París

Imago noctívago

POR SERGIO MONSALVO C.

Paris - Cathédrale Notre-Dame de Paris vue du Port Henri IV

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Evitar las estridencias, indagar en lo invisible (la atmósfera) para representar lo visible (el momento nocturnal), es el proyecto en el que una ilusionista del sonido ha trabajado durante años. Debió primero pensar en qué podía hacer para aportar un estilo más a una ciudad que lleva siglos haciéndolo. Una tarea titánica para la imaginación, sin duda. Crearle una sonoridad a las altas horas como si fuera la marca de un maquillaje, y con toda su cosmética injerida para las representaciones que fueran necesarias.

Incluidas ellas como testimonio de la época. Una idea estética que implica las famosas tres “c”: causa, conocimiento y compromiso, es decir la exposición (en su variedad de acepciones). La urbe: París, una que no necesita de presentaciones puesto que la historia y la imaginería lo han hecho sobremanera. Ciudad por la que la música ha transitado e identificado su andar desde hace por lo menos mil años. El reto: hacer entrar la actualidad por el oído y a través de un espacio en específico: su noche.

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Tiempo del ocio expansivo y sensual para el que la artista Béatrice Ardissen tuvo que encontrar un nicho y luego forjarlo, para construir en él una marca con la que comunicar su idea. Así, suyo resultó el packaging completo de la colección La Musique de Paris Derniére. La música del París nocturno. Un arte-objeto que suma el concepto gráfico, el interiorismo, la invención de la propia marca y, sobre todo, la aprehensión y selección de la música idónea, su mezcla y remezcla, convencida de que hay un más allá en el misterio del ocaso.

Quizá la sencillez era el comienzo, pensó la hacedora, pero ésta tenía que ser elegante, fashioned y cool. Que enmarcara el ambiente en el que se desenvolviera; que vistiera el instante en que su omnipresencia fuera tan etérea como protagónica; tan unívoca como multidimensional, tan poliédrica como las posibilidades que ofrece el anochecer de sitio tan cosmopolita y epicentro cultural. Es decir, un coctel á-la-mode y reconocible. Una mixtura que recordara una bebida con gusto y sello de identidad.

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París de noche: la finura de un cognac VS, recién salido de la barrica (dos años como máximo), escanciado sin prisa y sin pausa en una Copa Globo o Bouquet. De base ancha, tallo pequeño, cuerpo redondo como esfera con el borde amplio. La justa para para probar licores y cocteles de manera ritual. Verter onza y media, ni más ni menos. Una vez que suelte su olor rociarlo con un fuerte agitado de brebaje de cola hasta el ecuador del cristal. Con la espuma todavía bullendo completar el espacio con cubos de hielo. ¡Violá!

Un coctel distinguido. Así es de cool esta colección discográfica. Al escucharla, in situ o en el rincón personal dedicado a ella, se debe tener en cuenta que la música ya no es únicamente el reflejo pasivo de la sensibilidad individual, sino que también sirve como foro común en el que diferentes modelos de creatividad –en la actualidad muchas veces emanada de un oficiante de la tornamesas o programador– manifiestan diversas maneras de hacer, rehacer y de emprender ruta hacia el oído.

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Escuchar esa pluralidad de voces, de los varios modos de utilizar la música, aglomerada en una serie con narrativas redondas, es un acto productor de placer lo mismo que un uso entendido como práctica de política cultural. Socializar la música ambiental, no para sentirse homologado como oyente sino como el objetivo mismo del acto artístico. Se trata de una manera de interactuar con la realidad a cargo de quienes crean las nuevas sonoridades y mediante ellas modifican al mundo conocido, los sitios comunes, los lugares de reunión.

Es una proyección crítica y gozosa de la música popular contemporánea, a fin de cuentas, que se condensa ahí en sus ocho volúmenes. La Musique de Paris Derniére es un artefacto sonoro con fines de recreación tanto voluptuosa como liviana. Una recreación refinada que por igual se puede encontrar en el diseño de una escultura sonora museística –al estilo de las de Edwin van der Heide o Pe Lang, por ejemplo–, pero que en este caso se regodea en la búsqueda del relajamiento en el ocio cotidiano noctámbulo.

