TERAKAFT

EL BLUES DEL DESIERTO

Por SERGIO MONSALVO C.



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La sola e impresionante vista de los músicos del grupo Terakaft en la portada de sus discos invita de inmediato a preguntarse por la misteriosa historia que se oculta tras esos hombres y esos ropajes. La hay y es tan extensa como la vida de los tuareg, los habitantes primigenios del Sahara, y tan dramática como su posible extinción.

La imagen que presentan dichas portadas es un shock cultural para empezar, ya que volatiliza cualquier tópico actual: musulmanes africanos tocados con el tradicional velo azul que cubre la cabeza, frente y boca –prenda distintiva del hombre tuareg—, pero las correas que les cuelgan de los hombros están ataviadas con guitarras eléctricas en lugar de fusiles Kaláshnikov (como la visible Fender Stratocaster de su líder Liya Ag Ablil).

La etnia a la que pertenecen los miembros de Terakaft tiene por lo menos mil años de existencia. Originalmente se llamaban Kel Adagh y eran bereberes que emigraron al Sahara durante la conquista árabe. Cambiaron la cultura agrícola por el nomadismo impuesto. No tardaron en hacerse dueños y señores del desierto más grande del mundo al controlar las rutas de las caravanas comerciales que conectaban el Atlántico con el Mediterráneo.

Con el lento paso del tiempo los tuareg se fueron haciendo de una cultura propia, mezcla de distintos pueblos y tradiciones, pero fuertemente interiorizada. A finales del siglo XIX el colonialismo francés entró en su escena y ellos se rebelaron contra esa autoridad que les acotaba su libertad al trazar fronteras en las dunas del desierto y centralizar un poder que ellos no reconocían. Pero su lucha fue inútil.

Los franceses se instalaron en la zona a principios del siglo XX y trajeron con ellos nuevos medios de transporte que dejaron inservibles las caravanas de camellos y significaron la pobreza para los tuareg.


Este proceso se agudizó con la descolonización y los procesos de independencia de finales de los años 50. El territorio de estas tribus y su gente fueron parcelados entre los distintos países de nueva creación: Malí, Níger, Argelia, Libia, Mauritania y Chad. Las nuevas fronteras supusieron el colapso final de sus ancestrales formas de vida. Con la independencia de Malí en 1962, los tuareg pasaron a habitar el rincón nororiental de dicho país, dominados por extraños gobiernos para ellos.

Su primera revuelta contra ello no se hizo esperar (1963) y, aunque fue brutalmente suprimida, dejó una estela revolucionaria y un caldo de cultivo para las nuevas generaciones. Una década después hubo otra rebelión y otra masacre, que obligó a miles de tuareg a esconderse y buscar suerte en los países vecinos. A estos refugiados se les conoció entonces como ishumar (desocupados).

El núcleo central de los Terakaft (el ya mencionado Liya Ag Ablil, sus sobrinos Sanou y Abdallah –guitarrista y bajista, respectivamente– y el percusionista Mathias) se conformó así, mientras vagabundeaban ilegalmente por el desierto y en las ciudades de Argelia, donde improvisaban guitarras con botes y cajas.

En los años ochenta, Muammar al- Gaddafi, mandatario libio, llamó a los rebeldes tuareg para que acudieran a los campos de entrenamiento que Libia ponía a su disposición para la lucha de guerrillas. Los futuros músicos de Terakaft y otros semejantes fueron parte de esos reclutados.

Curiosamente, en estos campos tuvieron por primera vez acceso a la música de Hendrix, de Marley, al blues y a instrumentos occidentales, guitarras y bajos eléctricos, que desde entonces constituirán nuevos elementos en la música tradicional de todo su pueblo. Con ellos las nuevas generaciones tuareg creaban su propia música contestataria.

La posibilidad de grabar sus cantos en los campos libios convirtieron a los diversos grupos musicales de los tuareg en el único medio de comunicación en un mundo arenoso, sin periódicos, ni radio, ni televisión. Sus cassettes pasaron de mano a mano, se copiaron, se compartieron en las renegadas caravanas de camellos, y su música viajó por todo rincón del Sahara y fue prohibida en Malí, Argelia y Níger.

En los siguientes años, Terakaft y demás formaciones se convirtieron en la voz de las víctimas de un conflicto silenciado por diversos intereses: los gobiernos africanos, Europa, la ONU e incluso por Gaddafi, más preocupado por las explotaciones de uranio del Sáhara que de la suerte de la revolución tuareg.

Terakaft y otros grupos tuareg fueron la conciencia de un pueblo convertida en música y poesía bereber. El movimiento ishumar, marginado y carente de todo, fue abandonado a su suerte en un conflicto que en los primeros años noventa alcanzó niveles de exterminio tales que se llegó a hablar de genocidio.

En dicha década hubo un golpe de estado en Malí que puso fin a años de dictadura. Se nombró un Consejo Nacional de Reconciliación y se llamó a los tuareg a participar en el nuevo gobierno. Las guerrillas quemaron sus armas y desde entonces una precaria paz reina en la tierra de los hombres del velo azul.

Terakaft abandonó las armas pero continúa con su revolución hablando de la paupérrima vida tuareg en los festivales internacionales de música y en los discos. Ahí se encuentra la música tradicional e historia de su pueblo tocada con guitarras eléctricas, mezclada con las arenas del desierto y, sobre todo, con el blues (al estilo Ali Farka Touré) de una etnia que presiente su desaparición.

Discografía de estudio: Basimilla (Tapsit, 2007), Live (Le Chant des Fauves, 2008), Akh Issudar (World Village, 2009)

Otros grupos de Desert Blues tuareg : Tinariwen, Doveh, Inerane, Bombino, Nomades du Niger, Hamza El Din.

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