British Blues

The Ladies

Por SERGIO MONSALVO C.

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Es fantástica la cantidad de crudeza emocional que contiene el blues. Y ese es precisamente el factor que ha permitido que esta música negra estadounidense haya rebotado de manera productiva en las cámaras de eco de la cultura media mundial desde fines de los años cincuenta. Tal música es en esencia la expresión de una actitud o un cúmulo de actitudes acerca del mundo. El músico blanco de blues entendió esta actitud y la intensidad de su entendimiento produjo —y sigue produciendo— una gran marea de ellos.

El fin del blues, como toda forma artística, es hacer partícipes a todos de sus emociones y las voces inglesas lo han hecho a la perfección desde su acercamiento al género. Para la juventud británica el atractivo de dicho género, con la individualización que permitía, iba ligado al concepto muy en boga de la persona que se ha formado a sí misma. El origen social de algunos de estos jóvenes europeos facilitó su orientación hacia el blues.

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El futuro entre décadas (50-60) era desesperanzador en el Reino Unido para los jóvenes pobres de la posguerra y no les mostraba camino alguno. Bajo estas circunstancias el blues actuó como un detonador, exaltando la pasión que vegetaba en los adolescentes británicos, que habían existido hasta ese momento, en un mundo con la rigidez moral heredada de la época victoriana y acendrada por causa de la guerra; con un marcado decaimiento económico y una vida social constreñida por las restricciones alargadas de la misma.

A estos jóvenes les gustaba la música y cantar, pese a todo. Y lo hacían a la salida del trabajo o de la escuela, en las repletas mesas de un bar al que asistían con sus compañeros. Cantaban canciones tradicionales y también, cada día más, las que llegaban de los Estados Unidos, gracias a los tocadiscos o a las rockolas que aparecían por ahí en algún lado. Así se aficionó Maggie Bell por esos sonidos, por esa vitalidad y energía. Y como una cosa lleva a la otra, descubrió el blues y a Muddy Waters, a Howlin’ Wolf, a John Lee Hooker. Pero igualmente descubrió que podía cantarlo.

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A finales de la década de los sesenta la injerencia femenina en los asuntos del rock era bastante nueva en Inglaterra. Se trataba de una música para hombres donde las mujeres no eran admitidas más que a un lado del escenario, a los pies de los músicos. La llegada de Maggie Bell (nacida en 1945) conmocionó de algún modo ese sistema de valores, al que también se habían enfrentado las blueseras estadounidenses durante la primera mitad del siglo XX.

Maggie inició su carrera profesional en Escocia con el grupo Blue Mink hacia 1968. Lo abandonó al cerrar la década, en busca de nuevos horizontes. Éstos se abrieron con la formación en 1970 del grupo Stone the Crows –que originalmente se dio a conocer como Power–, el cual se integró bajo el liderazgo del guitarrista Les Harvey y con ella como única cantante. El grupo sobrevivió tres años y en este tiempo conocieron la tragedia y el triunfo, e igualmente abrieron la puerta a Inglaterra para los grupos escoceses.

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En febrero de1972 Les Harvey trágicamente murió electrocutado en el escenario durante una presentación. Lo reemplazó Jimmy McCulloch (quien también tendría su propia historia y fin trágico años después). Aunque el grupo nunca careció de exposiciones en vivo, la nueva sangre fue la inyección necesaria. El éxito se reflejó cuando Maggie ganó el premio a la mejor cantante otorgado por la revista Melody Maker, posición que ocupó durante tres años seguidos.

El mayor triunfo de Stone the Crows coincidió con el verano de 1972, cuando la resolución de Maggie llevó al grupo de éxito en éxito. Desafortunadamente esto no fue capaz de mantener unido al grupo. Sin embargo, dejaron en su haber tres excelentes discos: Stone the Crows (1971), Teenage Licks (1972) y Continuous Performance (1972), los cuales los mostraron como uno de los mejores grupos de blues-rock que Inglaterra y el mundo haya conocido.

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Para la juventud europea, el blues fue un medio de demarcarse socialmente y a veces incluso de llevar la aventura hasta reafirmar todo lazo de unión con la clase obrera en particular. El origen social de algunos jóvenes europeos, lo mismo que los norteamericanos, facilitó la orientación de ellos hacia el blues. Con Maggie Bell, por ejemplo, es imposible no tener en cuenta su pasado como obrera en una fábrica de Glasgow, «en donde emborracharse era una victoria», contaría ella.

Maggie, al disolverse el grupo, se volvió solista y desde entonces ha grabado discos admirables desde Touch of Class, Queen of the Night o Crimes of the Heart hasta Coming on Strong, por ejemplo. Igualmente ha sido invitada a sus grabaciones por infinidad de artistas como Rod Stewart, Joe Cocker, Long John Baldry, la Climax Blues Band y los Rolling Stones, entre otros.

Por su parte, la inglesa Jo-Ann Kelly, cantante y guitarrista nacida en 1944, gustaba de interpretar el skiffle (matrimonio musical entre blues, country y jazz tradicional) a fines de los años cincuenta. Aficionada al jazz y al blues, dedicó parte de su tiempo a estudiarlos a ambos. En una tienda especializada de Streatham descubrió el disco Blues Classics de Memphis Minnie, grabación que ejerció desde entonces una profunda influencia en ella. El fraseo y la voz fuerte y dura trazaron notables semejanzas entre las dos cantantes.

