1967

All You Need is Love

Por SERGIO MONSALVO C.

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En enero de 1967 parte de la contracultura estadounidense decidió hacerse visible. Las protestas contra la guerra de Vietnam, el insufrible racismo y la falta de derechos de muchas minorías, llevaron a grupos diversos a manifestarse contra ello y contra el sistema (establishment) que lo fomentaba y permitía. El Central Park de Nueva York fue el lugar de convocatoria para que la protesta pacífica se realizara ahí.

Al inédito evento se le llamó Be-In y a él acudieron más de diez mil personas, entre poetas del Bronx, artistas marginados, actores de teatro, músicos, pintores del East Village, comunidades negras y latinas, profesores y estudiantes universitarios.

Otra forma de contracultura permeaba ya en otra urbe, San Francisco, arropada de poesía beat, por la inmigración constante de gente joven desarraigada, por la agitación estudiantil civil y política, la experimentación con todo tipo de drogas y el rock californiano producto de todo ello. Un mundo underground diferente y único. Quienes le daban vida eran los hippies que fomentaban la convivencia en completa libertad, disertaban contra la guerra y a favor de hacer el amor, y el primer grupo que musicalizó tal fantasia fue Jefferson Airplane, con el disco Surrealistic Pillow.

En ese mismo enero aparecieron The Doors y dimensionaron al rock con el yan de temas como “Break On Through”, “End of the Night”, y “The End”, antes de que apareciera el inminente ying de los Beatles. Sus integrantes, con Jim Morrison al frente, mostraron al mundo imágenes de sexo y muerte contenidas en expresiones musicales que nunca fueron aceptadas por las fuerzas vivas: “I Tell You We Must Die…” (parafraseando a Weill); “Mother… I Want to Fuck You” (cantándole al Edipo errabundo y al freudiano). Todo contenido en un álbum, todo en The Doors.

Las protestas contra la guerra, el racismo y a favor de los derechos civiles se hicieron mayores. Apareció la figura de Martin Luther King y su avasallador discurso antibélico. Las marchas y las demostraciones dieron lugar a los enfrentamientos. La policía y la Guardia Nacional armados con rifles, macanas y gases lacrimógenos arremetieron contra los protestantes y causaron mucha violencia y muerte. La comunidad negra fue la víctima mayoritaria.

Frente a tal panorama surgió Jimi Hendrix con su guitarra de militancia amorosa, electrizante e insuperable. Su primer álbum, Are You Experienced?, es una auténtica cueva del tesoro: desde el sombrío blues de Chicago de «Red House» hasta el ambiente de ciencia ficción de «Third Stone from the Sun», marca todos los territorios que Hendrix habrá de apropiarse posteriormente. No obstante, los instantes más resplandecientes los logró en «Love or Confusion», pieza en la que ocupó todos los efectos para la guitarra disponibles en aquel entonces y con la que prácticamente sin esfuerzo alguno hizo nacer el rock psicodélico.

Tras la revuelta interna que significó Pet Sounds para los Beach Boys, Brian Wilson se entregó a un proyecto aún más ambicioso, Smiley Smile, con el que experimentó como un científico alucinado, con la cabeza llena de arreglos alegóricos y líricas conceptuales. Su trabajo hizo avanzar el pop con sonidos repletos de posibilidades. A ello contribuyeron sus «grabaciones modulares», diminutos fragmentos musicales, ruidos y efectos de sonido que luego encajaría como en collage en su impresionante música. El sencillo «Good Vibrations», extraído de él, causó el asombró de todo el mundo.

Sin embargo, Confundido ante tanta ingesta de LSD (como alimento primordial), Brian no logró terminarlo, ya que tenía miedo y dudas esotéricas acerca de él y su aceptación pública. Los demás miembros del grupo se encargaron entonces de la producción. Hubo recorte de piezas, gastos y tiempo. Y así salió Smiley Smile en 1967 ante su confundido cerebro que nunca acabó por aceptarlo. Cuarenta años después retomaría el trabajo de reeditarlo bajo sus propios lineamientos.

Como lineamientos los tuvo el soul para constituirse en la banda sonora de los disturbios raciales que buscaban la igualdad de derechos para los negros. Y así Aretha Franklin grabó su disco I never loved a man the way I love you y la pieza “Respect” (de Otis Redding) se convirtió en emblemática. Pero igualmente aparecieron los primeros acetatos de Pink Floyd, The Piper at the Gates of Dawn, que los inscribió como los tutores del rock progresivo y espacial, y del Big Brother and The Holder Company, Cheap Thrills, con el vendaval bluesero de Janis Joplin al frente.

