CABARET VOLTAIRE

LA CUNA DADÁ (II)

Texto y Fotos: SERGIO MONSALVO C.

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A los cien años de la fundación del Cabaret Voltaire (5 de febrero de 1916) y del surgimiento del dadaísmo, la historia nos dice que este movimiento nunca contó en realidad con compositores originalmente inscritos en él (todo lo dejaban al azar, la improvisación y al momento en que tenían que utilizar música, instrumentos o sonoridades como acompañamiento de sus lecturas, performances y happenings antiartísticos), pero a cambio esparció sus olorosas sales por infinidad de géneros y estilos que surgieron a partir de él y cuya influencia fue aceptada y manifiesta a partir de entonces.

El dadaísmo no fue un movimiento sólo plástico, literario o filosófico. Lo fue pero al mismo tiempo su contrario: antiartístico, innovador y provocativo en lo literario, radical en el pensamiento político y filosófico, pero sobre todo travieso y lúdico en lo musical hacia donde se extendió de manera natural.

Para encarar la relación del Dadá con la música hay que remontarse a su contacto con el futurismo (por su idea de conectarla con la realidad, al utilizar ruidos de la vida cotidiana en su búsqueda por enriquecer el sonido y desvincularse del pasado, declarando su rechazo a la tradición, a los limitados timbres de los instrumentos y formas de composición al uso). A partir de entonces el movimiento cobró importancia como preludio de las vanguardias posteriores, como la música aleatoria y la concreta.

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Se puede decir subjetivamente que todo comenzó con el futurista italiano Luigi Russolo, pintor, compositor, filósofo de la electrónica y creador de una máquina de ruido llamada Intonarumori. Sus conceptos tuvieron cabida en los ready-made del Duchamp dadaísta, quien con uno de sus alias laborales, A. Klang (Klang significa sonido en alemán), compuso dos partituras: Erratum Musical, para tres voces, y La Mariée mise à un par ser célibataires, même. Erratum Musical para teclado y otros novedosos instrumentos, donde utilizó una notación musical de sólo números y letras.

Estas experiencias fueron prolegómenos a las piezas de Erik Satie, crucial en la posterior formación del surrealismo. Asimismo, con estas obras sin símbolos convencionales de música y con notas explicativas y diagramas se anticiparon tanto Duchamp como Stefan Wolpe a John Cage (quien después rompería con la armonía tradicional, modificaría el sonido del piano e incorporaría el ruidismo a sus composiciones y la dadaísta negación artística: ni etiquetas, ni definiciones).

Por otra parte, en su momento, Edgar Varèse firmó uno de los manifiestos del movimiento (“Dada soulève tout”) y el poeta Louis Aragon lo describió como el “único compositor” de la era Dadá. Buena parte de su obra instrumental utilizó el lenguaje “maquínico” de éste.

Los fundamentos teóricos y estéticos del movimiento fueron retomados luego por Pierre Schaeffer y sirvieron como inspiración para la Symphonie pour un homme seul, composición creada en colaboración con Pierre Henry con tal ideario como base. A mediados del siglo XX, esta obra fue la culminación de una serie de experimentos sónicos con locomotoras, ollas y torniquetes y fue llevada al ballet por Merce Cunningham (padre de la danza moderna), quien trazó así la nueva ruta para tal disciplina.

Desde entonces muchos nombres de la música académica se han relacionado con el dadaísmo aunque sólo contengan una pizca de él: Poulenc, Honegger, Milhaud, Auric, Durey y Tailleferre (el grupo de Los Seis), al igual que George Antheil, Erwin Schulhoff, Michael Nyman, Arvo Pärt, Wim Mertens o John Tavener, por mencionar algunos.

