto del refrán, Gainsbourg cedió sus letras de nobleza lírica al «pop» y su actitud no permitirá nunca que envejezcan sus composiciones, pues su enfoque (y su obra) es universal, como el de todos los grandes. Este autor trascendió la música, la cual fue sólo una herramienta para poner en escena sus palabras y figuras retóricas, aliteraciones y refinadas rimas y expresar –con una lucidez que rayaba en el cinismo– sus sentimientos al desnudo.

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El gusto de éste por los juegos de palabras ocultaba el fondo del asunto de manera aguda o divertida. Y con ello quiso, y supo, mantenerse en la modernidad. El Gainsbourg más erotómano hizo acto de presencia poniendo en la boca de la flamante triunfadora del Festival de Eurovisión, France Gall, una canción llena de doble sentido con unas inocentes paletas de dulce como elemento de placer y discordia.

France Gall tenía sólo 14 años cuando grabó su primer disco; 17 cuando ganó dicho concurso internacional a mediados de los años sesenta y sólo interpretaba canciones sobre el primer amor con grandes dosis de ingenuidad, como lo hacían la mayoría de las chicas ye-yé de entonces.

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Gainsbourg decía que France Gall era “la Lolita Francesa”, y compuso para ella la canción “Les sucettes” (Las Lollipops, Los Pirulís) como un medio para poner a prueba la candidez de la cantante. La pieza juega con un doble sentido sexual muy evidente e incluso cuenta con un vídeoclip tan pop, tan camp, como explícito. Y sí, la realidad del contenido pasó inadvertido para la muchacha.

Por lo tanto la incluyó en su repertorio durante largo tiempo, para delicia de los escuchas. Los rumores suelen decir que al enterarse del significado oculto de la letra de la canción la Gall rompió a llorar y renegó de toda colaboración con Gainsbourg, pero lo cierto es que llegó a interpretar alguna canción más de él — como “Les petit ballons”–, también “de alto contenido sexual implícito”, según las reseñas.

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Tanto como balada infantil como melodía críptico-erótica “Les sucettes” sigue funcionando por su calidad pop. Gainsbourg demostró que disfrutar de la vida para él tenía un sólo significado: el arte, y esto incluso a través de sus provocaciones reiteradas como Pigmalión, como en los casos de estas tres canciones representativas de sus intereses.

Su razón de ser misma fue una obra elocuente de amor al arte de la composición transformada, a veces, en legítima burla. A la larga, de su personaje sin duda no quedará más que el largo de su barba, sus excesos, desbarres y el omnipresente humo de sus cigarros, pero lo importante, sus canciones, serán imperecederas.


 

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