Y el año vio con asombro también la muerte de un icono y el nacimiento de su intrascendencia convertida en una marca de consumo: el Che Guevara. Alvin Lee y sus Ten Years After pusieron en órbita el blues-rock cósmico con su álbum homónimo, mientras Arthur Lee y Love hablaban de intimidad danzando al borde del precipicio con el magistral Forever Changes. Cambios, cambios y más cambios…

“Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Este es uno de esos pueblos…” Así describe Juan Rulfo a Comala en una de las tantas formas que se dan en Pedro Páramo. Pasaje que he decidido utilizar como analogía de la desilución que significó México para mí en 1967.

El 25 de junio de ese año, a través de uno de los primeros satélites lanzados al espacio, el “Early Bird” (“Pájaro Madrugador”. Su nombre técnico era Intelsat I y fue lanzado desde el Cabo Cañaveral el 6 de abril de 1965), el mundo intentó comunicarse por primera vez entre sí por el lapso de dos horas en un programa que se llamó Our World (Nuestro Mundo). Un puñado de países fueron invitados a participar y escogieron a voluntad su mensaje cultural para enviarlo a las pantallas de más de 400 millones de televidentes del resto del planeta que pudieran captarlas.

Canadá abrió con una entrevista a Marshall McLuhan, el filósofo analista de la comunicación contemporánea. En ese mismo sentido apareció, por parte de los Estados Unidos, Dick McCutcheon, de la National Educational Television (NET) que habló del impacto de la tecnología televisiva a escala global; Australia atisbó a científicos del observatorio Parkes que rastreaban en ese momento un objeto lejano en el espacio; Italia, siguió al cineasta Franco Zefirelli mientras filmaba una película.

Inglaterra, a su vez, escogió la grabación en vivo desde el estudio 1 de Abbey Road de la pieza “All You Need Is Love” de los Beatles para manifestarse al mundo. Un tema que compusieron e interpretaron los de Liverpool para ese primer programa de audiencia global vía satélite. Un emotivo himno de amor generacional (escrito por John Lennon), que apuntó así el activismo pacifista y universal de su música. Esa Inglaterra, representante del “Viejo Continente”, no expuso nada de su pasado milenario o histórico, no. Optó por su presente de futuro luminoso y un mensaje humanista.

Los Beatles proyectaron así su imagen en una celebración mundial, filmada por la BBC de Londres, dentro de un ambiente festivo, alegre, en aquel enorme estudio, donde abundaban los globos, las serpentinas multicolores y pancartas diciendo: «Love is all you need», en inglés, francés, alemán y español. Los miembros de la orquesta vestían de etiqueta y un grupo de luminarias del rock –incluyendo a Eric Clapton, Mick Jagger, Keith Richards, Keith Moon y Graham Nash– sentados en el suelo, aplaudiendo y cantando. Al término de la canción ésta quedó como un mantra mundial, repitiéndose una y otra vez…

México, en su turno, presentó la plancha del Zócalo y sobre ella una danza prehispánica y algún jarabe sonoro, interpretados por el ballet de Amalia Hernández y a unos cantantes vernáculos sobre su caballos. Las distancias quedaron marcadas de manera fatal. Los vientos del cambio allá; el aire viejo y entumido aquí. Un estigma que llegaba para quedarse.

Ese espectáculo de “lo nuestro” sin cesar en un show contínuo en el tiempo, que se excluye de todo presente, y al que se ufanan en llamar “lo mexicano” los panegiristas del mismo, como ejemplo de una cultura de masas, dirigida y vertical, con sus particulares lenguajes y símbolos. Herramientas que generan un eficaz sistema de dominación.

La comunicación semántica, política y social, tiene en México una tradición institucional histórica que se ha ido retroalimentando. Están los símbolos llamados “patrios”, los discursos demagógicos, la historia oficial y también los religiosos y costumbristas que muestran exclusivamente y sin interrupción “nuestro riquísimo folklor”, del que se enorgullecía el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz tras la trasmisión.

Los estudiosos al respecto han dicho que los mexicanos por eso hemos crecido ritualistas, y por ello lo mismo le rendimos culto a vírgenes o santos que a un héroe de historieta o televisivo (que igual puede ser un cómico, un futbolista que un narco recién capturado o huído). Que nos regimos por arquetipos y por estereotipos. Por esa razón han proliferado las cargas sincréticas de esta cultura de masas llamada “lo mexicano”.

“El nacionalismo es una enfermedad infantil, el sarampión de nuestra sociedad”, dijo Albert Einstein hace muchos años.

La demagogia patriotera, el nacionalismo escenográfico, el síndrome del chiquihuite, quedó patente en aquella trasmisión para siempre; ése que nos remite al concepto rulfiano que señalé al principio; ése que conocía que hay pueblos que saben a desdicha, a los cuales se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco.

Y lo supe: que el mío era uno de esos pueblos y nunca jamás cambiaría: patriotero, nacionalista y folklórico. Pero también algo me quedó muy claro después de dicha experiencia: que una idea que inspira a otras ideas se llama desarrollo y que una idea que bloquea a otras ideas se llama folklor.

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