En el campo de la música experimental y electrónica ha sido piedra de toque desde hace un siglo en todas sus ramificaciones: concreta, electroacústica, aleatoria, serial, repetitiva, Fluxus, minimalista…, en la primera. En la segunda, con el imperativo lema de que sólo mediante una larga y cuidadosa serie de experimentos, y un continuo entrenamiento del oído, puede hacerse este material desconocido accesible y plástico para las generaciones venideras, y para el arte en general, la lista de nombres tras Luigi Russolo llega hasta la fecha lo mismo en los laboratorios y estudios de grabación que en las pistas de baile, raves y lounges,.

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El dadaísmo es hilo conductor de manera total o parcial en muchos solistas o grupos de música electrónica. Su vigencia sigue siendo importante y enriquecedora. Cabe destacar de ese medio al grupo británico surgido en los años setenta que tomó su nombre de la cuna misma del movimiento: Cabaret Voltaire. Agrupación que se convirtió en uno de los enclaves más prolíficos que fusionaron la New Wave, el techno, el house dub y la música concreta, es decir fluctuó entre el post punk y la música de baile con ganas de transgredir, experimentando con la creación y el procesamiento de sonidos.

En palabras de su líder Richard H. Kirk: No éramos un mero entretenimiento, sino algo más radical y en contra del sistema, en vez de ser parte de élEl papel del artista debería ser desafiar el ‘status quo’. O, como hacían los dadaístas, no confiar en el poder y cuestionar todo lo que viniera de él Para mí es algo que sigue siendo válido«. Hoy, el grupo sigue funcionando, tras parones y muchos cambios de personal. En su propuesta tiene actualmente más importancia lo visual que lo sonoro, como corresponde al espíritu de los tiempos.

En el terreno jazzístico ha contado con la participación de exponentes del free jazz al free style. Del Art Ensemble of Chicago, Sun Ra y colegas a John Zorn y Atomic. La mezcla y el remix, más rabiosamente actuales y techno son descendientes directos del dadaísmo. Y en el rock, su presencia ha sido una constante desde la década de los sesenta cuando el performance, los happenings y algunos grupos, de su lado bizarro, lo convocaron una y otra vez, circunstancia que continuó a través de las décadas y estilos.

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El más destacado dadaísta del género comenzó siendo Frank Zappa con sus Mothers of Invention, hasta su muerte en 1993. Los siguientes eslabones de la cadena, a muy grandes rasgos, pasan por Captain Beefheart and His Magic Band, The Bonzo Dog Doo-Dah Band, el Crazy World of Arthur Brown, Pere Ubu, Flying Lizards, Residents, Talking Heads, Sam & Valley, Pixies, Art of Noise, Atom Tm, Holger Hiller, gran parte de la Neue Deutsche Welle, CocoRosie o Radiohead, hasta llegar al reciente Dengue Fever. Ellos y muchos más han mostrado que el Dadá sigue fresco y sorprendente.

Mención aparte la tiene el punk, subgénero con el que el dadaísmo guarda especial apego. La vinculación entre ambos pasa por diversos vasos comunicantes, como su nihilismo, la negación y rechazo de la tradición, apuesta por lo inmediato, la contradicción, defensa del caos contra el orden y lo imperfecto contra lo perfecto (el virtuosismo instrumental). Propaga la idea del “hazlo tú mismo”, se expresa mediante el escándalo, el gesto, la provocación y la palabra (cantada y tipografiada), se rebela ante las convenciones y se convierte en un antiarte, finalmente, con la infinita capacidad de influir a futuro, entre otras cosas.

La contribución constante del dadaísmo al arte contemporáneo –del que el jazz, la música electrónica y el rock forman parte indiscutible– es la puesta en duda continua sobre la esencia misma del significado artístico; la certeza de que todo –literalmente– es una convención que puede ser puesta en tela de juicio y que, por lo tanto, no hay regla inamovible que lo legitime de manera alguna. Gran parte de lo que el arte actual tiene de provocación (como la mezcla de géneros y materias propias del collage y del remix) viene de sus esencias, nacidas hace cien años en aquel revoltoso Cabaret Voltaire de Zúrich, cuya sombra nos sigue cubriendo, afortunadamente.

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