Porque el de diseñador es un nuevo oficio dentro de la música, como el de sutilizador o ilusionista sonoro (el de Dj unidimensional ha quedado rebasado). Ofrece alternativas a los sonidos ya dados, puesto que “no tiene a dónde ir, excepto a todos lados”, como sabe todo el que se aventura por nuevos caminos. En este sentido las capitales europeas como París, en este caso, han desempeñado un papel decisivo en los experimentos con la novel corriente, cuyas participaciones ya son solicitadas en diversos planos.

Para tomar como ejemplo a la misma autora de esta colección que dibuja la nocturnidad parisina, su labor se hace extensiva y manifiesta en sitios de lo más variopinto, que van de del “acompañamiento musical instantáneo” en los elevadores o habitaciones de lujosos hoteles en Abu Dabi o Qatar; en supermercados de Berlín, en restaurantes de Tokio, en aeropuertos de Italia, en consultorios de cirujanos plásticos en Hollywood o en pasarelas de Milán, Nueva York o Londres. Un trabajo multifacético.

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Sí, esta realizadora musicaliza por igual programas en la TV francesa, proyecta el selecto menú melódico de restaurantes de lujo, bosqueja soundtracks para desfiles de moda y ambienta fiestas exclusivas. Pero, lo más importante, es que ha creado varias colecciones discográficas, además de la ya mencionada. A ella se han agregado Patchwork La Musique de Christian Lacroix (mezcla y selección inspirada en las creaciones de tal modisto galo) y Fonquet’s (compilación dedicada al famoso restaurante).

Pero también están las magníficas recopilaciones tituladas Mania, que abarcan la musicalidad tradicional de otros países mezclada con lo contemporáneo (de la India, por citar alguna, hay una interpretación de “Billy Jean” de Michael Jackson a cargo de maestros locales, con instrumental autóctono, entre otras curiosidades de gran nivel); o de tributo a las ciudades mismas (como el hecho a Río de Janeiro por parte de voces de distintos lares), la música clásica u homenajes a diversos artistas como a David Bowie o Bob Dylan.

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El suyo es un universo propio y definido. En él ha explorado y descubierto versiones de temas clásicos tan raras y excéntricas como exquisitas, con las que diseña sus colecciones (sin escatimar el sentido del humor e ilustradas por la afamada Florence Deygas) y ambienta los escenarios. Confección de autor cuya originalidad reside en el punto justo donde el músico cede su lugar al estilista como creador. Y las canciones se tornan en suculentos potajes de diferente preparación y mixtura con sabor cosmopolita.

Esta francesa es una artista del cover sofisticado. Entendido éste como una versión que exige más que un simple vaciado mecánico de un contenedor a otro. Sus traslaciones implican la reescritura imaginativa del tema, de su espacio discursivo, para darle una nueva forma, otro contexto y que tienda a relacionarse tangencial o escasamente con el original. Es la manifestación del aquí y ahora con otro cuerpo, con otro grano. Una labor que estimula tanto a sus musas como a sus referencias.

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Para ello se requiere de gusto y talento. Los de una alquimista del down tempo/pop como ella, que tamice lo conocido para compartir sus diferentes encantos, por surrealistas que parezcan. El principio neto es el cover; y el producto final, una evolución del mismo. Su ideario afirma que una pieza nunca está terminada. Todo es siempre una versión. Por eso su trabajo conceptual es extenso y distribuido en elementos divergentes dentro de estructuras contrastantes.

Alabama cantando “Hotel California” de los Eagles, “Proud Mary” por Prozak For Lovers, “Beat It” por Kings of Cash, “Like a Virgin” por Big Daddy o “Sex Bomb” por el berlinés Max Rabee, por dar unos cuantos ejemplos. Son reencarnaciones sonoras que crean su particular mundo imaginario y simbólico (entre más personal mejor) y que al final permanecen cuando la apropiación ha sido consumada en el esplendor del crepúsculo parisino.

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