En 1962 le presentaron al pianista Bob Hall, con el que formó un dúo de blues, trabajando sobre todo piezas de Bessie Smith y Sister Rossetta Tharpe. Un año después cambió el curso de la música inglesa con la electrificación del rhythm and blues encabezada por Cyril Davis y el guitarrista Alexis Korner. Kelly se interesó en el movimiento y colaboró con los Yardbirds en el club donde se presentaban, el Richmond Crawdaddy. No obstante, para los años siguientes la cantante retornó al country blues.

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Durante cinco años se presentó en el Bunjies Folk Club and Coffee House y su repertorio consistió en clásicos como «Moon Going Down» y «Come On in My Kitchen». Ahí conoció e integró un trío con el armoniquista Steve Rye y el pianista Gil Kodilyne, con los que hizo algunas grabaciones. Su graduación dentro de la escena del blues inglés se dio en la First National Blues Convention en 1968. Al año siguiente, en el segundo festival, cantó con el grupo Canned Heat, quien la invitó a unirse a ellos permanentemente.

Sin embargo, no aceptó y optó por la proposición de Nick Perls, el cual la contrató para grabar un disco como solista para la CBS. Su debut ahí, con el homónimo Jo-Ann Kelly, fue promovido con giras por la Gran Bretaña y Estados Unidos. De regreso en Inglaterra colaboró en discos de John Dummer y de su hermano Dave y grabó para las antologías Blues Anytime (los temas «I Feel So Good» y «Ain’t Seen No Whisky») para la compañía Immediate.

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Luego grabó en Nueva York material de Charley Patton, Blind Lemmon Jefferson y Memphis Minnie, su ídolo. A la postre con algunos ex miembros de la primera formación de Fleetwood Mac, realizó un L.P. con el nombre grupal de Tramp. Durante los siguientes años se dedicó a hacer giras por Europa. En 1978 entró a estudiar ciencias sociales y dejó lo escenarios, pero un año después, entró a formar parte de la legendaria Blues Band (con Gary Fletcher, Hughie Flint, Paul Jones y Tom McGuiness).

Un par de años duró Jo-Ann con ellos. En 1984 llevó a cabo el show Ladies and the Blues, en el que contaba la historia de las mujeres en el género. La BBC organizó en 1985 una reunión breve de la Blues Band y luego ella grabó con el tecladista Geraint Watkins el que sería su último disco, Open Records, acetato que puso de manifiesto sus capacidades multifacéticas; del swing al cajun y del gospel al blues, ella lo dominaba todo. En 1989 cayó enferma y luego de una operación fallida Jo-Ann Kelly, murió el 21 de octubre de 1990.

A su vez, Christine Perfect ha rememorado aquellas reuniones juveniles en los pubs locales para escuchar por primera vez el r&b. “Era música magnífica, diferente, nos encantaba. Hacíamos grandes coros en esas tabernas acompañando la voz de Elvis, Little Richard, Fats Domino, Chuck Berry y el rhythm and blues negro de la Unión Americana”. Todas aquellas noches le sirvieron a ella para practicar, para buscar el tono en que más se acomodaba, el estilo con el que más se identificaba.

Efectivamente, tales encuentros le sirvieron para autoinstruirse en aquellos misterios del género y de su interpretación. A partir de ahí, el blues estadounidense y su vástago británico empezaron a fundirse, mezclando y preservando a la vez las peculiaridades de estilo entre hombres y mujeres. Se puede afirmar que el retorno a las fuentes se extendió masivamente entre la juventud británica tanto a causa de su atractivo emocional, marginal, como a causa de sus cualidades musicales.

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Como nieta e hija de músicos, Christine Perfect había nacio en Bouth, Inglaterra, en 1943. Al mostrar talento para el piano la familia la condujo a recibir una educación clásica. Sin embargo, como adolescente descubrió el rock & roll, lo que la condujo a aquellos pubs para escuchar más de aquello. Y mientras estudiaba escultura en una escuela de arte conoció a dos compañeros con los que formaría una banda amateur de blues (Sounds) durante su estancia escolar, la cual se disolvió al graduarse sus miembros.

En busca de expectativas económicas Christine trabajó como escaparatista de tiendas departamentales y a la postre, junto a sus antiguos compañeros retomó el proyecto musical bajo el nombre de Chicken Shack en 1968, como tecladista, compositora y cantante. Su voz e interpretación en los teclados la volvieron distintiva en el medio. Tanto que Peter Green, líder de la banda Fleetwood Mac, la invitó a colaborar con ellos. Ahí conoció al que sería su esposo John McVie. A la postre adoptaría su apellido e iniciaría una larguísima historia con tal grupo en dos tiempos, igual de productivos.

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En fin, que el papel de la mujer británica dentro del blues fue muy importante, enriquecedor y sobre todo impulsor. A ellas les corresponde en gran medida un sitio en la época dorada del blues-rock.

Con nombres como el de Christine Perfect o McVie, Jo-Ann Kelly, Maggie Bell y demás pioneras, las féminas consiguieron instalarse en un nicho aparte como un artículo genuino. Ellas seguían pidiendo algo que también habían solicitado las blueseras de la primera mitad del siglo XX: que se escuchara lo que cantaban.

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