BOB DYLAN

EL RIZOMA OMNIPRESENTE

Por SERGIO MONSALVO C.

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Un país es lo que sean sus nombres propios, todos sus nombres propios, lo que gustan y los que disgustan. Son nombres que lo han puesto en el mapa geográfico y agitan su acontecer. Cuando esos nombres entran en la historia se quedan en los libros.

Pero cuando esos nombres trascienden por su buen quehacer, por sus palabras y por sus obras, entran en la memoria colectiva internacional y se fijan en ella como habitantes universales.

Su origen ya no es lo importante. Su historia será larga y, a veces, se disolverá en otros nombres que han creído en ellos y su influencia perdurará por siempre. Porque su legado será efectivamente como un río y éste crecerá y se ensanchará según pasen las épocas: uno de esos nombres es el de Bob Dylan.

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Dylan es un clásico contemporáneo. Un autor necesita pasar por las manos de varias generaciones para alcanzar tal condición. Es alguien cuyas obras se han convertido en referencias perdurables y a las cuales se revisita una y otra vez para realizar nuevas lecturas sobre ellas.

Él, por su parte, ha sido un creador generoso en cuanto a las perspectivas desde las cuales estudiarlo. En lo referente a sus raíces musicales, en las letras de sus canciones, ha proporcionado el quid para ubicar las semillas que le dieron origen.

A lo largo de su trayectoria, el cantautor ha utilizado las baladas, los cantos outsiders (de temáticas “fuera de la ley”), el folk, las elegías (himnos religiosos y profanos de tradición campirana), los espirituales, las canciones de contenido social y de protesta y el rock, entre lo más recurrente. Y como soporte impulsor de todo ello el country blues.

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Evidentemente las influencias han sido variadas. Sin embargo, se pueden quintaesenciar en dos personajes clave: Charlie Patton (en la raíz negra) y Woody Guthrie (en la blanca). Patton —oriundo de Mississippi— en diversos sentidos resumió, a su vez, los modelos musical y social que constituyeron el blues del Delta de las primeras tres décadas del siglo XX.

Woody Guthry, por su parte, fue un artista comprometido y en su obra enarboló el comentario social. Sus temas representaron el acontecer cotidiano de la clase trabajadora. Luchó por todas las causas que atrajeron su atención de la única manera que conocía: a través de ardorosas canciones de protesta.

Cuando el 19 de marzo de 1962 apareció el álbum debut de Bob Dylan, con su nombre como título, el cantautor tenía apenas veinte años de edad y uno apenas de haber llegado de la provincia (su natal Duluth, Minnesota) a la ciudad de Nueva York.

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Llegó cargado de esa cantidad de antecedentes: el country blues de Patton, la temática social de Guthrie y el vasto legado musical de la campiña estadounidense. Con ese bagaje y algunas experiencias discursivas en los cafés del barrio bohemio del Greenwich Village, de la Urbe de Hierro, entró a los estudios de la CBS.

El disco no reflejó de manera fehaciente lo que el propio Dylan era, porque evolucionaba a toda velocidad. El material era antiguo, basado en sus fuentes tempranas, pero con las que seguía trabajando durante sus presentaciones. Sin embargo, como artista comenzó a madurar, a crecer.

Los cambios entre su primer álbum y los siguientes fueron manifiestos. Del material rústico pasó a la interpretación de poemas personales de altos vuelos brechtianos, a las profecías y a los himnos absolutos para el movimiento protestatario de los sesenta.

En medio de todo ello hubo canciones de amor agridulce, romanticismo folk (incluso inauguró un nuevo género, el folk-rock) y country blues de músico vagabundo. El Dylan que se inició como un simple cantante folk contó con la suficiente personalidad para romper con la tradición y adoptó el rock para sus objetivos.

Desde entonces se convirtió en la figura más importante en el mundo de la canción popular, lugar que mantiene hasta la fecha. Dylan ha vendido en su larga carrera casi 130 millones de discos.

En el almanaque de sus canciones la observación es un aporte fundamental. Él trazó una nueva dimensión de lo cotidiano y refutó los prejuicios que juzgaban toda poesía sólo en términos de sentimiento y contenido, como si en el mundo del lamento existiera únicamente el lamento y no también todo lo que lo produce.

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Con ello hubo certeza: para romper con las normas estéticas se requiere de total honradez y sinceridad. “Para vivir fuera de la ley hay que ser honrado», escribió en alguna de sus canciones («Absolutely Sweet Marie”).

Su música, pues, asume aires de reverencia, pidiendo prestado primero a los bluseros, luego al hillbilly, al gospel, al talking blues, pero siempre para apropiarse mejor sus tonalidades, sus intenciones, agregando su propia huella, sus palabras, mediante una presentación de lo más sencillo y con personajes que tienden a ser marginados, vagos y perdedores como el forajido del Oeste, John Wesley Harding, por ejemplo.

Y henos aquí, alrededor de setenta discos oficiales y tras cincuenta años de grabaciones, medio siglo después, en el punto del reencuentro entre las dos corrientes que engendraron la música popular de los Estados Unidos. El lamento y el relato, la sensualidad y lo jovial, la provocación y el rezo en ambos casos, y el soplo libertario gutural y lírico, sacudido por pulsaciones primitivas y regocijadas.

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Las canciones de Dylan representan la lucha librada por un individuo para aportar un significado a la experiencia; de un artista en busca de una voz personal capaz de expresar una emoción y un tiempo, de esa voz que se alza para decir lo que necesita decir. Y son un auténtico curso sobre las raíces.

Dylan pasó de ser un músico folk y de protesta a un poeta de trascendencia universal; a uno que como los de la antigüedad canta y que, como los bardos de siempre, remueve la imaginación de quien lo escucha. Es un narrador que observa con agudeza y un adivinador que absorbe y envuelve con sus palabras, mismas que se ubican dentro de melodías cautivadoras y ritmos sencillos.

Entre su primer tema, titulado “You’re No Good”, y “Make You Feel My Love”, el último track de Together Through Life, su disco en estudio más reciente, suman cincuenta años de obra grabada por Robert Allen Zimermann, mejor conocido como Bob Dylan.

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Y su larga sombra, influencia y ADN, han tendido sus raíces rizomáticas por los más diversos géneros de la música, así como por infinidad de representantes de los mismos, desde sus más conspicuos contemporáneos, Beatles, Rolling Stones, The Band, Pete Townshend, Neil Young, hasta los muy contempráneos Pajama Club, Adele, My Chemical Romance o Maroon, pasando por David Bowie, Bruce Springsteen, Nick Cave, Patti Smith, Syd Barrett o Tom Waits.

Acerca de su impacto en la cultura moderna se pueden seguir cursos universitarios en varios países. Muchos de sus textos están consideradas obras de alto nivel entre los académicos. Por todo ello Dylan ha sido nominado una y otra vez para el Premio Nóbel.

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En su poesía la observación es el mejor pretexto para vislumbrar el porvenir. Es un aporte fundamental para la liberación de la imagen poética. Él ha trazado una nueva dimensión de lo cotidiano y refutado los prejuicios y convenciones.

En su poesía se explaya un nuevo mundo. La belleza de sus canciones está en lo que insinúan. Y de ello han tomado nota todos aquellos que le han rendido tributo con la interpretación de alguna de sus piezas, mismas que han puesto su nombre en el peldaño de lo universal.

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